En uno de esos días en que tanto me duele lo que veo a través de las pantallas- las muertes, los odios, los bandos, las trincheras -, y en que la angustia me va haciendo un agujero cada vez más profundo en las entrañas de mi cuerpo de hombre con privilegios, de nuevo el cine me salva. Y los libros, y las mujeres. Me dejo llevar por la poesía de A los libros y las mujeres canto y mi noche se convierte en un iluminado pasillo que me lleva a la mayor biblioteca del mundo. Y deseo, por qué no, morir aplastado por una estantería, con portadas de mis novelas favoritas cubriéndome el rostro y con páginas arrancadas haciendo de mortaja. El documental de María Elorza, que está tejido con la sabiduría de la memoria y con la irrefrenable luz de la intergeneracionalidad, es un bellísimo poema sobre la capacidad de los libros, y de la lectura, para urdir mundos, para abrir puertas, para hacer posible que los horizontes se ensanchen. Las mujeres que leen, como las que escriben, no son peligrosas, parece advertirnos Elorza. Lo son los hombres que no leen ni escriben, y mucho más aquellos que no leen a las mujeres.
La palabra escrita se convierte para ellas en un arma de emancipación. Abejas, jardines. La polinización de los saberes y las emociones. De flor en flor. Los humanos como abejas constantes. Las bibliotecas como jardines que cuidar. Epicuro, Herculano. El rastro de la historia como abrazo que nos hermana en una singular cofradía de lectoras ávidas. Mi madre es también una de esas abejas que no dejan de buscar flores en el jardín sin fin de las novelas que devora. Podría sumarse a las cuatro mujeres del documental que suman compromiso político, emoción y páginas subrayadas. Las arrugas en la piel como reflejo de cada renglón leído. La sensatez de lo vivido frente a lo dogmático de los púlpitos.
En estos días de matanzas y genocidios, y de líderes universales que pareciera que nunca han visitado una biblioteca, A los libros y a las mujeres canto es una llave para la esperanza. Un puzle de imágenes, palabras y rostros que nos humaniza y que nos alerta del peligro de los fuegos que queman libros. Es también, en el juego caleidoscópico que nos propone, y en el que el mismo cine salta desde la memoria para iluminar el presente, una vindicación de esas mujeres que se rebelaron contra Penélope. Un homenaje a las tías que planchaban y recitaban poemas, a las pioneras que se atrevieron a hacer tesis doctorales, a las que fueron y son maestras, a las que son capaces de guardar en cajas de latón las piezas que faltan para armar el puzle, esos lugares en los que nunca buscamos ni nos buscamos los varones descuidados.
Tal vez una manera de advertir, sin discursos, que es posible pensar y pensarnos de otra manera. El mundo como un horizonte de posibilidad.
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