Palabras en recuerdo y homenaje a mi colega, la constitucionalista EVA MARTÍNEZ SEMPERE.
En estas primeras semanas
del curso he vuelto a ser insistente, como cada año, en mi crítica a la mirada
androcéntrica y patriarcal que ha dominado la construcción del Estado moderno,
la lógica jurídica, el sistema de los derechos humanos y, en definitiva, un
modelo de subjetividades que todavía hoy arrastra el poderío masculino y la subordiscriminación femenina.
Como cada septiembre vuelvo
a explicarles a mi alumnado que en 1791 Olimpia de Gouges alzó su voz
reclamando equivalentes derechos y libertades y apenas dos años después le
cortaban la cabeza. Sin duda, la metáfora más cruel y sangrienta de lo que las
revoluciones liberales, como todas las revoluciones que en la historia han
sido, han hecho con las mujeres.
Cuando recuerdo la voz de
Olimpia, o la de Mary Wollstonecraft, o la de las sufragistas, o la de Clara
Campoamor contestándole a diputados que como Novoa Santos argumentaban que la
mujer era pura histeria, no puedo evitar acordarme de todas esas colegas
feministas, juristas feministas, que hace tiempo me ofrecieron unas gafas
violentas con las que pude darme cuenta de hasta qué punto la miopía machista
me hacía ver distorsionada la realidad.
Me siento entonces
tremendamente agradecido a ellas, en deuda permanente con ellas, porque sin su
magisterio no sería hoy ni el constitucionalista ni, mucho menos, y más
importante todavía, el hombre que soy ahora.
Una de esas mujeres fue, ha sido, es, sin duda, Eva Martínez
Sempere. Fue de su mano cómo empecé a
descubrir la mixitud de la Humanidad, las trampas de la ciudadanía demoliberal,
lo imperfecto de una democracia que sin ellas no lo es. Fue ella la que,
supongo que sin saberlo, y ahora me arrepiento de no habérselo dicho de manera
más expresa, me puso sobre la pista de la democracia paritaria, de la necesaria
educación igualitaria o de la imperfección de unos derechos humanos hechos a
imagen y semejanza del sujeto varón. Fue ella además la que en un ya lejano
congreso de la ACE me insistió más, y además hizo todo lo posible, para que me
incorporara a la Red FEMINISTA DE DERECHO CONSTITUCIONAL. Feliz entonces y
ahora de sentirme un “hombre cuota”. Y todo ello con esa especie de levedad de
bailarina frágil con la que Eva lo hacía todo. Como si habitara en un bosque en
el que al fin se hubiera evaporado la distinción jerárquica entre genios y
musas.
Como me imagino que a ella
no le habrían gustado las ceremonias fúnebres, ni las oraciones, ni siquiera
los homenajes públicos, siento que la mejor manera de tenerla presente es
intuirla al lado de esas voces de mujeres que cada Septiembre recupero en mis
aulas. En ese hilo de genealogía feminista que lleva siglos gritando con
Olimpia:
“Mujer,
despierta; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus
derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de
prejuicios,fanatismo, superstición y mentiras. La antorcha de la verdad ha
disipado todas las nubes de la necedad y la usurpación. El hombre esclavo ha
redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus
cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido injusto con su compañera. ¡Oh,
mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuando dejaréis de estar ciegas?
¿Qué
ventajas habéis obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén
más visible. [...] Cualesquiera sean los obstáculos que os opongan, podéis
superarlos; os basta con desearlo.”
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