Hace tiempo que la radio y la
televisión públicas en este país languidecen en un proceso que las está
reduciendo a la insignificancia y que está provocando, entre otros efectos, que
muchos y grandes profesionales estén siendo las principales víctimas de una
dirección sin rumbo ni criterio. Y no se trata simplemente de cómo las
componendas políticas han condicionado y condicionan RTVE, que también, sino de
cómo en los últimos años han ido asumiendo el timón unas personas que no tienen
un proyecto sobre un servicio público que, irremediablemente, debe ajustarse a
los parámetros informativos y comunicacionales del presente siglo. Nada que
ver, sin embargo, con tratar de reproducir, la mayoría de las ocasiones sin
éxito, las apuestas de los medios privados, como tampoco de atrincherarse en una suerte
de reserva al margen de los tiempos. La falta de horizonte y los vaivenes de
una dirección que parece no mirar sino su ombligo están no solo desaprovechando
a muchos profesionales que se limitan a sobrevivir en un espacio hostil, sino
que además está generando en espectadores y oyentes una desubicación absoluta
con respecto a productos, mensajes y propuestas. Falta algo así como una
“marca” de la casa, que por supuesto no podría ser sino abierta a la pluralidad
y la innovación, que genere fidelidad y que sea capaz de seducir a quienes hoy
están lejos del consumo tradicional de radio y televisión. No hay más que darse
una vuelta por la web, sobre todo de RNE, para comprobar que el interés en
ganar complicidades es nulo. Lejos de ser una ventana acogedora, el curioso no encuentra
sino una muralla que desalienta.
En este estado de cosas, que tanto me recuerda a las aguas estancadas de una charca donde proliferan los mosquitos y los malos olores, debo decir que no me ha sorprendido, aunque sí dolido, la decisión no solo de liquidar el programa “Gente despierta” sino de “desterrar” a Carles Mesa a Radio 4, después de haber sido durante años una de las voces más sensatas, lúcidas, atractivas y comprometidas de la radio pública. Sometido a cambios sin sentido, a un maltrato casi sistemático, Mesa, sin embargo, ha mantenido durante todos estos años, y en diferentes tramos horarios, un compromiso irreprochable con la radio de calidad y con, entre otros valores, el arte de la conversación como ese refugio que tantos y tantas buscamos en las ondas. Ya fuera en los fines de semana, o en horario de tarde, o no digamos de madrugada, que fue donde yo lo descubrí, Carles siempre ha sabido tratar a los oyentes como seres inteligentes y se ha rodeado de colaboradores de los que no ha tenido reparo en reconocer que eran más brillantes que él. Como buen hacedor de equipos, siempre supo rodearse de los y las mejores, y darle voz a sujetos y temas que a veces carecían de espacio en otros medios, sin en ningún caso asumir un protagonismo que eclipsara a quien tuviera al lado. Por el contrario, Mesa siempre se ha mantenido en el lugar que le correspondía, siendo un buen escuchante, un magnífico entrevistador, un tipo de esos con el que me imagino que a cualquier oyente no le importaría tomarse un largo café para hablar de la vida. Pocos como él, y respondiendo a lo que yo entiendo que debiera ser uno de los ejes de la radio pública, han sabido darle voz a la ciencia, a la cultura en sus más diversas expresiones, a los sujetos e identidades plurales, al feminismo y a otras luchas contra la injusticia, a quienes no suelen encontrar eco en otros espacios regidos por el mercado y el narcisismo.
En este estado de cosas, que tanto me recuerda a las aguas estancadas de una charca donde proliferan los mosquitos y los malos olores, debo decir que no me ha sorprendido, aunque sí dolido, la decisión no solo de liquidar el programa “Gente despierta” sino de “desterrar” a Carles Mesa a Radio 4, después de haber sido durante años una de las voces más sensatas, lúcidas, atractivas y comprometidas de la radio pública. Sometido a cambios sin sentido, a un maltrato casi sistemático, Mesa, sin embargo, ha mantenido durante todos estos años, y en diferentes tramos horarios, un compromiso irreprochable con la radio de calidad y con, entre otros valores, el arte de la conversación como ese refugio que tantos y tantas buscamos en las ondas. Ya fuera en los fines de semana, o en horario de tarde, o no digamos de madrugada, que fue donde yo lo descubrí, Carles siempre ha sabido tratar a los oyentes como seres inteligentes y se ha rodeado de colaboradores de los que no ha tenido reparo en reconocer que eran más brillantes que él. Como buen hacedor de equipos, siempre supo rodearse de los y las mejores, y darle voz a sujetos y temas que a veces carecían de espacio en otros medios, sin en ningún caso asumir un protagonismo que eclipsara a quien tuviera al lado. Por el contrario, Mesa siempre se ha mantenido en el lugar que le correspondía, siendo un buen escuchante, un magnífico entrevistador, un tipo de esos con el que me imagino que a cualquier oyente no le importaría tomarse un largo café para hablar de la vida. Pocos como él, y respondiendo a lo que yo entiendo que debiera ser uno de los ejes de la radio pública, han sabido darle voz a la ciencia, a la cultura en sus más diversas expresiones, a los sujetos e identidades plurales, al feminismo y a otras luchas contra la injusticia, a quienes no suelen encontrar eco en otros espacios regidos por el mercado y el narcisismo.
Y todo ello sin olvidar la risa, la alegría, esa carcajada que nunca nos deberían robar... Porque en los programas de Carles siempre hubo un lugar para la sonrisa contagiosa y para esa necesidad tan saludable y humana que es reírse de uno mismo y con otros. Quienes además hemos tenido la suerte de ser entrevistados por él nos hemos sentido siempre como quien retoma una conversación dejada a medias con un buen amigo. Uno de esos tan escasos que, además, te demuestran con hechos, y no solo con discursos, cómo ser un hombre sin vivir atrapado en la jaula de la masculinidad. La ternura como revolución.
La triste noticia de este final de curso radiofónico, y que a tantos y tantas nos va a dejar huérfanos en septiembre, no es solo, pues, que un profesional tan íntegro y admirable como Carles Mesa sea reducido a la insignificancia, sino que es una muestra más de cómo los medios de comunicación públicos de este país, y muy especialmente RNE, se están suicidando lentamente. En una estrategia que nos está llevando a tantos oyentes a buscar otros refugios. Un reto complicado en estos tiempos en los que, como dice la letra de Sabina cantada por Ana Belén, cada vez es más complicado encontrar esas islas donde naufragar y escapar de la morralla.
Me gustaría pensar que esta tristeza que justo hoy siento será solo un paréntesis que en algún momento se cerrará y me llevará, ojalá que no dentro de mucho tiempo, a un reencuentro con Carles en el lugar que se merece por razón de compromiso y profesionalidad. Estoy seguro de que su talento y su talante le llevarán a otros puertos en los que estaremos, siempre fieles, quienes nos enamoramos primero de su voz y luego de lo que da sustancia a su esqueleto. Con esa esperanza afronto este verano sin punto y aparte, y con ella en septiembre en el que empezaré el curso teniendo presente todo lo que aprendí y desaprendí con Carles Mesa. Al que tengo grabado en mi memoria con esas carcajadas que día sí y día también le provocaba un "malote" Paco Tomás al que, visto el panorama, tendremos que pedir asilo en su Wisteria Lane.
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