Ir al contenido principal

EL CAFTÁN AZUL: Masculinidades enjauladas y mandarinas eternas

  


“Esta cuerda floja no siempre es fácil de caminar, por supuesto, pero es el verdadero trabajo del amor”

Siri Hudsvet

 

El reconocimiento del otro y de la otra, y por tanto el amor, tiene que ver mucho con los sentidos. Con las manos que tocan, con la nariz que huele, con los oídos que escuchan, con la boca que saborea, con los ojos que miran y que esquivan. En su Filosofía de la vulnerabilidad, Gianfrancesco Zanetti nos explica cómo, por ejemplo, las personas a las que nos cuesta reconocer como iguales también con frecuencia repugnan a nuestros sentidos. El mal olor de la piel de otro color, el sabor incómodo de una comida que no es la de nuestro lugar en el mundo, las arrugas del viejo que escapa al canon de la belleza. Amar, lejos del sucedáneo que representa su versión romántica, tiene que ver justamente con traspasar esas fronteras y adentrarte en el cuerpo, en el ser, en la luz del amado o la amada. Un proceso que requiere con frecuencia una labor silenciosa, ardua, insistente, de filigrana, de persecución a veces infructuosa de la belleza. Como quien borda una tela o repasa con precisión los hilvanes para que las piezas del vestido queden unidas casi para siempre.

 

La segunda película de la directora marroquí Maryam Touzani, que ya me deslumbró con su primorosa y emocionante Adam (http://lashoras-octavio.blogspot.com/2020/11/adam-por-que-necesitamos-los-cines.html ) nos habla del amor, del que no tiene nombre o no puede ser nombrado, pero también del que rebasa las fronteras de lo normativo. Y lo hace desplegando sensualidad, tensión y ternura a partes iguales, con la delicadeza, que nunca llega a arrebato, de quien compone una canción solo apta para ser susurrada al oído de la persona amada. La historia del matrimonio formado por Mina y Halim, que comparten un pequeño negocio artesanal de caftanes, y en el que él vive negándose , se convierte de la mano sutil y elegante de la directora en un relato sobre cómo lo que en un primer momento podría dar lugar a la destrucción acaba construyendo.  A través de imágenes que se van fijando en lo pequeño y cotidiano – esa aguja que remata botones, esa mandarina que calma el dolor, esa manos que se tocan sin atrever a acariciarse, esas miradas que dicen lo que no se atreven a decir los labios - , El caftán azul nos devuelve a ese cine que ocupa la pantalla casi de puntillas, sacudiéndonos por dentro como quien no quiere la cosa, haciendo que poco a poco, como si nosotros mismos estuviéramos viviendo el proceso que viven los tres protagonistas, vayamos sintiendo la herida en nuestro cuerpo.

 


El caftán azul es, claro, un retrato de una sociedad todavía profundamente patriarcal y homófoba como la marroquí - el artículo 489 del Código Penal de Marruecos castiga con penas de entre seis meses y tres años de cárcel a toda persona que cometa "actos contra natura con individuos del mismo sexo"- , así como también una mirada tierna y desgarradora a un tiempo sobre una virilidad que sobrevive enjaulada, pero más allá de todo eso es una bellísima película sobre cómo el amor verdadero tiende puentes, reconoce y es generoso. Obliga a sentirnos heridos y a curarnos. Nos enfrenta a la finitud de la vida con la potencia siempre nueva de la música que nos hace danzar, de la comida compartida que nos sana, de la fragilidad de los cuerpos que nos abandonan y de la luz que siempre proyectan los ojos de quien ama. 

 

La soberbia interpretación de Lubna Azabal sostiene un triángulo que en otra manos habría derivado en una obviedad romántica y casi misógina. Ella, con su progresiva delgadez y con su inteligencia de quien es capaz de leer los posos del café, logra dar sentido y música a lo que en otro relato se habría convertido en un drama de vencedores y vencidos. A su lado, Halim, con los ojos bellos y atormentados de Saleh Bakri, y Jossef, con las mirada dulce y húmeda de Ayoub Missioui, van destejiendo lo mal hilvanado y van cosiendo un futuro posible. Al tiempo que nos enseñan que amar es cuidar, y abrazar, y bailar. Sin miedos, como le aconseja Mina a su esposo. Porque hacerlo con miedo es tanto como no vivir. Como negar y negarse. Como bordar con un hilo tan frágil que en poco tiempo acabe partiendo en dos la tela. Como beber el limitado zumo de una mandarina sin ser conscientes de que puede ser la última.  

Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad

EL ÁNGEL DE AURORA Y ELENA

  El dolor siempre pasa por el cuerpo. Y la tristeza. También el goce, los placeres, la humillación. Somos cuerpo atravesado por las emociones. Los huesos y la piel expresan los quiebros que nos da la vida. Esta acaba siendo una sucesión de heridas, imperceptibles a veces, que nos dan nombre. Algunas supuran por los siglos de los siglos. Otras, por el contrario, cicatrizan y nos dejan tatuados. Las heridas del amor, de los placeres, de los esfuerzos y de las pérdidas. Estas últimas son las que más nos restan. Como si un bisturí puñetero nos arrancara centímetros de piel.   Sin anestesia. Con la desnudez propia del recién nacido. Con la ligereza apenas perceptible del que se va. No puedo imaginar una herida más grande que la provocada por la muerte de un hijo apenas recién iniciado su vuelo. Por más que el tiempo, y las terapias, y   las drogas, y los soles de verano, hagan su tarea de recomposición. Después de una tragedia tan inmensa, mucho más cuando ha sido el fruto de los caprich

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un n