La pandemia nos ha puesto de manifiesto, entre otras muchas debilidades de nuestro pacto de convivencia, como las personas mayores comparten un estatus devaluado de ciudadanía. Una conclusión a la que llegamos no solo por la evidencia de lo lejas que están de una satisfacción mínima de unos niveles mínimos de bienestar y salud (física y emocional), sino también por cómo les negamos de manera sistemática su condición de sujetos, y con ella, su posibilidad de ser considerados agentes de sus propias vidas. La edad se nos está revelando como un factor clave de discriminación en las sociedades contemporáneas, el cual, a diferencia de otras causas de tratamientos degradantes o humillantes, tiene la singularidad que nos atravesará a todos y a todas, si tenemos la gran suerte de llegar a ese umbral que supone la vejez. Ese estadio que las sociedades neoliberales del siglo XXI sitúan en los márgenes de un relato en el que manda la productividad en términos económicos, el presentismo y la eterna juventud. Unos márgenes en los que, por supuesto, interseccionan brechas como la de género o clase. La situación de las personas mayores va unida irremediablemente a las carencias de nuestro Estado en cuanto proveedor de cuidados, a las debilidades de un pacto social que privilegia los derechos individuales en lugar de los bienes comunes y al pesado lastre de un contrato sexual que reproduce un orden binario de género.
Todas estas cuestiones, que deberían estar en el centro de la
agenda política, y que deberían ser prioritarias para cualquier gobierno que se
proclame comprometido con la justicia social y los derechos humanos, están
presentes en el imprescindible documental de Miguel Ángel Muñoz, 100 días
con la Tata. Centrado en la experiencia
vivida durante el confinamiento, en cuanto cuidador de su tata de 95 años,
Muñoz, con la ayuda impagable de este torbellino de ternura y alegría que es Luisa,
nos hace empatizar con todos los aspectos, los positivos y los negativos, que
implica cuidar de una persona que ha llegado a ese momento en que cuerpo y
cabeza no funcionan al unísono y en el que se necesitan otros tiempos. La
película, que tiene la gran virtud de que empezamos viéndola como un documental
pero en seguida la percibimos como un relato más potente que la ficción, nos muestra
cómo las actividades de cuidado, tan exigentes física y emocionalmente,
necesitan de paciencia y tiempo, de otro ritmo distinto al que hemos impuesto
en nuestros días acelerados. De la misma manera que para satisfacerlas
adecuadamente no basta con el amor, sino que se requieren habilidades, capacidades
y responsabilidad continua y exigente en cuanto que se trata de sostener a una
suerte de niños y niñas frágiles que han iniciado su camino de vuelta al útero.
En este sentido, es fundamental tener presente, como bien subraya 100 días
con la Tata, el desgaste de la persona cuidadora y el sacrificio que puede
suponer para su vida personal y profesional. Algo de lo que mucho saben las
mujeres que son las que habitualmente han desempeñado ese papel.
Uno de los muchos aspectos de interés del documental es que a
quien vemos asumiendo ese rol de cuidador es un hombre, del que además
podríamos tener una imagen muy parcial por su trayectoria o su presencia en los
medios. Miguel Ángel, que en ningún caso se presenta a sí mismo como un héroe,
nos confirma que el trabajo de cuidar no deriva de una determinada esencia
biológica, sino que ha estado en manos de las mujeres porque socialmente convenía
mantenerlas a ellas con esa función social, sin reconocimiento económico ni de
prestigio, y por tanto como pilar esencial de unos Estados sociales que dejaron
en manos de ellas lo que los poderes públicos, y mucho menos los hombres, asumimos
como responsabilidad compartida. Muñoz nos ofrece por tanto toda una lección a
los varones, siempre desvinculados de la esfera reproductiva, del sostén de la
vida y de los vínculos emocionales que, como vemos en la pantalla, son fuente
esencial de bienestar y felicidad.
100 días con la Tata, sin lanzar discursos ni pretender ser una regañina con tintes
sociológicos, nos advierte de que necesitamos revoluciones personales, sobre
todo masculinas, pero también apuestas políticas y servicios públicos que
garanticen, en condiciones de igualdad, el bienestar de las personas mayores.
Además de, por supuesto, como sociedad, de todo un revulsivo que nos permita reconocerlas en cuanto sujetos y sujetas activas y creadoras, con capacidad de
seguir aportando riqueza a la comunidad. Un proceso, en definitiva, de
humanización que en este siglo necesitamos más que nunca si, como logran Luisa
y Miguel Ángel en los reducidos metros cuadrados de la vivienda compartida,
queremos disfrutar de algo más que un sucedáneo de felicidad.
Publicado en The Huffington Post, 23/1/22:
https://www.huffingtonpost.es/entry/100-dias-con-la-tata-cuidadores_es_61e97118e4b01f707dad8cd4
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