Después de varios horrores/errores acumulados – su anterior película, El bar, me pareció el mejor ejemplo de cómo un creador puede ser víctima de sus propios excesos-, Alex de la Iglesia me ha sorprendido con la que para mí es sin duda una de sus mejores obras. Tal vez porque el punto de partida no ha sido una idea suya – se trata de una versión de un éxito italiano con el mismo título del director Paolo Genovese -, por más que le haya dado un toque personal a la historia. Lo mejor de Perfectos desconocidos es que todo funciona a la perfección, como un mecanismo de relojería, lo cual es esencial para una buena comedia. Desde los diálogos a las coreografías de los personajes, pasando por un elenco en el que todas y todos están especialmente brillante. Incluso Belén Rueda, que es una actriz a la que no dejo de ver en su rol de Los Serrano, borda su papel, de la misma manera que lo hacen unos excepcionales Ernesto Alterio, el habitualmente “soso” Eduardo Noriega y ese monstruo de la pantalla que es Eduard Fernández. Juana Acosta, que me recordó a la Nicole Kidman de "Big litlle lies", y Dafne Fernández también brillan en unos personajes que, pese al exceso, nunca llegan al ridículo.
El juego que nos propone Perfectos desconocidos, el cual podría ser una propuesta explosiva para cualquiera de las cenas navideñas que se avecinan, tiene el gran mérito de contarnos en clave de comedia realidades muy dolorosas, o al menos amargas, del mundo en el que vivimos. Un mundo en el que hemos roto absolutamente las fronteras de la intimidad y en el que hemos proyectado todo nuestro ser y estar, o parte de él, en un aparato, nuestro móvil, en el que conviven nuestras verdades, o lo que es lo mismo, nuestras miserias y secretos. Además, los personajes de esta película son el perfecto retrato de una sociedad en la que todas y todos desempeñamos determinados papeles y en la que, solo llegado el momento del drama, nos quitamos la máscara y sacamos a relucir toda la mierda que acumulamos. Es entonces cuando queda en evidencia que no somos ni tan buenos, ni tan modernos, ni tan tolerantes, como aparentamos. Es entonces cuando sale a relucir el hijo o la hija de “putero” que todas y todos llevamos dentro.
Perfectos desconocidos es también una divertídisima, y en el fondo dolorosa, llamada de atención sobre lo necesario que es para cualquiera, también y yo diría que muy especialmente cuando andamos en pareja, conservar nuestro espacio privado, una habitación propia, un lugar para nuestros sueños y pesadillas. Aunque eso suponga, claro está, que la lealdad, más que la fidelidad, permanezca siempre en el filo de la navaja. Tal vez la única solución posible, la de habitar siempre en ese precipicio, para unos seres tan imperfectos como somos las humanas y los humanos. Condenados a vivir casi siempre en la jaula de los convencionalismos – llámense matrimonio, heteronormatividad o amistad exaltada – aún a costa de ser nosotros mismos.
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