Ir al contenido principal

CLARA, QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

Las fronteras indecisas
Diario Córdoba, 17-2-2014

Fue muy triste el espectáculo que la semana pasada, justo el día anterior al aniversario de Clara Campoamor, ofrecieron las diputadas del PP al demostrarnos la prevalencia de los intereses de partido sobre los derechos que en la votación estaban en juego. Fue un ejemplo más de como en el simulacro de democracia que tenemos predomina la mano férrea de las maquinarias partidistas sobre las libertades individuales. En la votación mediante la que se intentaba frenar la contrarreforma de la ley del aborto, muchas y muchos echamos de menos la sororidad que a lo largo de la historia ha sido fundamental en la progresiva conquista de la ciudadanía de las mujeres. Una sororidad que en muchas ocasiones ha exigido poner la defensa de sus derechos por encima de los intereses partidistas o coyunturales, tal y como hizo Clara Campoamor en las Cortes constituyentes de 1931. Su batalla por el sufragio, en la que el cruel destino hizo que tuviera que enfrentarse a otra mujer - Victoria Kent - prisionera ésta sí de los horizontes electorales, es el ejemplo más radical y valeroso de como la lucha por los derechos requiere quitarse el velo de las urgencias políticas y apostar fuerte por lo que suponga avanzar en la igual dignidad de todos y de todas. No es de extrañar tampoco que su coraje y su radical militancia democrática, su pecado mortal como ella misma lo calificara, la condenaran al ostracismo por parte de unos partidos que difícilmente toleraban a una mujer de sólidos principios y voluntad inquebrantable.
Sin mujeres como Clara, o como las que en las Cortes constituyentes de 1978 se negaron a votar el artículo que consagraba la discriminación de la mujer en la sucesión a la Corona, en este país no habríamos apenas avanzado en la consecución de los derechos históricamente negados a la mitad de la ciudadanía. Por eso resulta tan sorprendente que ante un proyecto de ley que niega la autonomía de las mujeres y las vuelve a considerar como menores de edad las diputadas del PP actuaran como un bloque homogéneo, con una actitud que tan poco dice de su conciencia de género y que tanto habla de los males que hieren de muerte a nuestra democracia. La que ampara con absoluta normalidad que la al parecer única diputada díscola, Celia Villalobos, sea sancionada por ejercer sus derechos fundamentales.
A todos aquellos y a todas aquellas a los que se les llena la boca de admiración cuando ahora se recuerda a la Campoamor, como a los que no dejan de alabar el proceso constituyente de 1978 como paradigma del consenso, habría que recordarles que difícilmente la igualdad plena entre mujeres y hombres será una realidad y no solo un horizonte si continúan esclavos de una mirada cortoplacista. Movidos, cual marionetas, por los hilos que controlan la farsa en que con tanta frecuencia se convierte la vida parlamentaria. Algo que especialmente debería mover el corazón de las mujeres que, ocupando cargos públicos representativos, tienen la posibilidad de contribuir a superar unas estructuras patriarcales que ellas continúan sufriendo. Las mismas que en mayor medida subordinaron a sus madres y a sus abuelas, las que no deberían ser un freno futuro ni para sus hijas ni para sus nietas. Debería ser ese magma emancipador, el que bulle bajo la reivindicación de igualdad que durante siglos tantas mujeres han llevado como bandera, el que encendiera las luces de un espacio público en el que al fin la democracia asumiera que sin ellas la democracia no es un régimen político merecedor de tal nombre. Solo entonces Clara, que me imagino habita el cielo improbable de las que desafiaron el orden establecido, podría mirarnos con un guiño de complicidad. Mientras tanto, solo me atrevo a adivinar en su rostro una mueca de rabia ante el aplauso con que todo el séquito de idénticas respaldó al patriarca Gallardón

Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad

EL ÁNGEL DE AURORA Y ELENA

  El dolor siempre pasa por el cuerpo. Y la tristeza. También el goce, los placeres, la humillación. Somos cuerpo atravesado por las emociones. Los huesos y la piel expresan los quiebros que nos da la vida. Esta acaba siendo una sucesión de heridas, imperceptibles a veces, que nos dan nombre. Algunas supuran por los siglos de los siglos. Otras, por el contrario, cicatrizan y nos dejan tatuados. Las heridas del amor, de los placeres, de los esfuerzos y de las pérdidas. Estas últimas son las que más nos restan. Como si un bisturí puñetero nos arrancara centímetros de piel.   Sin anestesia. Con la desnudez propia del recién nacido. Con la ligereza apenas perceptible del que se va. No puedo imaginar una herida más grande que la provocada por la muerte de un hijo apenas recién iniciado su vuelo. Por más que el tiempo, y las terapias, y   las drogas, y los soles de verano, hagan su tarea de recomposición. Después de una tragedia tan inmensa, mucho más cuando ha sido el fruto de los caprich

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un n