"El sostén de nuestra vida radica en la imaginación y no en la realidad"
"La belleza es infinita compasión que ignora las pequeñas diferencias de lo justo y lo injusto".
"La belleza es infinita compasión que ignora las pequeñas diferencias de lo justo y lo injusto".
Acabo de repasar la trayectoria personal y literaria de Kavafis en la biografía crítica escrita por Robert Liddell y, aunque he logrado desentrañar con un bisturí de mayor precisión muchos de sus versos, aún me quedan muchos interrogantes sobre este hombre adusto, algo triste, no sé si romántico, quizás en permanente batalla contra las rutinas que le tocó vivir. Un hombre que miraba al pasado tal vez para encontrar la belleza que el presente le negaba. Un poeta que era un vulgar funcionario y cuya única valentía posible tal vez fuera mirar de frente al presente pero situándose en los escenarios y en las claves estéticas de tiempos pasados. En los mitos y en los héroes, en las fábulas y en los cuerpos que expresaban los ideales que no cabían en los folios de su despacho.
Como todo buen artista, Kavafis fue un hombre cargado de contradicciones, de oscuridades, de silencios, de dudas - ¿fue por ejemplo un hombre religioso o espiritual? Un poeta de intensa sensualidad, marcado obviamente por una homosexualidad que tuvo que vivir con discreción, al tiempo que llenaba sus versos de cuerpos jóvenes y sexuales. Pero sería injusto reducir su poesía a esta mirada, aunque no cabe duda que de ella proceden algunos de sus textos más bellos. Es esa mirada que vemos en su retrato - introspectiva, aguda, tímida, incisiva - la que construye sus poemas cargados de melancolía, de angustia por el paso del tiempo, por las luchas a las que puede que no se atreviera a poner sustantivos ("El adjetivo debilita la expresión y es una debilidad... El Arte consiste en darlo todo con sustantivos, y si se necesita un epíteto ha de ser leve"). La que de tan cerca observó su amigo el escritor E. Morgan Forster, uno de los cómplices de otra grande, Virginia Woolf.
El poeta que al final de sus días se quedó sin voz - un cáncer de garganta le llevaría a la muerte el 22 de abril de 1933 - ha prorrogado paradójicamente su voz a lo largo de las décadas. El poeta de Alejandría, el mediterráneo, el situado entre civilizaciones diversas, el que esperaba ansioso los bárbaros y el que veía escapar el tiempo en las velas agotadas. El que nunca llegó a pronunciarse políticamente pero sí que creyó en el valor de las palabras y en su papel privilegiado de vocero frente a la injusticia. Como lo revelan estas hermosas palabras que son toda una declaración de intenciones. Unas palabras en las que yo, también cobarde como él, tanto me reconozco.
"Observo a menudo la poca importancia que dan los hombres a las palabras. Me explicaré. Un hombre sencillo (y con `sencillo`, no quiero decir imbécil, sino alguien sin distinción) tiene una idea, condena una ley o una opinión generalmente aceptada. Sabe que la gran mayoría piensa lo contrario, y por ello calla, creyendo que no conviene que hable, argumentando que con sus palabras no cambiará nada. Es un gran error. Yo actúo de otro modo. Condeno, por ejemplo, la pena de muerte. Apenas tengo ocasión lo proclamo, no porque crea que, porque yo lo diga, la abolirán mañana los gobiernos, sino porque estoy seguro que diciéndolo contribuyo al triunfo de mi opinión. No importa que nadie esté de acuerdo conmigo. Mis palabras no se pierden. Quizás alguien las repetirá o llegarán a oídos de gente que las escuche y se anime. Puede que alguno de los que ahora no están de acuerdo las recuerde en una circunstancia favorable en el futuro y, con la coincidencia de estas circunstancias, llegue a convencerse o dude de su convicción en sentido contrario. Y así también en las otras cuestiones sociales y en algunas de las que especialmente se exige la Praxis. Reconozco que soy cobarde y no puedo actuar. Pero no creo que mis palabras sean inútiles. Ya actuará otro. Muchas de mis palabras le facilitarán, aunque yo sea cobarde, la energía. Purifican el suelo".
¿Cobardía? Ya sólo el decir es un acto de atrevimiento, una cosa de locos, un compromiso aunque sea con uno mismo (que no significa egoísmo). Retomando a Jabés, a Heidegger y a tantos otros la palabra y el ser llegan a la vez. Es un ejercicio de imaginación estética y política radical. La palabra, incómoda hoy, inapropiada para nosotros mismos, es un valor de futuro. Hay que ser muy valiente para decir lo que no se debe y como el resto de las cosas de nuestras insignificantes vidas, puede valer bien poco, pero es importante que lo hagamos. Vosotras, palabras.
ResponderEliminarDe acuerdo contigo Manu, pero a veces los que nos refugiamos en las palabras tenemos la duda si las usamos como espada o como escudo...
ResponderEliminarPerdona mi simplismo pero como espada o escudo las usamos como medios de defensa, o mejor de supervivencia. No sé, quizá estoy en un momento en que me importan más los resultados que los medios.
ResponderEliminarHermoso y necesario texto, Octavio; voces de las que consuelan en estos días. Encantado de abrazarte (y enlazarte :)
ResponderEliminarGracias Miguelton por tu comentario... y por abrazarme y enlazarme... Seguimos...
ResponderEliminarTe veo muy "maquiavélico" Manu...
ResponderEliminar