Un cuento para Emma
Amar, amor,
Amar con las alas abiertas
Sin corazón coraza ni máscaras
Amar como quien vuela
Cerca de la tierra
Siendo capaz de oler
Cada olor de la primavera
Cuando el verano empieza.
Amor, amar
Más allá de los diarios y de las noches en vela
Por las calles sin policías ni vergüenza
Amar y desear y soñar y vivir
Sin pedir permiso ni explicar las ganas que aprietan
Sin barrotes de jaula
Ni llaves de cerraduras que encierran
Amar y cuidar y sentir
Como si el cuerpo fuera toda la tierra
Cultivo de abrazos y besos
Esperanza de vida en las fronteras
Amar, enamorar, bailar
Pero también vivir sin cadenas
No pasar de puntillas por la vida
Sino danzando al ritmo de nuestras piernas
Siendo capaces de construir una casa
En la que no haya que cerrar las puertas
Con ropas blancas al aire en la azotea
Ese lugar futuro donde ser diferente
Sea la razón última y primera
Amor, amar, sí,
Pero también vivir sin trampas ni collejas
Arco iris que brilla sin necesidad de tormentas
Ese porvenir en que el orgullo no esconda una queja
Vindicación de cuerpos en danza
Los que fueron
Los que sin paz reposan en armarios y cunetas
Los que vendrán, hijos, hijas e hijes con alas y aletas
Los que somos, presente que sin memoria
Hará imposible el futuro que espera
Amor, amar, sí
Pero también vivir de veras.
Todos, todas y todes
Mar gaditano donde ser sirenas
con deseos y al fin con piernas.
Entre Europa y África,
Puente de Córdoba a San Roque,
La igualdad como bandera.
Me van a permitir, tras este agradecimiento emocionado, que les advierta de que no serán ustedes los principales destinatarios de mis palabras. Lo será una niña a la que no conozco pero es como si la conociera de toda la vida. A la que me dirijo como a quien se lee un cuento por las noches para activar su imaginación y para que piense en utopías posibles. Para ella son mis palabras. Para ella y para tantas niñas, y niños, y niñes, que son el eslabón que nos ata al futuro.
Me atrevo a escribirte esta historia, querida Emma, con la esperanza de que un día alguno de tus padres, o los dos a la vez, te la cuenten bajito. Como si fuera un cuento de esos en los que ya afortunadamente no existen princesas que salvar ni príncipes valientes. Has tenido la gran suerte de llegar a un hogar en el que dos hombres que se respetan y se quieren cuidan de ti. En una casa que es y será siempre para ti espacio de afectos. Qué afortunada vivir en este lugar del mundo, y en este momento histórico, en el que dos hombres pueden casarse, constituir una familia y caminar de la mano por la calle sin ser considerados pecadores o delincuentes. No te puedes ni imaginar el tesoro que supone tener ese núcleo cálido como tampoco eres consciente por el momento de la suerte que supone vivir en un país en el que, salvo involución que ojalá no llegue, podrás decidir qué hacer con tu cuerpo y con tu vida. Mujer con voz y voto, con libertad para amar y desear, con todas las opciones en tus manos para construirte. Y sí, ya que contigo me sale el femenino, aún sin saber si tú te verás como mujer en el espejo, dejémonos llevar por la terminación en a. El femenino de las personas, de la justicia, de la libertad, de la igualdad, de las diferencias, de la alegría, de la paz, de la justicia y de la democracia. De la calor y de la mar.
Debo confesarte que no todas tuvimos la misma suerte que tú. Yo también nací y crecí en una familia donde me sentí querido, aunque no entendido. Me tocó vivir en una época de este país en la que todavía tenía un precio ser un niño raro. Al que no le gustaba jugar al fútbol, ni seguir las bromas de sus colegas machotes. El que se refugiaba en los libros y en las películas. Y en su diario.
Yo también fui uno de niños al que no le gustaría volver a la infancia que tuvo. Yo solo quería “amar y ser amado”, como escribiera Roberta Marrero, la artista total que justo el día de lucha contra la LGBTIfobia, el 17 de mayo, decidió volar al cielo de las travestis.
“Yo no quería hacer activismo,
Ni estar orgullosa de simplemente ser yo,
Ni hacer de cada acto un acto político.
Yo no quería luchar,
Ni ser valiente
Ni un ejemplo,
Ni una lección.
Yo solo quería
Amar y ser amada,
Masticar chicle de rabioso color magenta,
Tener un novio a los quince,
Un primer beso que pudiera recordar amablemente…”
Me tocó vivir como adolescente los primeros años de la democracia, en un país en el que había otras urgencias y en el que tardarían décadas en aprobarse leyes que reconocieran la igualdad de todas las personas, con independencia de sus apetencias sexuales o de su identidad. Yo tuve que sufrir durante mi infancia y mi adolescencia a curas que en la escuela y en el confesionario no dejaban de hablarme del infierno y de pecados. Los mismos que ahora no permiten que mi pareja me dé un beso delante de un altar. Los que pecan y se confiesan, y vuelta a empezar. Los que callaron ante los abusos de tantos menores y se pasean por Grindr sin sotana ni misal. Tal vez por ello al Papa Francisco le guste tan poco el “mariconeo” pese a ser el jefe de uno de los más grandes armarios de la historia.
Aunque la Constitución nos proclamó a todos y todas iguales, no deberíamos olvidar lo mucho que tuvieron que pelear las mujeres para ser ciudadanas. Una lucha que no ha terminado como demuestran la feminización de la pobreza, las violencias machistas y los múltiples obstáculos que siguen sufriendo las mujeres por el hecho de serlo. Muros que se hacen más altos si son pobres, o extranjeras, o lesbianas, o trans. Todavía, pequeña Emma, queda mucho patriarcado por derribar y mucho machismo que desaprender. Una tarea en la que ya va siendo hora que los hombres nos involucremos.
Hombres que no bailáis
Ni os cuidáis ni cuidáis
Educados en la verticalidad del poder
Y en la arrogancia del héroe
Obligados a ser duros como una roca
Y a presumir de bragueta y virilidad
Tan acostumbrados al uso de la violencia
Que desconocéis la ternura de tocar
La acaricia del abrazo
Y la luz del dudar
Hombres machotes del mundo
Amariconaos de una vez, YA
Soltad el lastre de vuestros cojones
Y valorad vuestra fragilidad
Amariconaos y aflojaos la corbata
Y poneos un arco iris en el ojal
Amariconaos y amariconemos el mundo,
Bajemos de los púlpitos a los machos
Y atrevámonos desnudos a bailar
Dancing queen
Express yourself
Justify my love
It’s raining men
Aleluya
Bienvenidos a la revolución sexual
Tú, pero también yo, todas las personas que estamos aquí, deberíamos estar más que agradecidas a quienes en años complicados lucharon por nuestra dignidad. Quienes en épocas de persecución e incluso cárcel arriesgaron sus vidas por hacernos iguales ante la ley. Debo explicarte que la historia de los derechos humanos es una historia de luchas por la dignidad, de activismo social, de calles y plazas tomadas por cuerpos y banderas. Somos quienes somos hoy porque hubo quienes antes que nosotros se dejaron la piel en la batalla. Y no, no te creas que todas estuvieron en el mismo lugar. No todas se comprometieron, no todas dieron un paso al frente, no todas estuvieron a favor de los derechos en igualdad. Que no te cuenten el cuento de que todas trabajaron de la misma manera por la democracia. Una fábula en la que tanto se insiste en este país desmemoriado y en el que, no quiero asustarte, todavía hay cientos, miles de cuerpos en cunetas, de quienes fueron asesinados por ser rojos, maricones o republicanos.
No somos nadie sin memoria, Emma, y por eso espero que tengas la suerte de tener maestros y maestras que te cuenten la historia verdadera de esta España camisa blanca de mi esperanza; una tierra en la que hubo campos de concentración para maricones, en la que se nos aplicaron leyes como la de Vagos y Maleantes o luego la de Peligrosidad social, en la que durante décadas se nos explicó a Lorca en el colegio sin contarnos que era gay o en la que ser marica era el pretexto perfecto para ser objeto de un chiste o para que te convirtieran en la reina del carnaval.
En mi pueblo, y espero que algún día David te lo cuente mejor que yo, también vivió uno de esos maricones que luchó toda su vida por ser reconocido y que acabó convertido, tal vez a su pesar, en símbolo. Ese maricón, El Seta, fue detenido, sufrió insultos y palizas, tuvo que sacar fuerzas de flaqueza para no desfallecer y siempre fue, llegada la democracia, la reina del carnaval. Yo, que entonces era un niño, lo miraba desde lejos, con una mezcla de miedo y de curiosidad. El representaba, según mis mayores, todo lo perverso y pecaminoso. Lo prohibido.
Manolo Piedra, el Seta, encontró el amor de su vida en Richard, un hombre del otro lado del Atlántico, al que conoció a través de Internet. Ellos fueron los dos primeros hombres que se casaron en Cabra, una vez que un gobierno socialista impulsó la legalización del matrimonio igualitario. Los casó una mujer, la primera y de momento única alcaldesa que ha tenido mi pueblo, socialista y feminista. Nada fue casualidad. Porque en democracia nada lo es, sino que las cosas buenas son el resultado de fuerzas políticas que reman a favor de las libertades.
Manolo, como buen maricón, tenía su Virgen, su niña guapa, su madre eterna a la que cuidar. Su Virgen del Rocío que cada viernes santo procesiona en Cabra.
Maricas, mariquitas, maricones que gritan “dolores guapa”,
qué guapa va.
Que visten las fiestas de primavera con los colores de un rosal
Maricas, mariquitas, maricones de Esperanza, Amargura y Soledad
De Caridad, Paz, y Rocío
De Virgen del Carmen que camina sobre el mar.
Maricas, mariquitas, maricones de Pastoras, Asunciones
y Auxilios sobre el costal
Hombres sin mantilla y mujeres sin varal
Santa María la Coronada y azahar que sabe a mar
Maricas, mariquitas, maricones que procesionan
a pecho descubierto su verdad
Carnaval que vence a cuaresma
Tras la muerte toca resucitar
El incienso huelo a deseo
Y las estampas a novelas de amar
Maricas, mariquitas, maricones
Que le rezan a Ocaña en el agosto de Cantillana
Y a Lorca en la madrugá
Todos vestidos de soles y rezando con saetas y sin misal
Que el sol de Ocaña nos ilumine sin quemarnos
Que no nos detenga la autoridad
Que sigamos estallando por las esquinas
Cada viernes santo de magna y
El domingo de ramos al despertar
Maricas, mariquitas, maricones
¡Al cielo con ella!
¡Al cielo con nuestra libertad!
Manolo, el Seta, murió en 2022. Lo hizo al lado de otro mar. Del Mediterráneo, en Málaga. Fue enterrado en Cabra. En su entierro se cantaron las coplas que a él tanto le gustaban. Rocío Jurado, Marifé de Triana, la Piquer. Rafael de León, Quintero y Quiroga.
“¡Qué nos importa de nadie
Si nos queremos nosotros!
Aunque pongan una tapia
Y tras la tapia un foso,
Han de saltarlos tus brazos
Y han de cruzarlos mis ojos”.
Ay, las coplas. Los marineros de brazos musculosos y tatuados, los puertos habitados por placeres y peligros. Miguel de Molina en el exilio y Luis Cernuda, entre la realidad y el deseo. Si el hombre pudiera decir lo que ama,…
Tantos amores que no se pudieron decir. Arquitectura del silencio y la humillación. Rojo, amarillo y morado. Un triángulo rosa como símbolo de escarnio y de humillación. La misma que sufrieron quienes en los 80 y los 90 fueron arrasados por una pandemia que fue usada de nuevo para estigmatizar a putas y maricones. Una pandemia que, a diferencia de la provocada por el coronavirus, no generó ni entre los gobiernos ni entre las farmacéuticas prisas por investigar posibles vacunas. Espero que, a mitad del cuento, y aunque se estremezca tu corazón, alguien también te hable un día del dolor y de las pérdidas que provocó el SIDA. Una vez más, muerte, miedo y vergüenza.
El miedo y la vergüenza.
El miedo a que tus padres dejen de quererte, a la soledad, a ser demasiado visible en un mundo donde se paga un alto precio por ser diferente.
“El miedo que se pasa en el armario fabrica monstruos a partir de sombras chinescas”, dice Alana Portero.
El miedo y la vergüenza.
La vergüenza es como ese puñal que se clava en el corazón
y nos va desangrando poco a poco.
La vergüenza es como esa mano grande y dura que rodea nuestro cuello,
y lo aprieta, hasta casi dejarnos sin aire.
La vergüenza es la soga del ahorcado,
las pastillas del valiente/cobarde,
el espejo en el que no nos queremos mirar.
El barro en el que nos hundimos
El mar donde no sabemos nadar.
La vergüenza es lo contrario a la dignidad,
a la gramática del reconocimiento y los afectos.
Es la lente que nubla la vista del discriminado,
La muerte lenta que fabrica el poderoso.
La palabra que quema bosques enteros y nos deja enfermos sin habla
La vergüenza del rostro con manchas y la delgadez de ataúd
Esa que espero que tú, pequeña Emma,
Nunca te veas obligada a domar
Esa que bajo mil llaves ahora mismo vamos a encerrar
La que sí que merece estar en el armario
Allí, sola, hambrienta, enfermiza, donde no moleste jamás.
Estas palabras que hoy lanzo al cielo de San Roque son para Manolo el Seta y para tantos que como él tuvieron que vivir entre el miedo y el coraje, para todas esas mujeres que disimularon de amistad los amores prohibidos.
Todas herederas de Elena Fortún, la creadora de Celia, de la que descubriríamos no hace mucho que vivió toda su vida en un <<oculto sendero>>. Las que durante siglos fueron domesticadas para convertirse en madres y esposas, calladas y obedientes, sin deseos ni habitaciones propias. Las que todavía hoy son menos visibles que los hombres. Las sucesoras de Patricia Highstmith o Gloria Fuertes, de Victoria Kent y Safo, la poeta a la que Eros sacudió sus entrañas, “como un viento abatiéndose en el monte, sobre las encinas”.
Las doblemente armarizadas.
No hay peor cárcel que un armario
Es lo oculto dentro de lo privado
Lo encerrado de lo personal en lo íntimo
Lo condenado a oler a naftalina
y a vejez indigna.
Silencio, disciplina y autovigilancia.
Un armario es casi un patíbulo
En el que colgarse de las perchas
En el que llorar sin ser escuchado
En el que dejar pasar el tiempo esperando que el tiempo cambie.
Un armario es como un campo de concentración
En el que todos los diferentes son los enemigos
Una muralla, una jaula, un caja con precinto
El lugar donde no sobreviven ni mariposas ni geranios.
Un cuerpo en un armario es un fantasma,
Un muerto en vida
Un vampiro.
Un armario es la historia sin memoria
Los manuales sin cuerpos diversos y sin deseos torcidos
Las leyes sin cuerpos y los documentos sin rostro
Un armario es como un cubo de basura
En el que se pudren los sueños
En el que no caben danzas ni abrazos ni besos
Una prisión en la que uno mismo cree encerrarse
Cuando son los otros quienes detienen nuestro vuelo
...
Abramos pues todos los armarios
Los de la memoria herida y los de la historia sin contar
Los de las mujeres sin palabras y los de los maricas que murieron solos
Los de los tribunales y los de las iglesias que nos condenaron al infierno
Abramos los armarios y dejemos que en ellos se cuele el verano
El oleaje salado del mar de Cádiz
La furia saltarina del Levante
La belleza efímera de las buganvillas
Y el sabor detenido de los besos que no se dieron
Abramos los armarios
Y dejemos que el olor a ropa limpia invada el mundo
Una revolución de los y las parias que desde el Sur
Le plante cara a quienes pretenden de nuevo
Meternos en los armarios de la discreción, el recato
y las buenas costumbres.
Abramos los armarios
Y dejemos claro que no es solo cuestión de amar
Que es también cuestión de dignidad y derechos
Abramos los armarios
Y encerremos luego en ellos
A los fascistas que solo saben conjugar
Verbos que saben a odio
Adjetivos que nos quieren borrar.
No, inquieta Emma, por nosotras y por ti,
Ellos NO PASARÁN.
Ojalá tú nunca te veas obligada a encerrarte en un armario. Espero que pases por escuelas e institutos donde ningún niño o niña sea acosada por ser diversa, donde al fin nos hayamos liberado del verbo “tolerar” y hayamos aprendido a “reconocer”. Qué bonito será ese mundo en que nadie, como dice Pedro Lemebel, lleve cicatrices de risas en su espalda.
Yo, al que ves tan aparentemente seguro y firme, sigo arrastrando incertezas y fragilidad, incluso algunos miedos que no he conseguido superar. Eso sí, con el tiempo he ido sacando peso de la mochila que el machismo y la heteronormatividad dejaron sobre mis hombros. He ido desaprendiendo la masculinidad que para mí siempre fue una jaula. También para mí, como para Lemebel,
“Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero…
Y ésa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos”
Todavía hoy, te confieso, me cuesta liberarme del todo de ese machista que vive en mí, pero tengo cada vez más claro que estoy en el camino correcto. En el proceso que me ocupará toda la vida y que está haciendo que vaya liberándome de cargas, renunciando también a privilegios y asumiendo que no tiene sentido vivir en un mundo de binarios que se oponen. Hombres y mujeres, heteros y no heteros, cis y trans, blanco o negro. Lo humano, como la Naturaleza, vive más allá de ese pensamiento dualista. En algún momento del cuento habrá que explicar que también nacen personas intersexuales, a las que durante siglos hemos mutilado y que son la demostración evidente de que las personas estamos más allá de un pene o una vagina. Como también lo están tantas especies de animales y de plantas. El mundo, la Naturaleza, la vida, es un arco iris. Tiene todos los colores del arco iris. Y muchos más.
Espero que también a ti, como me sucedió a mí, te sirvan en este proceso las historias contados por otros y otras. Yo no habría sobrevivido sin las novelas, sin las poesías, sin las películas. Sin la imaginación. Porque la vida no es un cuento, traviesa Emma, pero sí necesitamos de los cuentos para vivir. Yo soy el que soy gracias a todos esos creadores y creadoras que escribieron de mí sin conocerme. En cuyas páginas me reconocí y aprendí. Algún día entenderás el valor de la cultura como constructora de derechos y libertades, de igualdad y de esperanza. Ese bien común que, de la mano de la educación, necesita ser sostenido desde lo público.
Podría incluso marcar un sendero en vez de con miguitas de pan con los escritores y las escritoras que fueron marcándome el camino. Como las losas amarillas en El mago de Oz. Ahora que lo pienso, me doy cuenta de que también la mayoría de ellos y de ellas fueron personas raras y torcidas. Lo fue Walt Whitman que estará en el cielo de los maricas, como escribiera Lorca. Me imagino entre ellos a Kavafis, el poeta de Alejandría, al cordobés Juan Bernier o al almeriense Agustín Gómez Arcos. Genealogía de hombres no machos en los que he ido reconociendo partes de mí como quien encuentra las piezas perdidas de un puzle.
Memoria también de mujeres, las siempre arrinconadas y explotadas, o santas o putas. Las herederas de Lilith, de María Magdalena, de tantas quemadas por brujas, revolucionarias, sufragistas, anarquistas y libertarias. Bolleras y trans. A las que en muchas ocasiones no les quedó más remedio que vender su cuerpo o agacharse para limpiar. Las que me enseñaron cómo luchar sin armas por la democracia y por la paz. Las que inventaron palabras porque su mundo no cabía en el vocabulario de los hombres.
Hijas y hermanas de Virginia Woolf que en los años 20 del pasado siglo imaginó un personaje, Orlando, que siendo hombre amanece después siendo mujer. Un sujeto trans, no binario, fluido. Gracias a Virginia, entre otras, descubrí que yo también soy Orlando. Que el mundo está lleno de Orlandos. Que todos los somos aunque no queramos reconocerlo. Y que las identidades no son más que ficciones políticas con las que los poderes – la Medicina, la Religión, el Derecho – siempre han tratado de domesticarnos.
Por eso te animo, valiente Emma, a rebelarte contra esas identidades que nos aprisionan. Espero que vayas descubriendo que la poesía, la literatura, la imaginación en definitiva, es la razón más revolucionaria que existe porque nos permite crear metáforas, romper las reglas, inventarnos nombres, soñar países.
La poesía … y el amor. Pero no el amor romántico de los cuentos en que siempre un príncipe rescataba a la princesa de los monstruos. No, el amor entendido como oportunidad para encontrarnos y conversar, para cuidarnos y gozar, donde no haya dominio ni dependencias malsanas. El amor como ventana desde la que descubrir otros mares, como sábana en la que los cuerpos compartan sudores y temblores, como ese guiso lento al que las abuelas dedicaban fuego y tiempo. Amar como cuidar. Eso que hace Manolita Chen en su hogar de gentes sin hogar, lo que siempre hicieron nuestras madres, lo que hoy hacen mujeres migrantes a las que no dudamos en explotar. El amor como abrazo. Las brazos unidos que sostuvieron al cordobés Pepe Espaliú en su carrying contra el SIDA.
La revolución de la poesía y la revolución del amor. Esa que apenas adivinó otra Emma de la historia de la literatura, la que imaginó Flaubert, la Madame Bovary que quiso romper con las ataduras de un mundo de hombres. Y por si no te ha quedado claro, Emma, que serás mujer que amará, recuerda lo que un día Gloria Fuertes nos advirtiera con su socarrona lucidez de bollera universal:
“Estar en los brazos de quien amas
es lo más parecido a estar en mi nombre.
¡Gloria bendita es!”
En todo caso, curiosa Emma, espero que también acabes dándote cuenta de que cuando hablamos del Orgullo, no deberíamos nunca olvidar su origen de lucha y reivindicación. Ese que ha pretendido borrar la máquina capitalista que nos quiere a todos como consumidores con una Golden visa en la cartera. Soy más de ese orgullo crítico que piensa que lo hemos reducido a una fiesta sin contenido, a un escaparate sobre todo pensado para quien tiene recursos y visibilidad.
Y es que con frecuencia cuando hablamos de igualdad, de no discriminación, se nos olvidan otras muchas circunstancias que nos hacen vulnerables.
Se nos olvida lo frágil que es un chico o una chica migrante, o una persona refugiada, que ha tenido que dejar su país de origen, su casa, su familia, porque no puede ser quien es y porque incluso corre riesgo su vida.
Se nos olvida que no es lo mismo vivir en una gran ciudad que en un pueblo, donde el control social es mayor, las costumbres están más arraigadas y existen menos oportunidades de comunicación con personas que viven lo mismo que tú.
Se nos olvida como cuándo el género se entrecruza con la identidad sexual, la mezcla es explosiva y coloca a muchas mujeres, especialmente mujeres, en condiciones de explotación y servidumbre. Las esclavas del siglo XXI. Las que son prostituidas, las que recogen fresas por una miseria, las que limpian nuestra mierda, la que cosen camisetas de ZARA donde se lee “Yo soy Feminista”.
Se nos olvida que hoy por hoy, pese a todo lo que hemos cambiado, las mujeres lesbianas continúan siendo menos visibles, menos reconocidas, menos valoradas, porque no olvidemos que este mundo sigue siendo un mundo hecho a imagen y semejanza de nosotros, los hombres.
Se nos olvida que también hay machismo entre los gais como hay violencia entre los homosexuales. También en los calzoncillos de los maricones habita el patriarcado. Incluso en la izquierda, aunque pueda parecerte una paradoja, hay machismo y homofobia. Más de la que pudieras imaginar, inocente Emma.
Se nos olvida que muchas personas mayores se ven obligadas a volver al armario cuando en la vejez, cuidadas en residencias y dependientes de otros, no encuentran espacio para continuar siendo ellas mismas.
Se nos olvidan las gitanas lesbianas, las personas que con capacidades diversas pareciera que no tienen derecho a gozar, las que suman y multiplican discriminación por el color de la piel o por el barrio en el que nacen, los gais gorditos, las bolleras masculinas, las travestis que no quieren dejar de cantar, las adolescentes que no quiere ni el rosa ni el azul, tantas personas raras que son vistas como desviadas, monstruosas o peligrosas por quienes se creen en posesión de la normalidad.
Se nos olvida la soledad de tantos y de tantas, las ganas de desaparecer y los suicidios cuando ya el cuerpo no aguanta, el intenso dolor que supone seguir siendo tú pero apareciendo ante los demás como ellos quieren verte.
Y, claro, se nos olvida mirar más allá de nuestras fronteras, hacia lo que ocurre ahí tan cerca, al Sur del Sur, donde amar con libertad es un delito, donde hasta con la muerte te pueden juzgar. Piensa que incluso en algunos países de la democrática Europa hoy gais, lesbianas o trans no podrán salir a la calles para reclamar dignidad.
Te mentiría, soñadora Emma, si te dijera que ya lo hemos conseguido todo. Nos equivocamos si pensamos que los derechos están conquistados de una vez para siempre. Al contrario, tienen que pelearse todos los días. Por eso, necesitamos que el movimiento LGBTI despierte del letargo en el que parece instalado en los últimos años. Necesitamos políticas que pongan el foco en las condiciones sociales y económicas en que viven las personas no normativas, en un sistema educativo donde convivan de verdad los cuerpos y las identidades diversas, en muros frente a la ofensiva reaccionaria que hoy quiere devolvernos al armario.
Nos sobran políticos y políticas haciéndose la foto el 8 de marzo, el 25 de noviembre o el 28 de junio, y nos faltan compromisos reales en el día a día. Convencidos todas de que colgar una bandera en el balcón del ayuntamiento es mucho más que un símbolo, pero que no basta con hacer del arco iris un fondo de pantalla.
Nos queda mucho camino por recorrer para llegar a ese paraíso en el que hayamos superado el binarismo de género, las identidades que asfixian y hayamos reconocido al fin que todas somos seres en movimiento, en tránsito. Nómadas y forasteras, emigrantes y raras. Todas Orlando.
Hoy es un día para la celebración pero también para la reivindicación. Para la memoria pero sobre todo para el futuro. Por eso desde la primera palabra no he dejado de pensar en ti. En todas las mujeres, los hombres, las personas no binarias, trans, de género fluido, nómades, que seréis. En esa futura ciudadanía por la que ya deberíamos estar trabajando, desde y para la igualdad, con el feminismo como práctica revolucionaria y el arco iris como energía que nos haga al fin reconocernos en la equivalencia. Ese mundo en el que todas, todas y todes salgamos a la luz. Esa luz, que como bien dice Paco Vidarte, fue siempre heterosexual.
Apropiémonos pues de esa luz. Con ella en la mano me gustaría llevarte, poderosa Emma, como final del cuento, por un camino mágico como por el que un día caminó Judy Garland en El mago de Oz. Pisando baldosas amarillas. Aprendiendo juntas la fragilidad del espantapájaros y la ternura del hombre de hojalata. Haciéndote ver que la ética del cuidado es el único pasaporte posible hacia una Humanidad en la que al fin reconozcamos nuestra vulnerabilidad e interdependencia.
Todas y todos bajo el arco iris, con el olor fértil de la tierra mojada, con esa paz que se queda en el campo una vez que ha terminado la tormenta. Con un DNI en el que diga al fin que somos habitantes de la Tierra y en el que sobre la casilla azul o rosa. La utopía que imaginamos y construimos pensando en las generaciones futuras. Esos niños y niñas que van a nacer, decía Pedro Lemebel:
“Con una alita rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar”.
Ese es el cielo en el que me gustaría verte volar. Me gustaría que tú fueras la Lucy de la película, la niña de los poemas de Gloria Fuertes, la mujer enamorada de Safo, el Orlando de Virginia Woolf, una mujer negra de Audre Lorde o una fronteriza de Gloria Anzaldúa. La heredera de Clara Campoamor y de tantas mujeres valientes. Las que fueron capaces de criar hombres tiernos y amorosos como tus padres. Las que cosieron banderas con las que luego se hicieron las revoluciones.
Ven conmigo, Emma,
vamos a abrir las puertas de todos los armarios que todavía están cerrados.
Vamos a inventarnos nuevas palabras para definir a las nuevas personas.
Vamos a pensar otro final para los cuentos de siempre.
Vamos a creernos que la felicidad, en democracia, solo es posible si es la de todos y la de todas, y la de todes.
Vamos a afeminarnos hasta que la pluma, lejos de ser una losa, se convierta en medalla
Vamos a ocupar las calles y las plazas con cuerpos diversos, de la mano y en red, como si estuviéramos bordando una bandera con los recuerdos de quienes fueron y con los sueños de quienes serán,
Vamos a superar los muros y vamos a sumar proyectos de futuro y horizontes donde nadie sea extranjero,
Vamos a resignificar las palabras maricón, bollera, travesti, y vamos a convertirlas en altares donde velar la memoria.
Vamos, Emma, a bailar y a celebrar.
A vindicar y a trabajar por la igualdad desde las diferencias
Con orgullo, con responsabilidad, con ternura, cuidándonos.
Vamos, en fin, querida Emma, a cubrir el mundo con un gigantesco arco iris. A ver si así dejan las bombas de caer y los árboles alcanzan el cielo. Rojo no de sangre sino de amapolas. Nos lo están pidiendo a gritos una niña herida de Gaza, una desconsolada huérfana de Ucrania, la adolescente de piernas delgadas que atraviesa el desierto africano en busca de la otra orilla.
Vamos, Emma, que nos va la vida en ello.
Que nos va tu futuro en ello.
Que nos va el futuro de la Humanidad en ello.
¡Vamos!
Que este Orgulloso proyecto no ha hecho más que comenzar.
AMÉN
Octavio Salazar Benítez
Córdoba, mayo-junio 2024
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