<<Las necesidades trascienden las identidades, y las necesidades en común construyen puentes y horizontes compartidos>>
Christo Casas, Maricas malas
En estos
tiempos tan narcisistas de pantallas, de repliegue identitario y tiempo
consumido por la (auto)explotación de esas que Remedios Zafra llama “vidas
trabajo”, cada vez es más complicado articular propuestas colectivas. Mucho más
si se trata de aunar necesidades y vivencias, memorias y promesas, de quienes
han vivido como sujetos subyugados. El mundo digital nos ofrece la fantasía de
creernos únicos, de recrearnos en nuestra propia imagen para, desde ella,
sentirnos singulares. A la velocidad del dedo que hace pasar las imágenes sobre
la palma de nuestras manos. Todo ello
mientras que no hemos sido capaces de desmontar las ficciones políticas – y
jurídicas – que nos dividen de manera jerárquica, al tiempo que el sistema se
encarga de que entendamos como secundarias las condiciones materiales que son
las que hacen posible, de hecho, la igualdad. Nos hemos quedado sin futuro y el
presente acaba jugando un pulso entre la melancolía de lo vivido, el miedo del
porvenir y la borrachera, falsamente igualitaria, del aquí y del ahora. Un
escenario perfecto para que, herida de muerte la democracia, la bandera de la
libertad ondee en manos de quienes nos ofrecen respuestas simples y un sofá
confortable sin un espejo en frente en el que mirarnos.
Llegados
a este punto en el que la esperanza política, a lo María Zambrano, cada vez se
nos antoja más cara, resulta frustrante asistir a la complicidad de tantos y de
tantas, no sé si consciente o no, con las reglas del juego que marcan los de
siempre. Los dueños y las dueñas de lo normativo, de los regímenes de verdad,
de los dogmas laicos con los que es imposible pasar el testigo de una mano a
otra, como en aquellos brazos que de manera sucesiva sostuvieron en su día a mi
paisano Pepe Espaliú. Hemos ido dinamitando a una velocidad de vértigo los
puentes, dejándonos llevar por ese marco dualista y oposicional que no solo
enfrenta sujetos e ideas sino que también reduce la política a un pulso de
machitos que, con pene o sin él, pelean por demostrar quién la tiene más
grande. Lo de menos es el pretexto. Una ley, una ministra, un error, una
coalición con tiritas. Lo de más son las enormes oportunidades que por el
camino estamos perdiendo para ensanchar la lógica de los derechos y de la
justicia. Quizás olvidándonos de la
potencia del feminismo para desorganizar las política sexuales dominantes.
Ante las
amenazas ciertas de regresión constitucional y de negación de derechos que
ilusas pensamos que serían para siempre, volveremos a equivocar la estrategia
si solamente nos refugiamos en nuestra parroquia y si nos creemos el cuento de
que el BOE es el paraíso soñado. En un país como el nuestro, en el que
afortunadamente disponemos de una batería normativa más que notable en materia
de derechos de las personas LGBTI, el acento debería ponerse en cómo se
ejecutan e interpretan las normas, en cómo se dotan de recursos para hacerlas
efectivas o por el contrario se dejan morir sin derogarlas expresamente, en
cómo la perspectiva interseccional, tan ausente todavía cuando hablamos de
igualdad, nos coloca como sujetos en lugares jerárquicos diversos, atravesados
por distintas opresiones. La mayoría de ellas con un carácter tan sistémico que
solo nos liberaremos de ellas cuando cambiemos las reglas del juego y hagamos
de la autonomía, y de las condiciones que la posibilitan, el presupuesto ético
y jurídico de nuestro estatus ciudadano. Un horizonte de posibilidad que
difícilmente alcanzaremos si continuamos en nuestras trincheras, si emulamos a
los voceros misóginos y a sus armas arrojadizas, si no nos fijamos de una vez
por todas más en las objetivos a perseguir que en el marco simbólico que nos
hace sentirnos diversas. Hablamos pues
de un proyecto vulnerable pero cargado de potencia, de una táctica basada en
los aprendizajes compartidos y en la conversación, de una suma política y
radical que abandone al fin el tono moralista de los púlpitos y acoja el
seductor y esperanzado de la igualdad. Recordando siempre que, como dice
Carolina Meloni, el feminismo no es una palabra que exista en singular y a
solas.
Auscultemos
pues los pliegues y las brechas, las heridas y las rupturas. Esas roncas donde
encallan las subjetividades desobedientes. Todo ello sin renunciar ni a
alegría, ni a los placeres, ni a nuestra común y compartida fragilidad. Sin
divisiones morales entre lo respetable y lo disidente. Orgullosas no tanto de
una identidad sino de ser cuerpos vivientes, capaces de llenar las calles y las
plazas con la energía cívica de la dignidad plural y en construcción. El
nomadismo de sujetos en gerundio, habitantes de las fronteras como lugares
fértiles, al fin convencidos de cuál es el verdadero enemigo y de la
importancia de las alianzas para hacer saltar por los aires la casa del amo. En fin, la posibilidad de un activismo como
red/trinchera donde cuidarnos y que nos permita transformas nuestra desafección
privada en ira politizada (val flores).
Fotografía: Primera manifestación del Orgullo en nuestro país, Barcelona, 26 de junio de 1977.
PUBLICADO EN EL PAIS, 28 de junio de 2024:https://elpais.com/sociedad/2024-07-01/orgullo-de-horizontes-compartidos.html?outputType=amp
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