Ir al contenido principal

NO TE PREOCUPES, QUERIDA: Betty Friedan en el siglo XXI


Olivia Wilde me sorprendió con su primer largometraje como directora. Sus Super empollonas, que pasó muy desapercibida en el momento de su estreno, era una divertida y fresca vuelta de tuerca a las tradicionales películas norteamericanas de "instituto" en la que el protagonismo siempre estuvo en los chicos, en sus intereses y en su liderazgo. Y en las que las chicas no eran más que objetos al servicio de las necesidades, especialmente sexuales, de los machos destinados a salvar el mundo.

Wilde, por el contrario, situó el foco en dos adolescentes que, en vísperas de su graduación, se plantean si realmente han perdido el tiempo dedicándole tantas horas al estudio y tan pocas a divertirse. En este caso, y como escribí tras verla, "las Súper empollonas llevan las riendas de la acción, son las heroínas imperfectas de la trama y actúan en función de sus deseos, intereses y aspiraciones. Y hasta las vemos dueñas y señoras de su sexualidad, sin que ésta, como es lo más habitual en el cine comercial, esté en función de los deseos masculinos. A su lado, los chicos que aparecen en un segundo plano parecen niños que se resisten a crecer por más que se crean los dueños de los púlpitos. Ellas, son el futuro, vienen pisando fuerte. Ya era hora, por cierto (https://lashoras-octavio.blogspot.com/2019/09/la-sororidad-de-las-super-empollonas.html)


En su segundo largometraje como directora, que carece de la frescura del primero y que tras una brillante primera parte desemboca en un final excesivo y con demasiada carga de fuegos de artificio, Wilde vuelve a insistir en cómo el mundo, hecho a imagen y semejanza nuestra, ha tratado y trata a las mujeres. A través de una suerte de distopía, que podría ser una prima hermana colorista de El cuento de la criada, aunque no por ello menos amarga, la directora nos dibuja con estética de los 50 los moldes y patrones sobre los que el patriarcado construye el "contrato sexual". Esa idílica comunidad de Barbies y Kens, en la que, como es debido, los hombres salen todas las mañanas a trabajar en un proyecto del que apenas nada se sabe, y las esposas quedan en los hogares entregadas a su papel de siervas domésticas, trabajadoras sin reconocimiento social y económico, y por supuesto fieles cumplidoras de la ley del agrado, es un retrato perfecto de cómo durante siglos hemos repartido funciones, roles y responsabilidades en función del género. Y de cómo ese reparto ha supuesto una negación de la autonomía de las mujeres, un estado pues de subordinación, que es del que la protagonista, Alice - una radiante Florence Pugh que se come con poderío al soso de Harry Styles (Jack) - empieza a tomar conciencia y frente al que, con muchos esfuerzos, trata de rebelarse.  Un estado de subordinación construido sobre el silencio de ellas y sobre la palabra de ellos que constituyen una fratría en la que, mediante pactos que no vemos, hacen y deshacen. Con un ánimo casi religioso de salvación final. La estrecha conexión del patriarcado con los fascismos que niegan derechos nos pone la piel de gallina en este siglo XXI donde la suma de locos que gobiernan y extrema derecha rampante no augura nada bueno.

Todo ello mientras que ellas deben sentirse felices en un mundo cerrado a lo "show de Truman", del que no pueden salir y en el que se supone, según la palabra masculina, que disfrutan de la mayor felicidad posible. Ese supuesto paraíso, lógicamente, solo puede sostenerse sobre las violencias que no se ven aparentemente pero que soterradamente mantienen la superioridad de esos señores que, cuando vuelven a sus casas, encuentran a una Barbie que ha limpiado, cocinado, callado y, además, está siempre dispuesta a satisfacer sus necesidades sexuales. El matrimonio, ya saben, como un espacio muy próximo a la prostitución. Como apropiación, que diría Carole Pateman, de los trabajos, las capacidades y, por supuesto, el cuerpo de las mujeres. Las raptadas, las bellas durmientes, las histéricas. Todas ellas son las mujeres del proyecto Victoria, en el que es evidente quienes son realmente los vencedores y quienes las vencidas. "No te preocupes, querida", yo te salvaré: Jack como el príncipe que mantiene a la princesa en un sueño que a él le permite creerse un dios.

La fábula se le va de las manos a Olivia Wilde, que se reserva el papel de mejor amiga de Alice, y desemboca en un caótico final que seguramente despistará a más de un espectador. Lo más interesante de la película es el proceso mediante el que vemos cómo la protagonista va, de alguna manera, reconociendo eso que Betty Friedan denominó "el mal que no tiene nombre". Como su memoria y su presente se van entrelazando, aunque solo sea a fogonazos, para revelar que esa felicidad construida no es su felicidad. Tal vez, y a diferencia de lo que ocurría en Superempollonas, me ha faltado en el relato ese punto de sororidad que habría introducido un revulsivo en esa comunidad de silencios y sumisiones - o sea, el patriarcado - y que solo débilmente atisbamos en ese final en el que no queda muy claro si habrá alguna más que siga los pasos de Alice. El círculo eterno de danzarinas y nadadoras cuyos hilos mueven otros y que necesita que, en un determinado momento, haya una mujer, o varias, como nos ha demostrado la historia del feminismo, que se salgan de la disciplina. Que dejen de ser como una burbuja dorada en un anuncio de champán y recuperen las riendas de sus vidas. 

En fin,  No te preocupes, querida es una de esas películas, me temo, que aburrirá a una gran mayoría de hombres y que a muchas mujeres, les guste más o menos, les hará verse como en un espejo. Un irregular relato que habría necesitado algo de tijera en el guion y que no solo nos habla del pasado sino que nos advierte de lo que corre el riesgo de resucitar. Eso que tantos hombres, aburridos ante la pantalla, no se atreven a cuestionar. Al contrario, eso que algunos, bastantes, están dispuestos a reproducir y alabar:  lo que es utopía para unos y que es distopía para las demás.




Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad

EL ÁNGEL DE AURORA Y ELENA

  El dolor siempre pasa por el cuerpo. Y la tristeza. También el goce, los placeres, la humillación. Somos cuerpo atravesado por las emociones. Los huesos y la piel expresan los quiebros que nos da la vida. Esta acaba siendo una sucesión de heridas, imperceptibles a veces, que nos dan nombre. Algunas supuran por los siglos de los siglos. Otras, por el contrario, cicatrizan y nos dejan tatuados. Las heridas del amor, de los placeres, de los esfuerzos y de las pérdidas. Estas últimas son las que más nos restan. Como si un bisturí puñetero nos arrancara centímetros de piel.   Sin anestesia. Con la desnudez propia del recién nacido. Con la ligereza apenas perceptible del que se va. No puedo imaginar una herida más grande que la provocada por la muerte de un hijo apenas recién iniciado su vuelo. Por más que el tiempo, y las terapias, y   las drogas, y los soles de verano, hagan su tarea de recomposición. Después de una tragedia tan inmensa, mucho más cuando ha sido el fruto de los caprich

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un n