REFLEXIONES Y RETOS EN LOS 20 AÑOS DE AHIGE
El gran reto pendiente en las sociedades formalmente iguales del siglo XXI es la superación de un “contrato social” que todavía hoy se sustenta sobre un “contrato sexual”, por más que éste haya sido erosionado tras varios siglos de lucha feminista. Pese a todos los avances que en materia de igualdad se han alcanzado en el siglo XX, seguimos teniendo una “ciudadanía sexuada”, tal y como la califica la constitucionalista Blanca Rodríguez, y por tanto mujeres y hombres seguimos detentando un estatus diferente por más, insisto, que las leyes nos definan como iguales. El objetivo es pues político ya que tiene que ver con la superación de unas estructuras de poder y, por tanto, solo podrá enfocarse de manera adecuada desde una mirada y una acción colectiva. El feminismo representa un proyecto político y emancipador, una revisión de las marcos normativos y de los imaginarios colectivos, así como una propuesta revolucionaria que pretende superar las referencias de valor y autoridad construidas sobre la masculinidad, entendida ésta como una especie de “megaestructura” equivalente a la universalidad. El trabajo pendiente tiene que ver pues con los cambios sociales, políticos, económicos y culturales que impliquen la definición de otras “reglas del juego” y que, de manera singular, incidan en cómo entendemos el poder – quién lo ejerce, para qué, de qué manera – y la ciudadanía – en cuanto presupuesto del régimen de derechos y libertades que nos singulariza en cuanto sujetos políticos.
El compromiso de los hombres ante tan ambicioso reto, que no es otro que el que ha de llevarnos a una democracia auténticamente paritaria, pasa por diferentes niveles, empezando por la concienciación y concluyendo en una acción militante que ha de llevarnos a una praxis transformadora en todas las esferas de nuestra vida. Desde la más personal – la pareja, la familia, las amistades – hasta la más pública – la laboral, la social, la política. Este compromiso, que ha de pasar necesariamente por una concienciación/aprendizaje que entiendo solo puede producirse por y a través del feminismo, habría de traducirse en una transformación de todos los espacios que habitamos – y que nos habitan - , en los que tendríamos que reposicionarnos – de manera que abandonemos nuestra posición de dominio – y en los que tendríamos que contribuir a consolidar otros métodos de relación, de gestión de conflictos y de distribución de tareas/responsabilidades. Todo ello unido a un reconocimiento de la equivalencia, en poder y autoridad, de las mujeres, y a un trabajo insistente de revisión de todos los machismos que reproducimos cotidianamente.
Esta praxis transformadora debería desarrollarse de manera singular en espacios en los que se pone en juego la socialización de los individuos – la familia, la escuela, los medios de comunicación, las redes sociales – y en aquellos en los que todavía encontramos obstáculos singulares para la paridad, tales como partidos políticos, sindicatos, organizaciones empresariales, colectivos y asociaciones mediante los cuales ejercemos “ciudadanía”. Además de incidir en “territorios” reactivos y conservadores como puede ser la Administración de Justicia. Es decir, deberíamos comprometernos activamente en la realización de la agenda feminista en todos y cada uno de esos espacios que son pieza esencial de la vida democrática y que desempeñan un papel clave en la definición de los valores, las prioridades y los horizontes éticos de la vida en común. Y en este trabajo habría de ser nuestra responsabilidad dirigirnos a otros hombres, trabajar con ellos, de manera que podamos quebrar de una vez por todas los “pactos entre caballeros” sobre los que se sustenta el patriarcado.
En este marco de acción política, entiendo que el sentido de una asociación de hombres igualitarios, que doy por supuesto que solo podrían ser antipatriarcales, y por tanto feministas, no debería ser otro que incidir de manera permanente y públicamente evidente en el cuestionamiento crítico de: a) el patriarcado como estructura de poder; b) el machismo como cultura y c) la masculinidad como superestructura que nos define y que define la Humanidad. De la mano siempre del activismo feminista, y teniendo como referencia básica el programa político que dicho movimiento ha ido atesorando durante siglos, una asociación de esta índole debería ser capaz de articular un discurso y una praxis capaz de plantea una alternativa a la reacción (neo)machista que estamos viviendo. Evitando en todo caso caer en la complacencia, el narcisismo e incluso el androcentrismo que con frecuencia representan las “nuevas masculinidades”. Más allá de su trabajo más terapéutico y emocional con los hombres, debería plantearse como objetivos prioritarios ser un referente público de subjetividades alternativas y de acciones concretas que deberían proyectarse en todos y cada uno de los ámbitos de nuestras vidas. Su implicación debería ser clave, además, en los necesarias políticas públicas que se desarrollen, por ejemplo, en el ámbito educativo y en cualquier proceso relacionado con la socialización de los más jóvenes. Debería asumir como cuestiones urgentes la educación en una afectividad y sexualidad empáticas, en la no violencia y en la corresponsabilidad. Y, al mismo tiempo, debería pronunciarse de manera rotunda contra cualquier forma de explotación y servidumbre de las mujeres, haciendo una rigurosa pedagogía sobre las responsabilidades masculinas en dichas prácticas. De la misma manera que tendría que llevar a cabo una acción comprometida con modelos económicos diversos a la lógica extractivista y depredadora que representa en su versión más extrema el neoliberalismo.
Una asociación de hombres por la igualdad, a estas alturas del siglo XXI, y en el contexto de la complejidad y desigualdad creciente que caracteriza el mundo globalizado, solo tiene sentido si asume un compromiso radicalmente político, que no ha de ser otro que el trabajo por y hacia otro modelo civilizatorio que es lo que representa el feminismo. En el que al fin la jerarquía que representan los géneros se diluya y en el que seamos capaces de con-vivir como seres equipotentes, empáticos y corresponsables. Un programa ambicioso, utópico y esperanzado, en el que no podemos pretender que las mujeres nos eduquen o nos salven, sino que hemos de ser nosotros, a ser posible de manera colectiva – o sea, política – quienes hagamos el trabajo que llevamos siglo eludiendo.
* TEXTO PUBLICADO EN EL NÚMERO ESPECIAL DE LA REVISTA "HOMBRES IGUALITARIOS" (AHIGE), MARZO 2022, CON MOTIVO DE LOS 20 AÑOS DE LA ASOCIACIÓN.
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