El Derecho, y más en general la Cultura Jurídica, es una de esas maquinarias institucionales y simbólicas mediante las que el patriarcado ha mantenido no solo un determinado orden social sino también una determinada construcción de las subjetividades masculina y femenina. Como le ocurre a todo orden conservador, la desmemoria es una de sus principales aliadas, muy especialmente en todo lo que tiene que ver con las mujeres que, en momentos históricos complicados, tuvieron la valentía de escaparse de la norma. La Cultura jurídica, como en general todas las construcciones e imaginarios hechos a imagen y semejanza nuestra, se ha empeñado siempre en hacer invisibles a las que desafiaron el poder hegemónico. Y todavía hoy, en pleno siglo XXI, y en sociedades formalmente iguales como la nuestra, el Derecho que se sigue enseñando en nuestras Facultades sigue respondiendo a esas reglas del juego. Solo muy excepcionalmente aparecen los nombres y las obras de mujeres en algún manual, en alguna nota a pie de página de una sesuda monografía y, en general, en las referencias que los y las juristas seguimos usando en un imaginario que todavía se resiste a abandonar la universalidad de lo masculino. En este sentido, y aunque me consta que existen proyectos de investigación, capitaneados por mujeres, en los que se está tratando de cubrir ese vacío doloroso, todavía hoy carecemos de ese hilo de memoria que nos permita entender mejor el presente y prepararnos con más argumentos para el futuro. Un hilo que tiene nombres y apellidos de mujeres que cuestionaron la hegemonía del patriarca.
Una de esas mujeres españolas a las que nuestra endeble memoria democrática ha tratado mal es la gaditana Mercedes Formica, sin duda uno de los personajes más interesantes, incluidas sus contradicciones y sus compromisos públicos que podríamos calificar como acomodaticios durante el franquismo, de un siglo XX en el que al fin en nuestro país pudimos alcanzar una imperfecta democracia. Sin duda, su temprana afiliación a la Falange, de la que posteriormente se iría distanciando, ha condicionado la mirada que se ha tenido sobre ella y sobre su trabajo como jurista. Yo mismo no supe nada de ella hasta que leí a María Telo, que la incluye en ese todavía por reconocer largo recorrido que llevó en nuestro país a romper con un estatuto jurídico que convertía a las mujeres, muy especialmente a las casadas, en una especie de menores de edad permanentes. La lectura de sus memorias, que con el título de Pequeña historia de ayer han vuelto a ser editadas por Renacimiento, me han permitido descubrir la trayectoria de una mujer inteligente, apasionante y creativa. Simplemente por haber impulsado la que popularmente se conoció como la "reformica", mediante la que en 1958 se dio un primer paso para mejorar la situación jurídica de la mujer casada, iniciándose así un largo proceso de reformas que no culminarían hasta los años 80, la gaditana debería figurar no solo en la memoria de los y las juristas sino en la de todas las mujeres que todavía hoy siguen batallando frente a los varones que insisten en mantener sobre ellas el dominio que históricamente legitimaron las normas.
La reforma del Código civil impulsada por Formica, que acabó con una institución tan perversa como el "depósito de la mujer casada" o con una liquidación de la sociedad de gananciales pensada siempre para favorecer al marido, fue solo un primer pero significativo paso para superar la arquitectura jurídica de un contrato sexual que, desde siglos atrás, había mantenido a las mujeres en un estado de subordinación. Algo que la propia Mercedes había vivido muy cerca en su casa por las consecuencias tan negativas que tuvo para su madre una separación en la que el "diligente buen padre de familia" dictó su ley. Como tantas otras mujeres que en nuestra historia contemporánea fueron conscientes de la necesidad de cambiar las leyes para garantizar la autonomía de las mujeres, Mercedes Formica estudió Derecho y dedicó la mayor parte de sus energías profesionales a luchar contra quienes siempre eran los y las más vulnerables: las mujeres y los hijos/las hijas. Ella siempre tuvo muy claro que su ideal no era el de la mujer abnegada, dependiente de marido, sino que siempre peleó por tener su habitación propia y su propia voz. "Solo me casaría por amor y el camino más fácil para conseguirlo era lograr la independencia económica". Ferozmente crítica con la sociedad conservadora de la Sevilla de aquellos años, ciudad en la que pasó una larga temporada y en la que sin embargo consideraba que vivir "resultaba una delicia", y observadora y partícipe de la vida cultural de un Madrid que en 1933 bullía y en el que ella detectaba cómo la República había valorado con nuevo criterio a "los españoles entregados a las tareas del espíritu", la que también fue autora de varias novelas y cuentos llegó a publicar en 1950, en la Revista de estudios políticos, una recensión de El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. En ella, reivindica la independencia económica de las mujeres y critica el lugar secundario que siempre ocuparon en el ámbito profesional. Y es que Formica también peleó contra la exclusión de las mujeres de las oposiciones que permitían solo a los varones acceder a la Judicatura, a la Abogacía del estado o a las Notarías. "En busca de trabajo. La exigencia de cumplimiento imposible: ser varón" es el título radical y contundente del primer capítulo de su último volumen de memorias.
Sobran pues las razones para que Mercedes Formica, de la que leer las descripciones de las ciudades en que vivió – Cádiz, Sevilla, Córdoba, Madrid – y de los muchos hombres y las muchas mujeres con las que se fue encontrando en su trayectoria personal y profesional es una auténtica delicia, recupere el lugar que siempre debió tener en la memoria de los y las juristas, y por supuesto en la de todas y todos quienes han batallado y lo siguen haciendo contra las discriminaciones y violencias sufridas por las mujeres. Solo desde esa desmemoria o, peor aún, desde una memoria sin matices y sin las aristas que necesariamente genera el conocimiento, se puede entender que en 2015 fuera retirado el busto que homenajeaba a Formica en su Cádiz natal, mientras que por el contrario en 2018 el Ayuntamiento liderado por Manuela Carmena le dedicaba una calle en Madrid. Un gesto, el gaditano, supongo que fruto de arrebatos políticos y que contradice lo que Formica escribe sobre la ciudad que yo tanto amo: "Las puertas de las casas gaditanas estaban abiertas al forastero. Cádiz era, y es, una ciudad tolerante, de expresión amiga, balcón de dos mares unidos en el estrecho, que continúa sintiendo muy cerca La Habana y Manila, donde la convivencia fue siempre posible". En fin, la "salada claridad" de Machado que también permitió a la jurista ver esa ciudad secreta que, dicen los gaditanos, habita bajo las aguas de La Caleta.
Publicado en Diario Público, viernes 17 de julio de 2020:
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