- Mirarnos en el espejo para descubrir la jaula de la virilidad en la que estamos prisioneros y para empezar a ser conscientes de la responsabilidad que tenemos en el mantenimiento de un orden (el patriarcal) y de la cultura (el machismo) que lo sustenta. Es decir, comprender que la desigualdad y las violencias que genera no nos son ajenas.
- Asumir que el problema, o
al menos parte de él, está en nosotros y que además se proyecta hacia
afuera, en la sociedad que habitamos y en las relaciones que mantenemos.
- Renunciar a los privilegios
que nos siguen colocando en una posición muy cómoda y que nos otorgan poder
y autoridad por el simple hecho de ser hombres.
- Desmasculinizar las
estructuras de poder y transformarlos en espacios donde mujeres y hombres
compartamos el mando y la agenda.
- Reconocer y hacer visibles
las aportaciones intelectuales, artísticas y creativas de las mujeres.
Aprender de ellas y con ellas.
- Incorporar a nuestro disco
duro todo lo que el feminismo ha construido teórica y políticamente
durante siglos. Solo así podremos entender que no se trata de una guerra
contra los hombres sino contra el patriarcado.
- Hacernos presentes en lo
privado mediante un ejercicio corresponsable de los trabajos domésticos,
de cuidado y de sostén emocional de nuestros entornos personales y
familiares, con especial atención a las necesidades de personas mayores y
dependientes.
- Desarrollar nuestra
dimensión emocional y las capacidades que nos reconcilian con el ser sensible
que somos.
- Educar (nos) para el
cuidado de los otros y las otras, de manera que hagamos de las habilidades
cuidadoras el fundamento de la ética compartida por todos y todas.
- Convertirnos en padres presentes y
emocionalmente implicados en el cuidado y la educación de nuestros hijos y
nuestras hijas.
- Ajustar los tiempos de nuestras
vidas a la necesidad de armonizar lo público y lo privado, lo personal y
lo profesional.
- Hacer de nuestras
relaciones afectivas un espacio de reconocimiento de la persona que,
siendo una naranja entera, comparte con nosotros un proyecto que exige una
permanente negociación. O, lo que es lo mismo, cambiar el amor romántico
por la aventura siempre imperfecta de quererse en libertad.
- Entender la diversidad
afectiva y sexual como la expresión más hermosa de las diferencias que nos
singularizan.
- Vivir la sexualidad como la
alegría y el placer que generan los encuentros de cuerpos autónomos, sin
que en ningún caso pensemos que somos monarcas cuyos deseos deben ser
satisfechos a cualquier precio por otro u otra.
- Posicionarnos de manera
militante contra cualquier forma de explotación y abuso de las mujeres,
incluidas todas las que, como la prostitución, las siguen convirtiendo en
objetos de los que podemos disponer en función de nuestros deseos y necesidades.
- Comprometernos personal y
colectivamente en la superación de un modelo económico que, en alianza
estrecha con el patriarcado, nos convierte en depredadores de los seres más
débiles y de los recursos naturales. O, lo que es lo mismo, entender de
una vez por todas que el futuro del planeta será ecofeminista o no será.
- Superar la tentación de
querer ser los protagonistas de una lucha, la feminista, cuyo sujeto
político son las mujeres, y trabajar de manera singular desde el
compromiso transformador con nuestros colegas de fratría.
- Romper con los silencios
cómplices que permiten la continuidad del machismo y la prórroga de
injusticias que sufren las mujeres.
- Militar políticamente contra
los discursos y opciones políticas que pretenden una vuelta al pasado y
que niegan las conquistas igualitarias, o sea, democráticas.
- Y, en fin, reconciliarnos
con nuestra vulnerabilidad, asumir que somos seres frágiles y por lo tanto
interdependientes. Renunciar a la omnipotencia como expectativa que nos
castiga y educarnos en el uso y disfrute de nuestros cuerpos quebradizos y
de las habilidades emocionales sin las que nuestra razón genera monstruos.
Publicado en el número de Enero de 2020 de la revista GQ España.
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