La punta del iceberg, primer largometraje de David Cánovas, no es una gran película. Sin embargo, merece la pena verse por muchas razones. De entrada, porque la historia que nos cuenta muestra precisamente la punta de un sistema, el neoliberal, construido sobre la explotación y la progresiva negación de los derechos de lxs trabajadorxs. En ella, la protagonista, Sofía Cuevas (Maribel Verdú) es directiva de una gran empresa a la que han encargado una difícil tarea. La compañía multinacional en la que trabaja se ha visto sacudida por el suicidio de tres de sus empleados. Ella será la encargada de llevar a cabo un informe interno que trate de aclarar lo sucedido. Al tratar con los trabajadorxs y relacionarse con ellxs, Sofía se da cuenta del ambiente que reina en la empresa, donde el trato es hostil y competitivo, y lo único que importa es el resultado final, la productividad, los dividendos. Lo de menos son las vidas de quienes allí trabajan y por supuesto los derechos que tardaron siglos en conquistarse. Desde su modestia, esta película española, que se ve lastrada por el excesivo peso de su origen teatral, bien podría sumarse a las que en los últimos años están mostrando los efectos devastadores no ya de la crisis económica sino de un modelo que, me temo, ha llegado para quedarse.
Pero más allá de ese interés, lo más singular de esta película es, sin duda, el protagonismo del personaje que encarna con su habitual solvencia - y con esa mirada tan poderosa y tan frágil al mismo tiempo - Maribel Verdú. No es habitual en nuestro cine, ni en el cine en general, que el protagonismo esté en manos femeninas y mucho menos que quien lleve el peso de la historia sea, como en este caso, una mujer profesional, independiente, de la que además nada sabemos - ni nos importa - de su vida privada, de sus amores o de su familia. Tampoco parece relevante su manera de vestir, o su maquillaje, o la dimensión puramente estética (cosificada) de sí misma y de su contexto. Lo que nos interesa de ella, como tan acostumbrados estamos en el caso de los protagonistas varones, es su faceta pública y, desde el punto de vista narrativo, su papel en el desarrollo de la trama y, por tanto, cómo es a través de su mirada y de sus pasos como se va construyendo la historia. En este caso, pues, los personajes masculinos, que son la mayoría, son secundarios, giran en torno a ella y acaban además supeditados al enorme poder que Sofía, pese a todo, acaba teniendo al final de la historia.
Porque Sofía es una heroína en un mundo tan macho como el empresarial. Ha de hacerse su lugar y ha de imponer su voz en unos espacios prácticamente monopolizados por varones, tal y como nos refleja la película: todos los jefes son hombres, el Consejo de Administración ni siquiera tiene una "mujer cuota", las mujeres siguen siendo mayoritariamente las secretarias (y las amantes). Y pese a que ella también en determinados momentos ha sido cómplice del sistema, se ha beneficiado de él y ha adoptado las pautas masculinas para triunfar, lo más interesante de la película es comprobar cómo llega un momento en que Sofía se atreve a romper con las ataduras. Apuesta por un salto ético y no le importa desafiar a los que tienen las riendas, aunque eso tenga consecuencias negativas para ella. De esta manera, el personaje que interpreta la Verdú ejerce un heroísmo de película no solo por la singularidad de ser una mujer valiente y empoderada en un mundo de hombres sino también porque se alza contra las injusticias y apuesta por no perder de visa la dimensión humana del trabajo y de la empresa. Quizás la lectura del final de la película, que no voy a contar, podría hacernos pensar que mujeres como Sofía acaban siendo víctimas del sistema. Yo prefiero quedarme con la lectura de que en seres como ellas está la esperanza de que este mundo funcione de otra manera.
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