Cuando la enredadera de la corrupción empieza a subir por los muros de nuestras instituciones más cercanas, tal vez haya llegado el momento de que nos preguntemos si, además del sistema democrático, también nosotros mismos estamos aquejados de males similares. Es decir, sería conveniente analizar si también la ciudadanía hemos sido y somos cómplices de un sistema que ampara corruptelas con tanta facilidad.
Yo entiendo que lo hemos sido y no solo porque durante décadas adoptamos una actitud pasiva e irresponsable con respecto a lo público, sino también porque en nuestro devenir cotidiano hemos dado por bueno un modelo basado en la lógica del "quien no corre, vuela", "tonto el último" o "quien hizo la ley hizo la trampa". Es decir, somos también todos nosotros los que hemos ido reproduciendo actitudes y prácticas que nos han situado en muchos casos fuera de la legalidad y en otros, como mínimo, en posiciones éticas muy discutibles. Algo que cae por su propio peso en una ciudad como ésta que tanto sabe de economía sumergida o de construcciones ilegales.
Quizás el modelo moral que hemos heredado del catolicismo, en el que basta con una confesión y el posterior arrepentimiento para saldar las deudas, ha hecho mucho mal en una construcción de la convivencia en la que con tanta facilidad hemos olvidado nuestro sentido de la responsabilidad y, lo que es peor aún, el peso de los bienes comunes. Todos hemos sido socializados en esa ética irresponsable, individualista y en la que el referente exitoso ha sido el que con mayor fortuna ha escapado de sus obligaciones. Por ello, no me cabe la menor duda de que cualquier proyecto de regeneración democrática estará condenado al fracaso si no empezamos por limpiar nuestra propia casa. Solo entonces estaremos suficientemente legitimados para reclamar de nuestros representantes una rectitud ética que en su caso debemos entender más exigente. De lo contrario, seguiremos condenados a ser parte también de la enredadera.
Columna Hoy por Hoy, Radio Córdoba, CADENA SER
13-11-2014
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