Las fronteras indecisas, 26-5-2014
Diario CÓRDOBA
Diario CÓRDOBA
Debo confesar que durante la mayor parte de estas últimas semanas mantuve la decisión firme de no acudir a las urnas. A tal grado de exasperación y desencanto me habían llevado los últimos movimiento de unos líderes, y lideresas, que parecen convencidos y convencidas de que es fácil seguir tomándonos por idiotas. Sin embargo, los debates televisados y muy especialmente la polémica generada en torno a las declaraciones machistas de Cañete, levantaron mi ánimo de demócrata y me sentí llamado a votar. Y a hacerlo manifestando mi rechazo a esos dos grandes partidos que han monopolizado y deteriorado un sistema que, entre otras cosas gracias a ellos, necesita hoy más que nunca de una auténtica revolución. Me ha alegrado pues sobremanera comprobar que los resultados en nuestro país tienen como lectura fundamental el rechazo de dos partidos que huelen a podrido. Como también me ha alegrado comprobar que finalmente los niveles de abstención, aún siendo importantes, no han respondido a los dramáticos que se auguraban. Lo cual, en el contexto de estas elecciones, es sin duda un triunfo del sentido de responsabilidad democrática que mantiene, pese a tantas cosas en contra, buena parte de la ciudadanía.
Lo más positivo de este proceso electoral, al menos en lo que se refiere a nuestro país, ha sido la constatación de que las ideologías no han muerto, de que los proyectos políticos no tienen que estar reñidos con los éticos y que es precisamente desde esos márgenes desde donde será posible el cambio. Solo desde el posicionamiento en esas fronteras cabrá imaginar la revisión de un modelo que parece vivir de espaldas a la ciudadanía y que alimenta posicionamientos reaccionarios. Es decir, en contra del verdadero progreso, el cual, en una Europa que no debería olvidar sus orígenes y utopías humanistas, no debería venir de la mano omnipotente de los mercados sino del sentido ilustrado de los valores constitucionales. Una ardua tarea en la que sin duda hacen falta mejores políticos, espacios más participativos y unas instituciones creadas a nivel humano y no en las alturas que hacen tan fácil confundirlas con un púlpito. Una revolución urgente sin la que, por ejemplo, sería imposible contrarrestar el peligroso crecimiento de movimientos de extrema derecha y antieuropeístas.
Si algo han demostrado estas elecciones es que necesitamos más política que nunca, lo cual no quiere decir que sea la dominante hasta hora ni mucho menos que suponga sufrir a los representantes que se han encargado de convertirla en un lamentable espectáculo. Necesitamos la política que brote de la ciudadanía, la que nos rearme frente a las decisiones arbitrarias y las mayorías que no reconocen a las minorías, la que se detenga más en los adjetivos que en los sustantivos. La que no sea mercancía en manos de profesionales que la prostituyen ni envoltorio con el que disimular la ley del más fuerte. La que recupere el pulso de las utopías igualitarias, de la paridad necesaria o de la justa protección de los más débiles. Esa que parece haber escurrido como agua entre los dedos por las rendijas oxidadas de una Europa burocratizada y empeñada en subordinar la normatividad de los valores constitucionales a los intereses económicos de los más fuertes.
No es casualidad por tanto que una fuerza como "Podemos" se haya convertido en la gran triunfadora de este final de mayo. Su misma denominación es toda una declaración de intenciones y marca el rumbo por dónde debería transitar Europa en particular y la política en general. La primera persona del plural en afirmación de empoderamiento y de abrazo colectivo, solidario, emergente. El mejor antídoto, esperemos, en un parlamento moribundo y en una Europa donde el miedo empieza a criar monstruos. Una vez que hemos condenado el bipartidismo cínico que nos provoca vómitos y a la espera de que el continente recupere el oxígeno de la política empeñada en conseguir la felicidad y el bienestar de sus gentes.
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