Cuenta hoy PAMUK en el diario EL PAÍS que "una novela debería responder a estas preguntas. ¿Qué es la vida? ¿Cuáles son los valores que determinan y explican la vida? Felicidad, devoción, apego a las personas, seguridad, risas, formar una familia, ceatividad, disfrutar las consecuencias de tu individualidad, intentar ser más como los otros, o intentar ser único, amistad. soledad. En este sentido, una novela es una cuestión moral".
Creo que no hay mejores y más atinadas palabras que puedan aplicarse a la novela YO CONFIESO, de Jaume Cabré. Tras apurar sus más de 800 páginas, he tenido la sensación de realizar un recorrido moral por muchas vidas, incluso por la mía propia, además de retomar los sentimientos contradictorios que jalonan la historia de Europa del último siglo.
YO CONFIESO es una novela que encierra muchas novelas. Y lo hace con maestría, sin caer en los excesos gratuitos, sin perder el norte del alma humana que es, finalmente, la que aparece retratada, en ocasiones descuartizada, en sus capítulos. La novela de Cabré es una historia de iniciación a la vida y a la hombría ("Es que no me gusta el fútbol. ¿Lov ves? - dijo enseguida Esteban, que también formaba parte de la embajadaa -. Ardèvol le da al violín; te dije que era marica" (...) "Es tan díficil ser niño y fingir que eres hombre y que te importa un bledo lo que, por lo visto, importa un bledo a los hombres, y darse cuenta de que importa mucho, pero que es preciso disimular, porque si los demás se enteran de que no te importa un bledo, sino dos o tres, se reirán y te dirán que eres un criajo, Bernat, Adrià, niño. O niña, más que niña, en el caso de Esteban. No, ahora diría marica, más que marica", pp. 171-172), sobre la siempre tensa y paradójica relación con el padre, sobre los laberintos de la amistad. Una historia de amores y fracasos, de frustraciones y de cómo el alma humana puede albergar lo mejor y lo peor. Y es, al mismo tiempo, una intensa y poética reflexión sobre la creación: "El arte verdadero nace de la frustración. La felicidad no es creativa".
De fondo, bajo esa confesión prolongada que arrastra a su vez otras múltiples confesiones del pasado, Cabré trata de encontrar las razones del mal como motor de la existencia humana: "Siempre he llegado a la conclusión desesperante de que el culpable es Dios. Porque no puede ser que el mal sólo resida en la voluntad del malvado. Es demasiado fácil. Incluso nos da permiso para matarlo: muerto el perro se acabó la rabia, dice Dios. Y no es cierto. Sin perro, la rabia sigue viva por los siglos de los siglos dentro de nosotros (...) Si DIos todopoderoso permite el mal, Dios es un invento de mal gusto". El hombre, pues, como una explicación posible: "El culpable siempre tiene nombres y apellidos. Se llama Franco, Hitler, Torquemada, Amalric, Idi Amin, Pol Pot, Adriá Ardèvol lo que sea. Pero tiene nombre y apelllido". (p. 705)
Y frente al mal, o gracias a él, la necesidad del arte. De la poesía. Quizás la única salvación posible, la única forma de redeminirnos tras confesarnos. El perdón a través de la poesía:
"Hace tantos siglos que la crueldad está presente que la historia de la humanidad sería la historia de la imposibilidad de la poesía después de.
(...)
Después de Auschwitz, la poesía hace más falta que nunca".
Una servilleta de cuadros sucia y vieja, un violín prodigioso, Sara, la memoria perdida, entrar en la muerte con los ojos bien abiertos.
Creo que no hay mejores y más atinadas palabras que puedan aplicarse a la novela YO CONFIESO, de Jaume Cabré. Tras apurar sus más de 800 páginas, he tenido la sensación de realizar un recorrido moral por muchas vidas, incluso por la mía propia, además de retomar los sentimientos contradictorios que jalonan la historia de Europa del último siglo.
YO CONFIESO es una novela que encierra muchas novelas. Y lo hace con maestría, sin caer en los excesos gratuitos, sin perder el norte del alma humana que es, finalmente, la que aparece retratada, en ocasiones descuartizada, en sus capítulos. La novela de Cabré es una historia de iniciación a la vida y a la hombría ("Es que no me gusta el fútbol. ¿Lov ves? - dijo enseguida Esteban, que también formaba parte de la embajadaa -. Ardèvol le da al violín; te dije que era marica" (...) "Es tan díficil ser niño y fingir que eres hombre y que te importa un bledo lo que, por lo visto, importa un bledo a los hombres, y darse cuenta de que importa mucho, pero que es preciso disimular, porque si los demás se enteran de que no te importa un bledo, sino dos o tres, se reirán y te dirán que eres un criajo, Bernat, Adrià, niño. O niña, más que niña, en el caso de Esteban. No, ahora diría marica, más que marica", pp. 171-172), sobre la siempre tensa y paradójica relación con el padre, sobre los laberintos de la amistad. Una historia de amores y fracasos, de frustraciones y de cómo el alma humana puede albergar lo mejor y lo peor. Y es, al mismo tiempo, una intensa y poética reflexión sobre la creación: "El arte verdadero nace de la frustración. La felicidad no es creativa".
De fondo, bajo esa confesión prolongada que arrastra a su vez otras múltiples confesiones del pasado, Cabré trata de encontrar las razones del mal como motor de la existencia humana: "Siempre he llegado a la conclusión desesperante de que el culpable es Dios. Porque no puede ser que el mal sólo resida en la voluntad del malvado. Es demasiado fácil. Incluso nos da permiso para matarlo: muerto el perro se acabó la rabia, dice Dios. Y no es cierto. Sin perro, la rabia sigue viva por los siglos de los siglos dentro de nosotros (...) Si DIos todopoderoso permite el mal, Dios es un invento de mal gusto". El hombre, pues, como una explicación posible: "El culpable siempre tiene nombres y apellidos. Se llama Franco, Hitler, Torquemada, Amalric, Idi Amin, Pol Pot, Adriá Ardèvol lo que sea. Pero tiene nombre y apelllido". (p. 705)
Y frente al mal, o gracias a él, la necesidad del arte. De la poesía. Quizás la única salvación posible, la única forma de redeminirnos tras confesarnos. El perdón a través de la poesía:
"Hace tantos siglos que la crueldad está presente que la historia de la humanidad sería la historia de la imposibilidad de la poesía después de.
(...)
Después de Auschwitz, la poesía hace más falta que nunca".
Una servilleta de cuadros sucia y vieja, un violín prodigioso, Sara, la memoria perdida, entrar en la muerte con los ojos bien abiertos.
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