Hoy es el mejor día para no mirar al Corte Inglés y para detener nuestros ojos sobre los que no vemos de Fátima, esta mujer de Yemen que, como una Piedad, sufre el dolor de su hijo de 18 años. Cualquier día, no sólo hoy, es un buen momento para reflexionar sobre cómo las mujeres siguen siendo las principales víctimas de todos los conflictos, las sufridoras de todas las crisis, las que siguen sosteniendo todo el dolor del mundo en sus espaldas. Las que, viendo morir a a sus hijos en la guerra, no dudan en vestirse de blanco para pedir paz.
En este domingo forzado por los grandes almacenes - así se cierra el círculo patriarcado/heterosexualidad/matrimonio/procreación/capitalismo -, deberíamos apartar la vista de los bombones y de los perfumes y pensar en dos cuestiones que van de la mano. De un parte, en como la maternidad sigue siendo un obstáculo para el desarrollo personal y profesional de muchas mujeres, mucho más en un contexto de crisis económica y de reacción neomachista que pretende rescatar a la mujer-mujer. De nuevo el mito de la maternidad como realización suprema de la mujer amenaza con hacernos retroceder varios siglos.
De otra, el papel de las mujeres como dadoras de vida ha contribuido a convertirlas en las principales sujetos de métodos alternativos de solución de conflictos, de búsqueda de consensos, de sostenibilidad que haga posible el futuro para los hijos y las hijas que han visto salir de sus entrañas. De ahí las enseñanzas que deberíamos sacar todos, hombres y mujeres, de su lógica de la sostenibilidad de la vida y del "maternaje" entendido como ética del cuidado que nos permite ser más empáticos y solidarios, más atentos al otro, más dialogantes.
Y, junto a ello, la reivindicación de que esa ética, esos valores y esas cualidades, pueden ser predicables de hombres y mujeres, los cuales deberíamos avanzar en el camino de la corresponsabilidad en lo público y en lo privado, al tiempo que vamos ampliando el concepto de familia hacia las múltiples opciones que derivan de la autonomía de la voluntad.
Esos deberían ser los retos sobre los que hoy, bajo el pretexto de las tarjetas que los niños y las niñas hacen en el cole con exceso de azúcar para sus mamás, deberíamos reflexionar todos los que pensamos que la democracia - o sea, la justicia social, el desarrollo, en fin el futuro - no será posible hasta que hombres y mujeres, heteros y homosexuales, todos y todas, disfrutemos de las mismas condiciones y oportunidades para elegir nuestro plan de vida. Incluidas la maternidad y la paternidad. Incluido también nuestro derecho a equivocarnos.
En este domingo forzado por los grandes almacenes - así se cierra el círculo patriarcado/heterosexualidad/matrimonio/procreación/capitalismo -, deberíamos apartar la vista de los bombones y de los perfumes y pensar en dos cuestiones que van de la mano. De un parte, en como la maternidad sigue siendo un obstáculo para el desarrollo personal y profesional de muchas mujeres, mucho más en un contexto de crisis económica y de reacción neomachista que pretende rescatar a la mujer-mujer. De nuevo el mito de la maternidad como realización suprema de la mujer amenaza con hacernos retroceder varios siglos.
De otra, el papel de las mujeres como dadoras de vida ha contribuido a convertirlas en las principales sujetos de métodos alternativos de solución de conflictos, de búsqueda de consensos, de sostenibilidad que haga posible el futuro para los hijos y las hijas que han visto salir de sus entrañas. De ahí las enseñanzas que deberíamos sacar todos, hombres y mujeres, de su lógica de la sostenibilidad de la vida y del "maternaje" entendido como ética del cuidado que nos permite ser más empáticos y solidarios, más atentos al otro, más dialogantes.
Y, junto a ello, la reivindicación de que esa ética, esos valores y esas cualidades, pueden ser predicables de hombres y mujeres, los cuales deberíamos avanzar en el camino de la corresponsabilidad en lo público y en lo privado, al tiempo que vamos ampliando el concepto de familia hacia las múltiples opciones que derivan de la autonomía de la voluntad.
Esos deberían ser los retos sobre los que hoy, bajo el pretexto de las tarjetas que los niños y las niñas hacen en el cole con exceso de azúcar para sus mamás, deberíamos reflexionar todos los que pensamos que la democracia - o sea, la justicia social, el desarrollo, en fin el futuro - no será posible hasta que hombres y mujeres, heteros y homosexuales, todos y todas, disfrutemos de las mismas condiciones y oportunidades para elegir nuestro plan de vida. Incluidas la maternidad y la paternidad. Incluido también nuestro derecho a equivocarnos.
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