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EL TRAJE DE MUSELINA DE LEVIN

Los Karenin, marido y mujer, seguían viviendo en la misma casa y se veían a diario; pero eran completamente extraños entre sí


Termina Agosto y con él llego al final de ANA KARENINA, el novelón que empecé a releer gracias a que una tarde de verando, en LA VENTANA de la SER, me hicieron volver a unas páginas que sólo recordaba vagamente. La empecé a releer en un tren, mirando al Norte, y la he terminado en el Sur, al borde de una piscina, cuando las tardes de agosto empiezan a ser más cortas y una ligera brisa hace que te dé frío cuando sales del agua.

La monumental novela de Tólstoi no es simplemente una historia de amor romántico y ni siquiera el retrato de una de esas mujeres que acaban siendo prisioneras de su pasión. Es mucho más que todo eso. Es el retrato de un país, de una época que anunciaba cambios, de una sociedad y, sobre todo, es un lúcido análisis de las turbulencias del amor y la familia. Algo que ya predice la célebre frase de su comienzo: "Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada".

Obviamente, es el personaje de Ana el que sirve de hilazón entre las diferentes tramas. A través de ella, Tolstoi nos sitúa frente a las consecuencias de la falta de libertad, frente a los esquemas de una sociedad patriarcal, frente a la lucha que durante siglos ha  supuesto para muchas mujeres tomar las riendas de su vida. Las pocas que, como Ana, se atrevían a hacerlo eran condenadas y, en la mayoría de las ocasiones, acababan ajusticiadas como una especie de contra-heroínas que habían osado saltarse las reglas. Cuando leo a la Karenina, pienso también en Madame Bovary, en La Regenta o incluso en la Fortunata de Galdós. Mujeres deseosas de vivir por sí mismas, aunque confundieran los términos y entendieran esa libertad siempre a través del amor de un hombre.
"Ana Karenina leía y se enteraba de lo que leía, pero la lectura, es decir, el hecho de interesarse por la vida de los demás, le era intolerable, tenía demasiado deseo de vivir por sí misma".

Pero, más allá del personaje femenino (de los personajes femeninos, mejor dicho, pues son varias las mujeres retratadas por Tolstoi), lo que más me interesa de la novela es la conclusión que es fácil extraer y que tiene que ver con las consecuencias agridulces de la pasión. Con las dificultades de sostener un amor en el tiempo y con las herramientas que la sociedad usa - llámese familia, matrimonio, contrato - para amparar nuestra desgracia que no es otra que la que deriva de nuestra condición de seres limitados, frágiles, cambiantes. Esa es la gran tragedia que viven Ana y Vronsky: la dolorosa aceptación de que el amor acaba y de que entonces quedan sin sentido todos los sacrificios.

"El respeto ha sido inventado para disimular la ausencia del amor"

Aunque no comparta buena parte de sus opciones, y mucho menos ese redescubrimiento de la fe final, me identifico con el personaje de Levin. Con ese hombre dubitativo, a veces desesperado, siempre lleno de preguntas, inquieto. Que hasta se siente decepcionado en un primer momento cuando tiene un hijo. De alguna manera, Levin alumbra al hombre moderno o, mejor dicho, posmoderno, en el sentido de que en él se reflejan todas las turbulencias de un mundo cambiante y la inmensidad fragilidad de un ser humano cada vez más pequeño ante el universo: "Levin se sintió como un hombre al que hubieran reemplazado su gabán de invierno por un traje de muselina y el cual, al notar frío, sintiera no en virtud de razonamientos, sino por la sensación física de todo su ser, que se hallaba desnudo y condenado a sucumbir".



Yo soy Levin, aunque sin ver esa luz que él ve en un final que Tolstoi convierte en reaccionario en todos los sentidos. Como bien le dice Esteban Arkadievich, el gran drama de Levin es que es "un hombre entero". Y como tal, le gustaría que "el mundo estuviera compuesto de fenómenos enteros, y la realidad no es así". "Desearías que la tarea de un hombre tuviera una finalidad, que el amor y la vida matrimonial fueran una misma cosa, y tampoco ocurre así. Toda la diversidad, toda la hermosura, el encanto de la vida, se compone de luces y sombras".

Y, por supuesto, recorriendo las más de 1000 páginas, encontramos un certero retrato de género, tanto masculino y femenino, que nos dibuja a la perfección las identidades propias del patriarcado.
Es así, por ejemplo, cómo Karenin, deja muy claro su rol de patriarca: "Mi obligación se presenta clara: como jefe de familia tengo el deber de orientarla y soy, pues, en cierto modo, resposnable de cuando pueda suceder. Por tanto, debo advertir a Ana el peligro que veo, amonestarla y, en caso necesario, imponer mi autoridad".

Y también empezamos a encontrar alguna voz de mujer que empieza a rebelarse contra los barrotes. Es el caso de Dolly que llega a decir ..." Ustedes, los hombres, que son libres y pueden siempre escoger, no pueden comprenderlo... Pero una joven, obligada a esperar, con su pudor femenino, con su recato virginal, una joven que sólo les trata a ustedes de lejos y ha de fiarse de su palabra... "
Incluso Tolstoi incorpora un debate entre varios de los protagonistas masculinos en torno a los derechos de las mujeres. Así, Peszov opina que "las mujeres no tienen derechos por la insuficiencia de instrucción y su insuficiencia de instrucción procede de su falta de derechos. No olvidemos que la esclavitud de las mujer es algo tan arraigado y  antiguo que a menudo no queremos comprender el abismo que nos separa de ellas". Incluso se discute si las mujeres podrían ocupar cargos públicos, a lo que Oblonsky responde que "estoy seguro que serán muy capaces de hacerlo cuando la instrucción se extienda a ellas". Tal vez sin saberlo Tolstoi estaba mostrando cómo la subordinación de las mujeres no era consecuencia de la Naturaleza sino de  la Cultura... Aunque al final del debate aparece la cuestión que todavía hoy paraliza la conquista de determinados espacios. El anciano Príncipe Scherbazky hace una broma - "Es como si yo buscase un puesto de nodriza y me ofendiese que se me negase, mientras que a las mujeres se les paga por ello" -, a la que Peszov contesta que "sí, pero un hombre no puede amamantar, mientras que la mujer..." En fin, estos hombres empiezan a darse cuenta de que "La mujer quiere tener derecho a ser independiente y culta, y se siente oprimida y aplastada con la idea de que ello es imposible". Aunque todavía imperaba la obligación en ellas de agradar: "Su preocupación principal era ella misma, su persona, el deseo de aparecer siempre hermosa a los ojos de su amadao, para que no echara de menos todo lo que él había dejado para ella. El deseo, no sólo de agradarle, sino de servirle, se había convertido en el fin primordial de su vida". Frente a esa afirmación, llega a "chirriar" que en otro momento Tolstoi ponga en la mente de Ana un pensamiento como el que sigue:
"Tiene, claro está, perfecto derecho a marcharse adonde y cuando quiera. Y no sólo a marcharse, sino, también, a dejarme sola. Él tiene todos los derechos y yo ninguno".

El final, como tal vez no podía ser de otra manera en el momento en que Tolstoi escribe, es tremendamente amargo y conservador: el castigo de los que se han atrevido a saltarse las reglas (el suicidio de Ana: "ella ha obrado como una mala mujer... se ha perdido a sí misma y ha causado la perdición de dos hombres excelentes... hasta en su muerte se ha mostrado una mala mujer, sin religión, sin nada..."), la expiación de las culpas a través del ejercicio más extremo de la masculinidad (Vronsky se va a la guerra), la bendición del matrimonio y la familia como único ámbito posible de felicidad siquiera ficticia (Levin y Kitty) y la luz que recibe Levin a través de una fe recuperada con la que parece silenciar todas sus dudas de ser racional. Un Levin que, en radical apología del amor romántico, había llegado a exclamar que "La dicha consiste en amar y desear, y pensar con los sentimientos de ella, es decir, en no tener libertad alguna. ¡ Eso es la felicidad!"

Yo, sin embargo, prefiero quedarme con el Levin racional que exclama: "¿Para qué sirven todas estas iglesias, estas campanadas, estas mentiras? Sólo para ocultar que todos nosotros nos odiamos los unos a los otros".

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