“cuando quiero mostrar mi amor, se me cae el lenguaje”
Hay libros que son como cuerpos y que, por tanto, se nos ofrecen para que los abracemos, los acariciemos y rastreemos lo que de nosotros hay en ellos. Como si fueran un mapa abierto de par en par por el que recorrer itinerarios que son espejo y ventana. Cuerpos también dispuestos a ser engullidos, en el sentido más bello del verbo, como quien saborea una fruta dejando que su zumo se derrame más allá de los labios. El mismo Angelo Néstore confiesa que su primera novela es un cuerpo-libro dispuesto para que sus lectoras, como gusanos ávidos y curiosos, lo devoremos. En una suerte de gestación multiplicadora de árboles e historias. Fertilizadores del mundo. A lo Haraway. Casi una invitación a bailar, yo quiero verte danzar, como la única eternidad posible para unos seres que envejecen.
Leche cruda, que es un título que remite al útero y a los cuidados, a lo animal y a la piel desnuda, no constituye un salto con respecto a lo que el italiano/andaluz nos había ido contando en poemarios, y en general en toda su labor creativa, y en los que es fácil detectar los mismos latidos que mueven un libro que, más que una novela, es un artefacto nómada, saltarín y emocionante. Un viaje por carreteras secundarias y caminos de tierra en el que, al abrir las maletas, lo mismo encontramos un diario que versos propios y ajenos, canciones y silencios, sentencias que no concluyen el proceso y cuentos. Todo ello atravesado por un activismo sin pancartas evidentes pero que tiene que ver con ese horizonte que el autor sueña sin binarismos ni jerarquías. En el que los cuerpos y las emociones, al fin, le ganen la batalla a la racionalidad androcéntrica y heterocentrada, que durante siglos hemos confundido con el único proyecto civilizatorio posible. Bendita torpeza de quienes estamos en tránsito. Siempre en movimiento. Gerundios.
En este sentido, el viaje que hace la protagonista, Mia, a su pueblo natal, Lecce, para atender a su madre que tiene demencia y que ya solo se comunica a través de canciones, es un periplo que no solo ella sino también las lectoras hacemos por la memoria, la piel y los vínculos que nos definen. En ese recorrido se nos van abriendo heridas, a veces tan finas como esas que nos hacemos con un folio en la yema de los dedos, y que tienen que ver con la dificultad de comunicarnos incluso en contextos de amor, con la otredad que está más dentro de nosotros que fuera y, en definitiva, con la capacidad de las palabras, pero no solo, para convertirse en puente. La traducción necesaria que nos permite transitar de la tolerancia al reconocimiento. De esta manera, la primera novela de Néstore es también un manifiesto político en el mejor de los sentidos, en cuanto que nos apunta un horizonte alternativo, un juego diverso entre nosotros y los otros, una sintonía deseable con una Naturaleza que habla sin que la escuchemos y una interpelación ética que tiene que ver con la urgencia de incorporar a lo común las virtudes del cuidado. La horizontalidad animal y femenina frente a la erección de los machos dominantes, tan obsesionados por el hacer y tan estreñidos emocionalmente. Lo salvaje, lo nómada, lo cálido, como otra forma de habitar el mundo. Y de amarnos. Enroscados como Cavalli alrededor de nuestras piernas fatigadas. Animales que hablan, humanos que escuchan, al fin. Ay, Roberta. Ti voglio bene assai.
Leche cruda es un cuerpo-libro cálido, que huele a vejez y a cocina y a flores, y que provoca la necesidad de que nos toquemos para reconocernos. Olores que son memoria y vehículo del amor. Otros lenguajes, otras subjetivades. Ave, Eva. El amor como cuidado para así superar las corrientes gravitacionales, los miedos y la hipocondría. La cura como herramienta que hace visibles todas las multitudes que habitan en nosotras. Tu che sei diverso. Un mundo de personas raras, torcidas, como esperanza frente al resentimiento que nos acecha. El misterio de las lenguas como religión que acaba con todos los dioses. La belleza de mil caballos desbocados que cortan el viento. Una página en blanco arrancada de un diario en la que habita la posibilidad de vivir siempre como quien camina con flores en la mano y sintiéndose mirado con ternura y alegría por quienes se preguntan por su origen y destinatario. En fin, la utopía de un tiempo vertido contra los silencios y la violencia.
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