Hay películas que merecen la pena no tanto por sus valores estrictamente cinematográficos sino por la conversación que generan y por su capacidad de responder a un contexto social determinado. Es el caso de la primera película de la británica Molly Manning Walker que debería ser de visionado obligatorio en institutos y centros de educación secundaria. Rodada casi como si fuera un documental, How to have sex es un largometraje que incomoda, que llega a abrumar, que te zarandea como si te estuviera mostrando algo parecido a un infierno. El relato de las vacaciones de tres amigas todavía menores de edad en uno de esos paraísos del turismo de borrachera – la directora rodó en una isla griega al no conseguir los permisos para hacerlo en Magaluf- nos plantea, sin caer en discursos moralistas (salvo tal vez un complaciente final), la realidad en la que viven nuestros adolescentes, en el contexto de eso que se ha llegado a llamar “cultura pornificada” y en el que tanto ellos como ellas, pero muy singularmente ellas, sufren la presión de estar a la altura de unas determinadas expectativas en materia de sexualidad. Porque son las chicas las que continúan, como bien nos muestra la película, siendo cosificadas y sexualizadas, disponibles para satisfacer los deseos masculinos, condenadas de alguna manera a tener que elegir entre ser follables o invisibles. Y todo ello bajo una apariencia de libertad y de conquista de autonomía sexual. En el perverso paradigma que las empodera y que les dice que han de adaptarse al juego diseñado por nosotros. A los que ellas nos la tienen que poner dura.
How to have sex nos permite
cuestionarnos hasta qué punto es posible hablar de consentimiento en esos contextos
relacionales, si efectivamente en muchos casos más que consentir las mujeres
ceden, por lo que hablar de deseos compartidos o sexualidad empática parece más
una broma que una realidad. Al margen de las muchas dudas e interrogantes que deja
en el aire, la historia de Tara, interpretada de manera magistral por Mia
McKenna-Bruce, a la que le bastan sus miradas para contarnos lo que siente, nos
revela cómo para muchas chicas el sexo sigue viviéndose como una experiencia
dolorosa, en la que con frecuencia no saben o no pueden poner límites y que
casi siempre responde a unos imaginarios que desde afuera le dicen cómo debería
ser una chica de verdad. Uno de los grandes aciertos de la película es que no
presenta a los chicos de la historia como si fueran una especie de monstruos a los
que simplemente bastaría con aplicar con contundencia el Código Penal. Los
vemos como chicos que también tratan de responder a las expectativas de género,
a los que con frecuencia les resulta casi imposible desplegar habilidades
comunicativas y que no hacen sino repetir esquemas que seguramente han aprendido
en las pantallas. De esta manera, How to have sex interpela también a
los chicos, demostrando que en la conversación sobre los deseos y la sexualidad
también deberían ser partícipes. Entre otras cosas, para iniciar procesos en el
que mujeres y hombres nos planteemos otras maneras de amarnos y de gozar. Sin
que ello suponga ajustarse a patrones restrictivos y castradores, sino a un
entendimiento de nuestros cuerpos y deseos basado en la alegría compartida, en la
locura recíproca, en la posibilidad de volar aun con el riesgo de equivocarnos.
How to have sex pone,
en fin, de manifiesto, la incapacidad de un concepto como el de consentimiento
para limpiar toda la mierda que nos ata de pies y manos. Un concepto que muy
especialmente en el ámbito jurídico no es la respuesta milagrosa que algunas
piensan, por más que suponga un paso adelante en la debida contextualización de
las violencias sexuales. De la misma manera que tampoco el concepto de deseo
puede ser una llave definitiva pues los deseos con frecuencia son turbios,
inquietantes y poco dados a sujetarse a la racionalidad. Tal vez la clave no sea
otra que admitir que el sexo tiene siempre mucho de placer y de peligro, dos factores
que en la adolescencia se multiplican en los espejos y en las pantallas. De ahí
que el horizonte debería ser how to learn sex lejos de consignas
moralistas y de parámetros sancionadores. Sin duda, una de las grandes
cuestiones pendientes en la definición de ese deseable pacto futuro en el que
mujeres y hombres seamos al fin equivalentes. También en las arte del follar.
PUBLICADO EN EL BLOG QUIÉN TEME A THELMA Y LOUISE, Cordópolis
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