Ir al contenido principal

SOL Y ROBERT: el envejecimiento dichoso de dos hombres en deconstrucción.

 


Este artículo contiene información sobre la séptima temporada de Grace and Frankie

Si hay una serie que en los últimos años ha retratado la vejez lejos de estereotipos y del edadismo imperante, esa ha sido Grace and Frankie. Con humor inteligente, que es siempre la mejor herramienta para salvarse de la melancolía, la serie protagonizada por unas impagables Jane Fonda y Lily Tomlin ha sabido en sus ya, y de momento, siete temporadas, convertir en protagonistas a dos mujeres viejas que continúan activas, creativas y luminosas. Aunque las estrellas de la serie son ellas, no menos relevantes son los dos maridos que, al empezar la serie, les revelan que llevan tiempo enamorados. Esta tardía y peculiar salida del armario, que dará lugar a un reajuste de las estructuras familiares, nos ofrece también la oportunidad de contemplar cómo dos hombres de una cierta edad asumen su sexualidad pero también, y es lo más interesante, como juntos se van enfrentado al proceso de envejecer. Cómo también ellos, aunque de manera mucho menos activa y creadora que ellas, se resisten a cumplir años y cómo de alguna manera, al menos en los capítulos de las primeras temporadas, son prisioneros de los mandatos de eterna juventud e hipervirilidad que cotizan tan alto también en el mundo gay. Sin embargo, y a medida que avanza la serie, vemos cómo no les va quedando más remedio que asumir el paso del tiempo, sus limitaciones físicas y la progresiva pérdida de su estatus de seres omnipotentes. Los personajes de Robert (Martin Sheen) y Sol (Sam Waterson) nos muestran otra masculinidad, en la que la ternura, los afectos y los cuidados mutuos ocupan un lugar relevante. Son dos hombres que, ya jubilados, han dejado atrás la presión de responder a las expectativas de una masculinidad profesional y exitosa, que disponen de todo el tiempo del mundo para dedicarlo a sí mismos y a sus aficiones y que, afortunadamente, han sido capaces, con la ayuda inestimable de sus exmujeres, de formar unos vínculos familiares fuera de lo normativo. Unos procesos que en el caso de la serie se ven facilitados por el hecho de que los personajes dispongan de más que suficientes recursos – económicos, sociales, culturales – que, sin duda, facilitan que puedan dar un giro a sus vidas. En este sentido, es evidente que la mirada de la serie, tan blanca y burguesa, es inevitablemente sesgada.

Todo ello, además, alentado por la vivencia de una opción sexual que negaron durante años y que ahora, a la vejez, están disfrutando sin ningún tipo de censura. Incluso vemos cómo va cambiando su manera de vestir, cómo van relajando sus hábitos de machitos y cómo progresivamente van haciendo suya “otra” masculinidad. Sin que en ningún momento les falte ni el humor ni la ternura. Ahora bien, a medida que avanzan los capítulos, Robert y Sol se enfrentan al deterioro físico, a la enfermedad y a la necesidad de cuidarse y ser cuidados. De la misma manera que, en paralelo, vemos cómo Grace y Frankie tratan de sobreponerse a los achaques e inventan desde un juguete sexual para viejas con artritis a un inodoro más cómo para quienes ya no pueden levantarse de él con la misma soltura que cuando eran jóvenes. Un ejemplo magnífico de cómo las personas viejas pueden seguir siendo activas, creadoras, incluso jugar un papel en el ámbito empresarial. Todo ello no sin dificultades, ya que vivimos en unas sociedades “avanzadas” que hacen oídos sordos a los deseos, necesidades e intereses de los viejos y las viejas.

En la última temporada (de momento) de la serie que Jane Fonda y Lily Tomlin han producido, se nos cuenta, además de ese horizonte afilado que supone el final de la vida que se acerca (¡atención espoiler!), cómo Robert va perdiendo poco a poco memoria. Una pérdida de la que Sol empieza a ser consciente, pero que Robert niega. Comprobamos cómo el hombre viejo que interpreta Martin Sheen se resiste a reconocer su dolencia. Se inventa todo tipo de trampas y artilugios para mostrarse “sano”, iluso él, ante su entorno, y sobre todo ante un Sol que observa sus tretas entre compasivo y tierno. En el último capítulo de la séptima temporada, al fin, Robert reconoce que tiene un problema ante un Sol que, enamorado como un adolescente, teme que de la misma manera que su pareja está olvidando tantas cosas llegue un momento en que se olvide de él. Robert también le plantea que deben preparar la casa, llenarla de notas que le adviertan de cosas que no deba olvidar (como por ejemplo, apagar el fuego) y además, añade: “Deberíamos hacer un plan para mi cuidado, para que no cargues tú con todo el peso”. Sol lo mira al borde de las lágrimas, con rostro emocionado, y afirma contundente: “Has pasado de la negación a la acción”.

En esa conversación, que apenas dura unos minutos, se condensa todo una “agenda” de revisión de la masculinidad tradicional y de cómo la vejez ha de ser asumida y vivida por nosotros desde el reconocimiento de nuestra fragilidad. Una tarea que, en todo caso, para que sea exitosa, debería empezar mucho antes, desde niños, cuando  debiéramos ser educados desde el paradigma de la vulnerabilidad y la interdependencia. En el reconocimiento de Robert, y en su mano y en la de Sol que permanecen unidas, en un bello primer plano que nos muestra unos dedos deformados y una piel con la hermosura propia del paso del tiempo, asistimos a la celebración de lo que significa amar/cuidar, así como al reconocimiento, toda una lección para los hombres, de lo necesario que es ir desprendiéndonos de nuestra máscara de autosuficiencia y heroísmo. Además, y tal y como Robert pone de manifiesto, de la importancia de integrar los cuidados en nuestras vidas, de incluso planificar las necesidades que podremos tener a lo largo de los años y muy especialmente cuando nos hagamos viejos. Un ámbito del que nosotros nos hemos desentendido, ya que siempre contábamos con mujeres cuidadoras, y que es urgente que situemos como uno de los ejes centrales de nuestra existencia. Y no solo, claro está, desde la perspectiva de lo que podamos necesitar cuando lleguemos a viejos.

El capítulo, y la temporada, terminan con la enésima vindicación de la amistad femenina, a través de la alocada peripecia que viven Grace y Frankie en el “más allá”, pero también lo hace con una de las escenas de amor entre hombres más bellas que he visto en los últimos años. Sol decide llevar a Robert al hotel donde hicieron expreso su amor para allí tratar de apresar, al menos, un recuerdo. O, en su caso, crear uno nuevo. Robert y Sol: dos hombres que en la vejez descubren y van aceptando y reconociendo sus cuerpos frágiles, su amor que requiere de otros adjetivos y la necesidad de vivir lo más dichosos posibles el tiempo que les quede juntos. Amándose, cuidándose. A ser posible, despojados de la pesada mochila de la virilidad. Ojalá que con la energía, el humor y los abrazos eternos que sus exmujeres, Grace y Frankie, han convertido en territorio de una vejez dichosa, sin tutelas, placentera y en la que no están dispuestas a que se las trate como menores de edad. Un futuro limitado, del que ambos ya no pueden sino ser conscientes, y que las  mujeres, como regla general, y a diferencia de nosotros, saben construirse con sabiduría y talento. Tan frescas, como diría la maestra Anna Freixas.

* PUBLICADO EN DIARIO PÚBLICO, 19 de agosto de 2022: https://blogs.publico.es/otrasmiradas/63002/sol-y-robert-el-envejecimiento-dichoso-de-dos-hombres-en-deconstruccion/#md=modulo-portada-fila-de-modulos:4x15-t1;mm=mobile-medium 

 





Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad

EL ÁNGEL DE AURORA Y ELENA

  El dolor siempre pasa por el cuerpo. Y la tristeza. También el goce, los placeres, la humillación. Somos cuerpo atravesado por las emociones. Los huesos y la piel expresan los quiebros que nos da la vida. Esta acaba siendo una sucesión de heridas, imperceptibles a veces, que nos dan nombre. Algunas supuran por los siglos de los siglos. Otras, por el contrario, cicatrizan y nos dejan tatuados. Las heridas del amor, de los placeres, de los esfuerzos y de las pérdidas. Estas últimas son las que más nos restan. Como si un bisturí puñetero nos arrancara centímetros de piel.   Sin anestesia. Con la desnudez propia del recién nacido. Con la ligereza apenas perceptible del que se va. No puedo imaginar una herida más grande que la provocada por la muerte de un hijo apenas recién iniciado su vuelo. Por más que el tiempo, y las terapias, y   las drogas, y los soles de verano, hagan su tarea de recomposición. Después de una tragedia tan inmensa, mucho más cuando ha sido el fruto de los caprich

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un n