Hace décadas, un libro de Fernando Savater se convirtió en un éxito de ventas y en casi una especie de manual leído incluso en centros educativos. Me refiero a Ética para Amador, un tratado divulgativo, que el autor dirigía a su hijo, sobre los valores necesarios para la vida compartida. Como ha sido habitual en la historia de la cultura patriarcal, nadie dudó de que, aun estando escrito por un hombre y dirigido a otro, el libro hablase de cuestiones universales. De ahí que, por supuesto, también muchas mujeres lectoras se sintieran identificadas e interpeladas por Savater. Esta estrategia repetida, y que la teoría feminista ha bautizado como “universalidad sustitutoria”, ha sido y es una base esencial de la cultura machista que nos sigue (mal)educando. El androcentrismo implica no solo que los hombres nos creamos el centro del universo sino que también construyamos el paradigma de que lo que pensamos o creamos tiene un valor universal. Todo ello mientras que lo que hacen o piensan las mujeres tiene el valor de lo singular, de lo femenino, siempre devaluado frente a la masculinidad que siempre se sitúa en un escalón superior.
Hace unos meses, la filósofa Ana de Miguel publicaba un libro que a mí me ha recordado muchísimo al de Savater, empezando por el título que, en este caso, sitúa como destinataria a una chica. Ética para Celia, cuyo título entiendo como un homenaje a la gran filósofa Celia Amorós, nos desvela cómo mujeres y hombres hemos sido, y seguimos siendo educados, en patrones morales diversos. Unos patrones avalados por los grandes pensadores, y sustentados en las estructuras de poder, que a nosotros nos han colocado en una posición dominante, de sujetos individuales, de plena ciudadanía, mientras que a ellas las han condenado a la posición de “idénticas”, de objetos de deseo y de ciudadanía devaluada. Mientras que los hombres hemos sido forjados para convertirnos en seres independientes, las mujeres han sido moldeadas para cumplir como seres para otros, encargadas de satisfacer nuestros deseos y necesidades. En la casa, en la cama, en la vida.
En Ética para Celia, que está escrito con un sentido del humor que hace que cualquier pensamiento comunicado por la autora, por más hondo que sea, nos llegue como si fuera ligero, Ana de Miguel nos plantea cuáles serían las condiciones de una vida buena, que es de lo que se ocupa la ética, alternativas a las que durante siglos ha consolidado el patriarcado. En este sentido, y como bien ella misma deja claro desde las primeras páginas, el libro no está solo dirigido a las chicas, sino que, más bien, “se trata de un libro para chicos y para hombres hechos y derechos como usted. Para que, de una vez por todas, adopten la posición moral y se pongan en el lugar de las mujeres, un lugar en el que nunca se han puesto”. Porque, en definitiva, de eso trata la ética, de ponerse en lugar del otro o de la otra, y a partir de ese puente de empatía y reconocimiento, sentar las bases para una convivencia pacífica y, a ser posible, feliz.
Ojalá este libro sea leído no solo por Celia, sino también por su hermano, su noviete, su compañero de clase o, por qué no, por su padre. Sería un primer ejercicio, por parte nuestra, la mitad dominante del planeta, de ruptura con una cultura androcéntrica y con esa “doble verdad” que nos divide jerárquicamente a mujeres y a hombres. Porque Ana de Miguel, en este libro de ética feminista, no habla de “cosas de mujeres”, sino que lo hace de cómo nos construimos como seres humanos y de cómo unos y otras damos sentido a nuestras vidas. Una cuestión universal y necesitada, hoy por hoy, de hombres que, para empezar, sean capaces de leer a mujeres como Ana de Miguel y de reconocer que Celia, como ellos, es un sujeto moral.
* Este artículo se ha publicado en el número de Septiembre 2021 de la Revista GQ
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