Como cada mes de noviembre, se multiplican en estos días los actos de condena de la violencia de género. Las instituciones, y mucho más los políticos y las políticas que andan siempre en campaña, compiten entre ellas para ver quién lanza el mensaje más retuiteado, al tiempo que se multiplican las conferencias, las mesas redondas y los seminarios. No seré yo quien ponga en duda la oportunidad y necesidad de estas actividades. Al contrario, ante un problema social y político tan dramático todos los esfuerzos son pocos. Quiero pensar que todo suma. Pero sí que creo que ya va siendo hora de que nos replanteemos algunos enfoques que, después de más de una década de compromisos, tengo la sensación de que no hacen sino alimentar inercias y consolidar imaginarios que le hacen un flaco favor a las mujeres.
Creo que todos y todas deberíamos negarnos a participar en más minutos de silencio. Por supuesto que hay que manifestar el dolor, la rabia y la indignación que provoca el asesinato de una mujer, pero no hagamos el juego a una de las reglas de oro del patriarcado y que no es otra que justamente el silencio de la mitad de la Humanidad. La negación de la voz y la autoridad a las mujeres, el no reconocimiento de su igual ciudadanía, la condena a estar calladas y sumisas. No contestemos a las violencias machistas con el silencio que, además de no solucionar nada, nos sitúa en una especie de anestesia colectiva que acaba beneficiando a los poderosos. Sustituyamos los silencios, y los duelos, por políticas activas de igualdad, por acciones en las que las mujeres vayan tomando la palabra y haciendo suyo el espacio público, por estrategias sociales y políticas que no olviden la intersección de las discriminaciones, los factores económicos y culturales o en general los lastras que continúan haciendo que ellas, nuestras compañeras, vivan una especie de ciudadanía de segunda clase.
Superemos los silencios y dejemos de mirar a las mujeres solo y casi exclusivamente como víctimas. No insistamos en campañas dramáticas, ni en rostros heridos, ni en los maquillajes que tapan heridas. Convirtamos en protagonistas del mensaje a las que han sido capaces de liberarse de los cautiverios, a las que han de convertirse en referente para otras, a las que nos lancen el mensaje de que esta Humanidad necesita el talento y las capacidades de la mitad femenina. Visualicemos a las mujeres como sujetas con poderío, autónomas, liberadas de una identidad construida sobre la entrega a los otros. Protejamos, por supuesto, a las víctimas, pero no construyamos ni el discurso ni la acción contra las violencias machistas desde esa mirada que nace lastrada por el dolor y la dependencia. Hagamos de la lucha por la emancipación de las mujeres, en todos los sentidos, la clave de nuestro compromiso contra los machos machistas que asesinan.
Y, por supuesto, asumamos nosotros, los hombres, que ha llegado el momento de abandonar la resistencia pasiva y el cómodo silencio que nos hace cómplices. Tenemos que empezar a cuestionar nuestros privilegios y a asumir responsabilidades. Ser aliados feministas es mucho más que ponerse una etiqueta que parece añadir enteros a nuestro ya de por sí elevado prestigio social. Ha llegado la hora de que hablemos, pero no para usurpar como siempre la voz en el espacio público, sino para poner en evidencia todo lo que tenemos que desaprender de una cultura machista que nos sigue regalando dividendos. Sin las consecuencias positivas que ha de generar la evidencia de que las violencias machistas son un problema masculino que sufren las mujeres, mucho me temo que seguiremos sumando noviembres, y víctimas, y campañas, y marketing electoral revestido de compromiso igualitario. Una suma dramática que no cesará hasta que desaprendamos todo lo que el machismo ha grabado en nosotros desde hace siglos.
Publicado en Diario Córdoba, 22-11-2018:
https://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/25-n-no-mas-silencio_1265718.html
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