El éxito de las instituciones culturales debe medirse, entre otras cosas, por su capacidad para generar un público, por dotar de sentido un espacio y por su influencia en la multiplicación de vida en el entorno en el que se mueven. A diferencia de otros bienes que son más directamente mesurables en términos económicos, la cultura se pesa en unidades mucho más complejas ya que residen más en el territorio de la inteligencia y las emociones que en el mercado donde gana el más fuerte. Su proyección siempre es a medio/largo plazo y carece por tanto de la inmediatez que tanto gusta a nuestros políticos para justificar el sueldo que entre todos les pagamos. Por todo ello, las políticas culturales están especialmente reñidas con las ocurrencias, con las estrategias cortoplacistas y con el brillo fugaz de los fuegos de artificio. Algo que, me temo, parecen no haber entendido del todo las personas encargadas de las mismas en nuestra Comunidad Autónoma.
Si hay una institución en Córdoba que ha conseguido en sus poco más de 25 años consolidarse como un referente de cómo debe ser entendida la cultura desde lo público esa es sin duda la Filmoteca de Andalucía. Con su labor continuada, a veces silenciosa, entusiasta siempre, incluso en época de vacas flacas, la Filmoteca ha creado un público fiel y activo, ha generado dinámicas educativas a muchos niveles, ha ofrecido sus salas a múltiples voces y compromisos, ha contribuido a la creación de redes intelectuales y emocionales. Y todo ello al tiempo que ha sabido dotar de sentido al lugar en el que se ubica, al callejón en el que parece esconderse, a un barrio que con demasiada frecuencia nos es arrebatado por los turistas. La Filmoteca ha logrado, yendo más allá de las películas que proyecta, inyectar vida en la ciudad, convirtiéndose en uno de los pocos espacios en los que es posible generar diálogos a partir de la creación artística. Un objetivo que las personas que gestionan la cultura parecen haber erradicado de unas mentes que parecen más pendientes del fogonazo electoral que de la sostenibilidad cívica.
Bastarían los argumentos anteriores para que cualquier persona sensata considerara un absoluto disparate la idea de trasladar la Filmoteca al antes denominado C4 y que bien podríamos denominar Centro Continente de Contenidos Confusos. Es de juzgado de guardia que para tratar de paliar uno de los mayores disparates que en política cultural ha perpetrado la Junta se pretenda desvestir a un santo para vestir a otro que lleva años con las vergüenzas al aire. La propuesta vuelve a poner de manifiesto cómo quienes se encargan de gestionar un bien que debería ser tan preciado en una democracia se lo toman como si estuvieran gestionando un tratado de pesca o la construcción de un futuro pantano. La absoluta falta de perspectiva, la incapacidad para dotar de sentido y contenidos a una obra faraónica y las ocurrencias oportunistas de quiénes son profesionales de la política que no de lo público parecen aliarse en lo que puede ser el más penoso fin de fiesta que algunos podíamos imaginar para una colmena que nació sin abejas y, por tanto, sin miel que llevarse a la boca.
Solo me queda la esperanza de que en esta ocasión las energías ciudadanas sirvan para algo más que para quejarnos por las esquinas. Espero que todas las personas que hemos aprendido, soñado y crecido en Medina y Corella no nos resignemos ante lo que pretende ser una nueva tomadura de pelo de nuestros representantes. Si la cultura nos hace más fuertes desde el punto de vista ético, los espectadores de la Filmoteca tenemos una ocasión magnífica para demostrar esa musculatura. Porque no deberíamos resignarnos a que nunca más podamos ver allí, tan cerca de la Mezquita, entre otras muchas, todas esas películas, de Tarantino, de Egoyan, de Von Trier, de Wendders o de Herzog, en las que es posible escuchar la voz del siempre vivo Leonard Cohen.
Fotografía: Pedro Peinado.
* Publicado en LAS FRONTERAS INDECISAS, Diario Córdoba, 14-11-2016:
http://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/aleluya-filmoteca_1097817.html
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