La Nación no estuvo ayer ni antes de ayer en el Congreso de los Diputados. Lo que se debatió en el hemiciclo no fue el estado de quienes padecemos no solo la crisis económica sino también la de un sistema político que hace tiempo dejó de reflejar nuestros anhelos y preocupaciones. Fue el estado de nuestros políticos y de los partidos anquilosados a que pertenecen lo que se escenificó en una farsa más de las muchas que convierten nuestra democracia en un simulacro. Puro teatro de mayorías que aplastan y de minorías con apenas derecho al pataleo. Patético juego de profesionales de la política que hace tiempo dejaron de sentir el latido de las calles, tan preocupados por acariciar la testosterona que supuran sus ombligos.
El debate sobre el estado de Rajoy, Sánchez y compañía ha sido una muestra más de lo necesitados que estamos de una revolución que devuelva la democracia al lugar del que nunca debió salir. Un proceso ante el que, sin embargo, miedo me da que sea capitaneado por quienes pretenden salvarnos desde las tertulias televisadas. Porque a estas alturas he dejado de tener claro donde acaba Sálvame y dónde empieza Sálvame De Luxe.
* Columna Radio Córdoba, CADENA SER, jueves 26 de febrero de 2015
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