Todas y todos estamos hechos de un tejido relacional que, a lo largo de los años, va configurando nuestra subjetividad. En concreto los hombres, socializados siempre para ser protagonistas en el espacio público y alcanzar un estatus que es el que da sentido a nuestra existencia, hemos tendido a descuidar los vínculos. Es decir, hemos entendido que esas redes – afectivas, de cuidados, de aprendizaje – formaban parte del espacio y del tiempo de las mujeres, mientras que para nosotros lo esencial era movernos con soltura, y competitividad, en un mundo en el que teníamos que responder fielmente a las expectativas de género. Es decir, a todos los objetivos que en nuestro caso han estado ligados al reconocimiento social, el éxito profesional y la demostración de una virilidad siempre sometida a examen por parte de nuestros iguales. En este contexto es fácil deducir que las relaciones se han convertido con frecuencia en prácticas serviles y acomodaticias. La sociabilidad, en definitiva, ...
Cuaderno de bitácora de Octavio Salazar Benítez