Ir al contenido principal

LOS HOMBRES QUE LEEN A MUJERES


 Siempre que me preguntan cómo los hombres deberíamos iniciar el proceso de transformación que nos lleve a superar el machito que llevamos dentro insisto en una tarea esencial: tenemos que escuchar más a las mujeres, reconocerles su autoridad como pensadoras y creadoras, entablar con ellas diálogos desde la equivalencia. Es decir, tenemos que ser militantes en la superación del mandato de silencio con el que el patriarcado condenó a las mujeres a la servidumbre y a un estatus devaluado de ciudadanía. Y para ello, los hombres tenemos que desaprender lo que nos enseñó Telémaco y lo que tantos dioses, terrenales o no, han marcado en nuestra memoria de seres privilegiados y aparentemente autosuficientes.  Es imposible tener conciencia de género, que es el primer paso para convertirnos en hombres igualitarios, si no ampliamos nuestra visión del mundo e incorporamos a ella lo que han vivido y sufrido nuestras compañeras, lo que han aportado al pensamiento, lo que han peleado y lo que han sacrificado, lo que por ser vivido por ellas siempre entendimos que era secundario o que valía menos. Tenemos que escucharlas y leerlas más. Solo así podremos ir abriendo las cadenas que durante siglos hicieron que ellas no representaran lo universal y que, además, carecieran de trayectorias individualizadas. Éramos nosotros los detentadores de la Cultura, y los legitimados para crearla y administrarla, mientras que ellas esperaban, eternas Penélopes, en una Naturaleza que las condenaba a la pasividad solo rota por su función de reproductoras y cuidadoras.

A pesar de todas las conquistas igualitarias del siglo XX, y de la presencia contundente y crítica del feminismo en la opinión pública en los últimos años, las mujeres siguen sin estar en los libros que nos educan, en las referencias simbólicas que describen la genialidad, en los púlpitos que conceden autoridad a las palabras. Lo femenino, aplicado a la creación y la cultura, sigue detectándose como un barrio en las afueras o, en el mejor de los casos, como una etiqueta políticamente correcta que en un momento dado puede servir para seducir al mercado. Los hombres seguimos resistiéndonos a compartir esos espacios que ocupamos con no pocas dosis de violencia simbólica. Continuamos siendo los dueños y señores del canon, de las referencias que figuran las listas que marcan lo valioso, de los manuales con los que continuamos maleducando a las jóvenes generaciones. Un ejercicio de dominio que, me temo, solo podremos quebrar si empezamos por algo tan sencillo, pero al parecer tan complejo para algunos colegas de fratría, como leer lo que escriben las mujeres, incorporando sus vivencias de este mundo que habitamos juntos a nuestra mirada sobre lo humano. Solo así será posible avanzar hacia una democracia paritaria, desmontar los géneros y acabar con nuestro monopolio de los púlpitos.

Jonás. Mapa del buen traidor, de Mercedes de Pablos, El hijo zurdo, de Charo Izquierdo; Cómo decir deseo, de Salvadora Drôme, Las malas, de Camila Sosa, La mujer invisible, de Caroline Criado-Pérez, Memoria de la melancolía de María Teresa León, los Diarios de Virginia Woolf, o Un amor, de Sara Mesa, son solo algunos de los títulos que me han acompañado en los últimos meses. Gracias a sus autoras no solo he vivido emociones, sino que también me he hecho preguntas que no imaginaba, me he visto en el espejo de manera distinta a como lo hacía antes de leerlas, he realizado viajes a lo más hondo de las pasiones y de las miserias humanas. Me he reconocido y las he reconocido. Y he seguido, sin pausa, corrigiendo esa injusta tendencia que durante casi la primera mitad de vida hizo que leyera a muchos hombres y a casi ninguna mujer. Convencido de que solo los hombres que leen a las mujeres serán capaces de iniciar la revolución que ellas llevan siglos esperando.  Las que nos lleve a un mundo sin genios ni musas.


* ESTE ARTÍCULO FUE PUBLICADO EN DIARIO PÚBLICO EL 19 DE NOVIEMBRE DE 2020, CON MOTIVO DEL DÍA DE LAS ESCRITORAS:

https://blogs.publico.es/dominiopublico/34835/los-hombres-que-leen-a-mujeres/


Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad ...

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía...

CHARO EN CINECITTÀ

  "Pero yo tengo esa manera de ser, quiero demasiado, mando demasiado, amo demasiado algo que no alcanzo, y cuando no lo alcanzo, intento desesperadamente transformar lo que existe de modo que el objeto defectuoso se aproxime a la realidad inalcanzable" Lidia Jorge, Misericordia Odio el verano. Cada año que pasa un poquito más que el anterior. Desde que descubrí que Mina cantaba esa título lo convertí en parte de mi banda sonora.   Odio l`estate . A Charo tampoco le gustaba el verano. Cuando empezaba el sol a arder se recluía en su casa, con el aire acondicionado, con sus libros y sus músicas: “a mí ya no me veis hasta septiembre u octubre”. Este año apenas si le ha dado tiempo a quejarse del calor. En pleno solsticio ha decidido dejar este mundo cada vez más de locos, con Trump de machote guerrero y los puteros de siempre haciendo lo de toda la vida,     y ya supongo que anda haciendo uno de esos viajes que a ella tanto le gustaban. A los que seguimos aquí, y que ta...