Hay directores de cine y de teatro que usan a las mujeres como si fueran muñecas a las que ponen y quitan vestidos espectaculares, a las que convierten en heroínas de historias de amor y desamor, a las que transforman en divas bellísimas e intensas, a las que fotografían con tonos que subrayan sus rasgos, a las que les ofrecen monólogos con frases brillantes, a las que, en definitiva, usan como objeto de unas fantasías que tal vez tenga que ver con unas infancias en que ellos se vieron obligados a renunciar a la feminidad. Son como los vestidores de vírgenes de nuestra Semana Santa que, a mi parecer, confunden a la Macarena con una especie de Nancy a la que ir cambiándole el modelito según la temporada. Es el caso de muchos “genios” homosexuales que incluso han tenido y tienen actrices fetiche con las que juegan como si el plató o el escenario fuera una gigantesca “casa de muñecas”. Así lo podemos comprobar en buena parte del cine de Pedro Almódovar, en los montajes teatrales de ...
Mi madre cada vez se acuesta más temprano. No es que nunca fuera de mucho trasnochar, pero es que, en los últimos años, como ya ni siquiera le interesa lo que ponen por la tele, se mete en la cama cuando todavía entra por la ventana algo de luz. Ello no quiere decir que se ponga a dormir, ni mucho menos. Su cama se convierte en una especie de laboratorio en el que ella, justo en ese momento del día, recupera no solo un espacio sino también un tiempo del que se siente dueña absoluta. Ahora que lo pienso, tal vez la pasión de mi madre por los libros tenga que ver con esa necesidad de encontrarse consigo misma, de tener al menos unas horas al día no dedicadas a los demás. Ella siempre vivió en ese trapecio: cuando estaba embarazada de mí, me cuenta, no dejaba de leer libros en la cocina, mientras preparaba el guiso del día, uno de esos de cuchara que solo con él tiempo he llegado a apreciar de verdad. Como nunca tuvo atril, colocaba el libro que estaba leyendo, y que solía ser volum...