Hace ya algunas semanas el escritor Gustavo Martín Garzo me contaba que hacía tiempo que no había visto una película tan bella como La luz que imaginamos . En concreto, me escribía al hilo de ella, que “habría que recuperar para el cine, y el arte en su conjunto, esa cualidad misteriosa que es la delicadeza. Esa forma de aproximarse a lo real sin aspavientos ni demandas de atención tan presentes en el cine actual. Ese cine que adelgaza hasta casi renunciar a contar nos entrega paradójicamente el temblor de lo verdadero”. Le di muchas vueltas a estas palabras del autor de El lenguaje de las fuentes porque es cierto que las pantallas están llenas de esas historias que calificamos como “necesarias” y que con frecuencia nos sepultan con la losa de su discurso o con el griterío de sus pancartas. Y es cierto que la película de Payal Kapadia rompe con esas narrativas y construye su relato como quien camina de puntillas, parándose a mirar los rincones de las casas y atreviéndose a...
Cuaderno de bitácora de Octavio Salazar Benítez