Siempre me la imagino como un personaje escapado de un libro
de Virginia Woolf. Tal vez una Mrs. Dalloway que se rebela contra las fiestas y
las flores, o como un Orlando que cambia de sexo como de peinado, o incluso
como la hermana mayor de Shakespeare que un día reveló que ella fue la autora
de “El rey Lear”. Hay en ella algo de amazona que se resiste a abandonar la
batalla, de aventurera que prefiere llevar botas a tacones, de irresistible
mujer fatal cuya fatalidad quizás siempre haya sido sentirse digna heredera de
las “sin sombrero”. Fue mi admirada y soñada Ana Belén la que me descubrió hace
apenas tres años, de la mano de la mejor Kathie que podría haber imaginado Vargas
Llosa, su pulso firme y su mirada: la de una mujer que trata siempre de arañar
la superficie del mundo que vivimos para extraer, con arte y con palabras, las
sutiles enredaderas de las relaciones emocionales – y, por tanto, políticas –
que nos definen como seres humanos. Magüi
Mira, que desde entonces ha pasado a ser mi hermana adoptiva, la sister del
cuento que me empeño en escribir con la complicidad de mis afinidades
electivas, no ha dejado de crecer en los últimos tiempos. Un triunfo
ciertamente sorprendente en una época en la que ser mujer, y sobre todo tras
haber pasado la frontera de la juventud que cotiza en el mercado, es un lastre
no solo para ser reconocida como igual sino incluso para ser simplemente
visible. Ella, siempre contracorriente,
está sin embargo dando lo mejor de sí justo ahora, cuando hace ya años que dejó
atrás el pelo rojo y se sintió más grande que nunca en su piel de cómica
republicana y feminista.
Tras haber desentrañado los misterios de las mujeres siempre
condenadas a ser las “señoras de”, y las traiciones que han dejado sin alma a
buena parte de las revoluciones, en su espléndido montaje de Kathie y el hipopótamo, tuvo la valentía
de darle la vuelta a El discurso del rey
y hacer de ella una obra sobre las masculinidades heridas y sobre las mujeres
como víctimas del patriarcado, además de todo una tesis sobre los disfraces del
poder. Se ha atrevido también con mujeres poderosas, aunque finalmente presas
del amor como narcótico del patriarca como lo fue Cleopatra
y con aquellas, como la que interpreta Lola Herrera en La velocidad del otoño, que se resisten a ser engullidas por un
sistema en el que el sexo/género continúa siendo una mochila más pesada para
ellas que para nosotros. En su cabeza de duende nervioso, me consta, no dejan
de bullir las ideas, los personajes, las lecturas, los escenarios en los que
esta mujer, que fue Fedra y también la señorita Julia y hasta una anarquista,
sigue soñando con que el arte, la Cultura, pueden transformar el mundo.
Yo que no soy de brindar mucho en estas fiestas navideñas, no
he podido resistirme a hacerlo por ella
y con ella al enterarme de que el Consejo de Ministros le ha concedido
la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes. Y lo hago por ella, pero
también por todas las mujeres que en el ámbito del teatro, de la cultura en
general, continúan sufriendo discriminaciones horizonales y verticales, por
todas las que luchan por ser reconocidas como iguales y por ofrecer una mirada
que rompa de una vez por toda con el monopolio androcéntrico, por las miles que
se empeñan en demostrarnos que la auténtica belleza reside en la luz que
desprenden los ojos y las arrugas y no en el disimulo de los pliegues vividos.
Magui Mira, con la que un día compartí té y risas junto a la Puerta de Alcalá,
representa esa lucha y ese compromiso: la entrega de quien sabe que como mujer
siempre ha tenido que demostrar el doble sus méritos y capacidades. Y a la que
todavía hoy, cuando la entrevistan, tiene que sufrir que tengan más relevancia
sus maridos que su propio trabajo.
Siempre he pensado que una actriz es, al fin, todos los
personajes que ha sido sobre las tablas. En ella habitan los que ha encarnado e
incluso los que sueña. En el caso de Magüi, que además es directora, viven
también en su cabeza/corazón/vientre de hada inquieta todos los que algún día
le gustaría ver moviéndose al dictado de su batuta. La Mira es pues también la
Molly Bloom que se rebela contra un Joyce que debería haber leído más a
Virginia, o la Julia que se da cuenta que las servidumbres interseccionan en el
caso de las mujeres, o la señora casada que un día se da cuenta que, como bien
escribiera García Márquez, “nada se parece más al infierno que un matrimonio
feliz”. Yo quiero pensar que Magüi es hoy, además de una artista feliz con su
reconocimiento, todo lo que le queda por hacer. Las historias que esperan en
baúles a que ella las dote de alma violeta y presencia transformadora. Porque
el arte, como la vida, solo se entiende desde el permanente tránsito. Y desde
la magia que, si ustedes miran con las gafas adecuadas, pueden descubrir entre
la nieve que hace fértil la cabeza de mi sister valenciana.
Publicado en THE HUFFINGTON POST, 29 de diciembre de 2016:
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/las-bellas-artes-de-mague_b_13870592.html
Publicado en THE HUFFINGTON POST, 29 de diciembre de 2016:
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/las-bellas-artes-de-mague_b_13870592.html
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