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CARMEN LEÓN

Las fronteras indecisas
Diario Córdoba, 8 de junio de 2015

Durante siglos los hombres nos negamos a reconocer el protagonismo público de las mujeres y su valor como referentes en lo social y en lo político. Ellas eran las idénticas, nosotros los sujetos. De esta manera, nos negamos la posibilidad de aprender de ellas, de reconocer sus capacidades intelectuales y transformadoras, de seguir la estela marcada por quienes fueron socializadas para la empatía y el cuidado. Afortunadamente algunos hombres hace tiempo que nos rebelamos contra esa división sexual de los espacios y las identidades, y empezamos la ardua tarea de deconstruir un orden patriarcal en el que ellas fueron las perdedoras y nosotros los privilegiados. En ese proceso ha sido clave el papel desempeñado por las mujeres feministas que, con su ejemplo, nos han mostrado el camino, al tiempo que nos acogían con el convencimiento de que la lucha por la igualdad debe ser compartida entre ellas y nosotros.
Una de esas mujeres ha sido y es, sin duda, Carmen León. Para todos los que hemos tenido la suerte de conocerla, y de compartir con ella militancia y rebeldías, Carmen ha sido todo un ejemplo de ética cívica y de compromiso político. Un modelo, aunque estoy seguro que a ella no le gusta esta palabra, para una ciudadanía tan huérfana de referentes que nos sirvan de cauce y de aliento en la a veces penosa tarea de avanzar en democracia y en justicia social. Su trabajo como portavoz de la Plataforma cordobesa contra la violencia a las mujeres, al que ahora pone lo que imagino será un punto y aparte más que un punto y final, nos ha enseñado a muchas y a muchos la necesidad del feminismo como lógica emancipadora, la virtualidad de las redes como herramienta de lucha contra las desigualdades y la urgencia de poner en práctica otros métodos de ejercer el poder y gestionar los conflictos. Su propia evolución personal, en la que se fueron sumando admirablemente creencias y convicciones, es el mejor ejemplo de cómo deberíamos pasar de ser meros consumidores a ciudadanos.
En estos tiempos de revoluciones lentas pero imparables, de escenarios políticos en los que aparecen nuevas voces y en los que nos ilusionamos con la esperanza de nuevos métodos, y en los que al fin empezamos a vislumbrar mujeres con poder dispuestas a ejercerlo de manera diversa a los hombres, son más necesarias que nunca ciudadanas como Carmen. Su trayectoria y su verbo serían los mejores protagonistas de una clase de Educación para la Ciudadanía. Su ánimo permanente y su sonrisa emprendedora, la mejor vitamina para quienes a veces nos sentimos desamparados en un mundo que parece empeñado en resucitar al patriarca.
Aunque me consta que ella es una señora poco dada a los protagonismos y las portadas, Carmen merecería ser aplaudida como una de las cordobesas de la década. Ella ha sido un eslabón más, pero imprescindible, en la larga cadena de mujeres luchadoras. Un abrazo siempre abierto para cualquiera dispuesto a sumar energías contra la violencia machista. En fin, una luz con la que iluminar las oscuras habitaciones de tantas casas, ese lugar donde ella logró descubrir su cuarto propio y desde el que entendió que todas las mujeres deberían tener derecho a disfrutarlo. Un cuarto que ahora tantas mujeres jóvenes no parecen valorar desde el espejismo de igualdad que las hace creer que ya todas las batallas están ganadas. Espero que su testigo llegue a las manos de quienes ahora deberían entender que las conquistas en materia de derechos nunca son irreversibles. Un testigo que huele a generosidad, a barrio y a primavera. Violeta como sus pañuelos y bufandas. Corazón feminista de mujer que si no existiera habría que inventarla. La maestra, la compañera, la igual. Una mujer grande de la que deberíamos aprender de una vez por todas que lo personal es político y que sin las mujeres, que son la mitad, la democracia no es democracia.

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