Hay una evidente continuidad entre la última obra de Nanni Moretti, recién estrenada en Italia y que será presentada en el próximo Cannes, y La habitación del hijo, aquella dramática película en la que nos situaba frente ante el dolor de los miembros de una familia por la pérdida de un hijo adolescente. En este caso la pérdida no se produce al principio de la historia, pero sí vamos sabiendo que se producirá. Es la madre de los protagonistas, una mujer ya mayor, cuya salud se va deteriorando progresivamente, la que se acerca a su final. En este caso, y a diferencia de en La habitación del hijo, Moretti no asume el protagonismo, aunque no renuncia a tener un pequeño papel, el del hermano de la auténtica protagonista que es Margherita.
Margherita es una mujer de mediana edad, directora de cine, a la que vemos atravesando una etapa complicada en la que repente todas las piezas de su puzzle parecen no encajar. La mujer a la que vemos con la capacidad de controlarlo todo, o casi todo, en un set de rodaje, se muestra cada vez más incapaz de tomar las riendas de su vida en la que se mezclan una hija adolescente, un amor fallido, un trabajo estresante y la enfermedad de la madre que es la que le hace cuestionarse ante el espejo. Margherita, en la que no es difícil encontrar el alter ego del propio Moretti, se nos presenta como una mujer que parece haber vivido muy centrada en sí misma, que ha descuidado los espacios emocionales y a la que un alto nivel de autoexigencia le hace ser permanentemente infeliz. Ese proceso se torna dramático cuando va tomando conciencia del progresivo deterioro de su madre, Ada (interpretada por una magnífica Giulia Lazzarini), y cuando debe enfrentarse a la muerte del ser que tal vez ha querido más en su vida. Una pérdida frente a la que su hermano vemos como reacciona con cierta serenidad, mientras que para ella es el detonante de una crisis que hace que se desmorone su seguridad y se vuelva tremendamente vulnerable. Tal vez como hubiéramos pensado que lo hubiera hecho un hombre como Moretti - Margherita finalmente es él - y no tanto una mujer que ha tenido que batirse el cobre en un mundo lleno de dificultades.
Hay películas que merecen la pena verse solo por una interpretación. En el caso de Mia madre se acumulan las razones, aunque no se trate de una película redonda, aunque sin duda la razón más poderosa es la interpretación de la Buy. Pocas actrices del panorama actual, y no digamos del cine italiano presente, son capaces de transmitir tanto con su rostro, con una mirada honda y que no necesita palabras, con una belleza que nace de dentro y que poco tiene que ver con lo físico. Descubrí a Margherita Buy en su espléndida interpretación de El hada ignorante, la película que a su vez me descubrió a Ozpetek. Desde entonces no he dejado de seguir el rastro de esta señora que tanto me recuerda a Cecilia Roth y que en esta película de Moretti sostiene todo un edificio que a veces corre el riesgo de caerse debido a los excesos de un guionista que, ya sabemos, está encantado de haberse conocido.
Junto al eje central de la historia, la pérdida de la madre, Moretti no renuncia a situar a los personajes en el contexto de crisis actual. Y lo hace de manera inteligente a través de la película que Margherita está rodando y donde se cuenta una historia repetida en estos días de capitalismos salvaje y precariedad laboral. Quizás en la parte menos lograda de la película, y como suele hacer en su cine, Moretti se recrea en el juego realidad/ficción y lo hace con la ayuda de un espléndido John Turturro, que interpreta un actor americano venido a menos y que viene a representar, en el momento de Margherita, una especie de contrapunto a tanto dolor. Incluso a tanto dolor egoísta. Porque el dolor que está sufriendo Margherita le lleva realmente a cuestionarse si no debiera de dejar de mirarse tanto el ombligo.
Pero sin duda donde la película consigue sus mejores resultados es en la parte más intimista y cercana de la historia, en el itinerario emocional que siguen unos personajes que, como todos nosotros, carecen de preparación para enfrentarse a la muerte, a la pérdida. Unos personajes en crisis por diversas razones a los que les ha tocado vivir un momento de interrogantes. Pero en el que la vida sigue siendo el mismo cuento del que sabemos de antemano el final. Y pese a eso, el mañana continúa teniendo su sentido. Como bien nos cuenta el desenlace de una película tras la que todos sentimos cuánto nos hubiera gustado ser alumnos de Ada y cuánto deberíamos evitar llegar al punto en el que Margherita anda a la deriva.
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