Columna de opinión, Radio Córdoba, 31-X-2012
Conocí a Francisco Guerrero al poco tiempo de que los médicos
lo condenasen, como él dice, a cadena perpetua. Era un alumno inquieto, con
ganas de aprender, buen lector y conversador. Compartimos muchas tardes de
reflexión justo cuando él ya empezaba a andar con la ayuda de un bastón y me
hablaba con una serenidad envidiable del largo túnel de su enfermedad.
Ahora, 10 años después, he vuelto a encontrarme con él y he
comprobado cómo, ante la irrevocabilidad de su sentencia, reivindica el derecho
a disponer de su propia vida. Esa que se le va a pequeños sorbos, que día a día
le resta cuotas de dignidad y que, por tanto, reduce su espacio de autonomía.
Su historia, que empezó con una leve pérdida de libertad, nos llama la atención
sobre algo que nuestros representantes olvidan con frecuencia: que la vida sin
dignidad no es vida, que el hombre sin libertad no es sujeto, que sólo cada
cual debería ser el dueño de su tiempo.
Leyendo las lúcidas palabras de Francisco, recuerdo aquellas
tardes de Criminología en las que debatimos sobre el derecho a la vida.
Recuerdo cómo concluíamos que no somos nada si tal derecho no conlleva el de
disponer de ella, sobre todo cuando somos incapaces de abrir puertas y
ventanas. Porque es justo entonces cuando la muerte, también un derecho
fundamental, se convierte en la máxima expresión de nuestra libertad y nos
reconcilia con las oraciones que nos recuerdan que un paraíso del que no se
puede salir es un infierno. Sobre todo si en el paraíso uno ya no puede ni
siquiera caer en la tentación. Sobre todo si las alas ya no vuelan y nuestro
horizonte se hace cada día más pequeño.
Aquí el audio:
http://www.radiocordoba.es/facebook/firma_31_octubre.mp3
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