"Mientras le miraba sentí
el terror de aquella barrena, aunque él ya había vuelto a sentarse en el cubo:
la gélida blancura del lago rodeando una manchita que era un hombre, el único
ser humano en la naturaleza, como la X de un analfabeto a modo de firma en una
hoja de papel. Allí estaba, si no toda la historia, por lo menos todo el
cuadro. Sólo en contadas ocasiones, al final de nuestro siglo, la vida ofrece
una visión tan pura y apacible como aquélla: un hombre solitario sentado en un
cubo, pescando a través de cuarenta y cinco centímetros de hielo en un lago que
constantemente renueva su agua en lo alto de una arcádica montaña de América.”
Estas vacaciones al fin he podido saldar una de mis cuentas pendientes: adentrarme en el universo de Philip Roth. Llegado a ese párrafo final de La mancha humana, después de más del mil páginas de intensa literatura, me siento absolutamente herido por todo lo que Roth me ha hecho recorrer de su mano. Porque no sólo he transitado por la historia de Estados Unidos, por las luces y sombras del sueño americano, sino que más allá de eso, y a través de un ovillo de personajes principales y secundarios, he ido andando por las entrañas del ser humano. Por sus miserias, por sus pasiones, por esa "mancha humana" que vamos dejando y que, al tiempo, nos va marcando:
"… dejamos una mancha,
dejamos un rastro, dejamos nuestra huella. Impureza, crueldad, abuso, error,
excremento, semen…, no hay otra manera de estar aquí. No tiene nada que ver con
la desobediencia. No tiene nada que ver con la indulgencia, la salvación o la
redención. Está en todo el mundo, nos habita, es inherente, definitoria. La
mancha que está ahí que su marca. Está ahí sin la señal. La mancha es tan
intrínseca que no requiere una señal. La mancha que precede a la desobediencia,
que abarca la desobediencia y embrolla toda explicación y comprensión. Por ese
motivo toda purificación es una broma, y una broma bárbara, por cierto. La
fantasía de la pureza es detestable. Es demencial. ¿Qué es el empeño en purificar
sino más impureza? Todo lo que ella decía acerca de la mancha era que es
ineludible. Naturalmente, es así como lo asumiría Faunia: las criaturas
inevitablemente manchadas que somos. Reconciliada con la imperfección horrible,
elemental. Ella es como los griegos de Coleman, como sus dioses. Son mezquinos,
se pelean entre ellos, combaten, odian, asesinan, joden. Lo único que siempre
quiere hacer su Zeus es joder, a diosas, a mortales, a novillas, a osas y no
tan sólo en su propia forma, sino, lo que es más excitante, manifestándose en
forma de bestia. La enormidad de montar a una mujer convertido en un toro.
Penetrarla grotescamente como una aleteante cisne blanco. Nunca hay suficiente
carne para el rey de los dioses, o suficiente perversidad. Toda la demencia que
causa el deseo. La disipación. La depravación. Los placeres más groseros. Y la furia de la esposa que lo ve
todo. No el Dios hebreo, infinitamente solitario y oscuro, con la monomanía de
ser el único dios que existe, el
cuando no tenía y jamás tendrá nada mejor que hacer que preocuparse por los
judíos. Y no el perfectamente desexualizado hombre-dios cristiano y su madre
incontaminada y toda la culpa y la vergüenza que inspira un carácter
sobrenatural exquisito. En lugar de ellos, el Zeus griego, embrollado en
aventuras, de vívida expresividad, caprichoso, sensual, entregado de un modo
exuberante a su divertida existencia, cualquier cosa menos solo y oculto. En
vez de la deidad judeocristiana, la mancha divina. Una gran religión que
refleja la realidad para Faunia Farley si, a través de Coleman, hubiera sabido algo de ella. Como dice
la fantasía de nuestro orgullo desmesurado, estamos hechos a imagen de Dios, de
acuerdo, pero no del nuestro…, sino del de los antiguos griegos. Dios vicioso.
Dios corrompido. Un dios de la vida si jamás ha existido. Dios a la imagen del
hombre".
Tal vez en este prodigioso párrafo esté perfectamente resumido el sentido último de las tres novelas que componen la Trilogía Americana. Obviamente hay en ellas una disección de la historia y la sociedad americanas, desde la "caza de brujas" a la presidencia de Clinton (con su correlativa exaltación de la mojigatería), pasando por muchos de los momentos y factores que han determinado su esencia contradictoria: América como país de migraciones, la cultura judía, Vietnam, el racismo... Pero más allá de ese espléndido retrato, dibujado, insisto, a través de múltiples historias secundarias, lo más relevante de esta trilogía es su a veces dramática disección del ser humano. Del individuo y de sus creaciones. De su maldad... ¿o de su bondad intrínseca? Su naturaleza corrompible y las dificultades para mantener en pie la pastoral soñada. El hombre como artífice y como destructor de los sueños. Y, quizás, por ello también, el entendimiento de que el progreso no siempre es una línea recta:
"Y entonces se produjo la
pérdida de la hija, la cuarta generación americana, una hija huida que debía
haber sido la imagen perfeccionada de sí mismo, de la misma manera que él había
sido la imagen perfeccionada de su padre y éste la imagen perfeccionada de su
abuelo…, la hija enojada, repelente, despectiva, sin el menor interés por ser
la siguiente Levov de éxito, que le había hecho salir de su refugio como si él
fuese un fugitivo, le había iniciado en el desplazamiento de otra América
totalmente distinta, la hija y la década que convirtieron en añicos su forma
particular de pensamiento utópico, la peste de América infiltrada en el
castillo del Sueco e infectando a todos sus moradores. La hija que le llevaba
fuera de la ansiada pastoral americana para conducirle a cuanto era su
antítesis y su enemigo, a la furia, a la violencia y a la desesperación de lo
contrario a la pastoral, a la fiera americana indígena"
La furia, la violencia, el odio... "Pero lo peligroso del
odio es que, una vez empiezas a sentirlo, lo experimentas cien veces más de lo
que esperabas. Una vez empiezas, no puedes detenerte. No conozco nada más
difícil de dominar que el odio. Es más fácil dejar de beber que dominar el
odio, y ya es decir". La vida como tragedia, el ser humano como ser creado para la tragedia. Las reglas como intento de contrarrestar la perdición: "El viejo toma y daca
intergeneracional del país de antaño, cuando todo el mundo conocía su papel y
se tomaba las reglas con la mayor seriedad, el movimiento de asimilación
cultural en el que todos nos educamos, el rito de la lucha por el éxito,
posterior a la inmigración, que se había vuelto patológica precisamente en el
castillo de caballero rural de nuestro Sueco corriente en grado superlativo.
Una persona dispuesta como una baraja de cartas, organizada para que las cosas
se desarrollen de un modo por
completo distinto y en absoluto preparado para lo que se le viene encima. ¿Cómo
podía él, con su bondad minuciosamente calibrada, haber sabido que los riesgos
de ser obediente eran tan altos? Uno se decanta por la obediencia para reducir
los riesgos. Una mujer guapa, una casa hermosa, dirige sus negocios como si
practicara hechicería. Maneja correctamente la fortuna de su padre. Vivía a
fondo esta versión del paraíso. Así es como vive la gente de éxito. Son buenos
ciudadanos, se sienten afortunados y agradecidos, Dios les sonríe. Hay
problemas, pero ellos se adaptan. Y entonces todo cambia y se vuelve imposible.
Ya nada sonríe a nadie. ¿Y entonces quién puede adaptarse? He aquí una persona
que no está hecha para un funcionamiento deficiente de la vida, y no digamos
para lo imposible. Pero ¿quién está hecho para lo imposible que va a suceder?
Pero ¿quién está hecho para lo imposible que va a suceder? ¿Quién está hecho
para la tragedia y lo incomprensible del sufrimiento? Nadie. La tragedia del
hombre está hecho para la tragedia…, ésa es la tragedia de cada hombre”.
Y, pese a todo, la confianza en la razón: "En la sociedad humana el
pensar es la mayor transgresión de todas. El pensamiento crítico es la
subversión definitiva" . El ciudadano Thomas Paine como guía:
“No creo en la fe que
profesa la Iglesia judía, la Iglesia católica, la Iglesia turca, la Iglesia
protestante ni cualquiera de las iglesias que conozco. Mi mente es mi propia
iglesia”. Y de ahí la lógica consecuencia: "Si hay alguna oportunidad de que la vida mejore, ¿dónde va a empezar si
no es en la escuela?".
El hombre y la mujer como seres raciones, como seres que equivocan, que tropiezan, que son a veces dueños y a veces víctimas de sus pasiones: como los dioses del Olimpo. La ambición, el egoísmo, la envidia. "La venganza. No hay
sentimiento más grande ni más pequeño en el ser humano, no hay nada tan
audazmente creativo incluso en las personas más corrientes como el funcionamiento
de la venganza, y nada es tan cruelmente creativo incluso en los más refinados
de los refinados como el funcionamiento de la traición". Y la estupidez de un final de siglo que nos muestra en cuánto nos hemos equivocado:
"La chica pertenece a esa
cultura de la memez. No hace más que cotorrear. Pertenece a esta generación que
se enorgullece de su trivialidad. La actuación sincera lo es todo. Sincera y
vacía, completamente vacía. La sinceridad que va en todas las direcciones. La
sinceridad que es peor que la falsedad y la inocencia que es peor que la
corrupción. La rapacería que se oculta bajo la sinceridad… y bajo la jerga. Ese
admirable lenguaje que tienen, y en el que aparecen creer…, dicen que no se
valoran a sí mismos, mientras que en realidad creen que tienen derecho a todo.
El descaro al que llaman afecto, la crueldad camuflada como “austoestima”
perdida. También a Hitler le faltaba autoestima. Ése era su problema. Es un timo que estos chicos practican continuamente. La
exagerada dramatización de las emociones más triviales. La relación, mi relación,
poner en claro mi relación. En cuanto abren la boca hacen que me suba por las
paredes. Su lenguaje es un compendio de la estupidez de los últimos cuarenta
años. La necesidad de conclusión, por ejemplo. Mis alumnos rehúyen el
pensamiento, quieren concluir pronto. ¡Conclusión! Se deciden por el relato
convencional, con su principio, nudo y desenlace…, cada experiencia, por
ambigua, confusa o misteriosa que sea, debe prestarse a ese cliché de locutor
de televisión que normaliza y vuelve convencional cuanto narra. A todo chico
que me viene con eso de la <<conclusión>> lo suspendo. Quieren
conclusión, pues ahí la tienen".
El Philip Roth que habla de sí mismo. Que como todo buen escritor hace autobiografía. El profesor de Universidad, el judío, el pensador, el individuo racional que trata de encontrar, pese a todo el dolor, ese cuadro final entre la nieve. El que nos ofrece un retrato demoledor de la Universidad y de sus protagonistas, ese mundo de "vanidad arrasadora y egocentrismo autocrático":
"Tampoco titubeó en
iniciar la entrevista pasando las páginas del currículum vitae al tiempo que
inquiría: “¿Qué ha estado usted haciendo durante los últimos once años?” Y se
decía que, cuando ellos respondieron, como lo hizo un número abrumador de
profesores, que habían publicado con regularidad en Notas de Athena, cuando oyó hablar en exceso de la bagatela de
erudición filológica, bibliográfica o arqueológica que anualmente cada uno de
ellos entresacaba de una antigua tesis de licenciatura para su “publicación” en
la revista trimestral mimeografiada con tapas de cartulina gris que no estaba
catalogada en ningún lugar de la tierra salvo en la biblioteca de la
universidad, se atrevió a quebrar el código cortés de Athena diciendo: “¿Qué ha
estado usted haciendo durante los últimos once años?” Entonces no sólo clausuró
Nothas de Athena, devolviendo su
minúscula contribución al donante, el suegro del director de la publicación,
sino que, para fomentar la jubilación
anticipada, obligó a los que se llevaban la palma de la inutilidad entre los inútiles a abandonar los
cursos que habían impartido de memoria durante los últimos veinte años o
treinta años para darse clase de inglés e historia a los alumnos de primer
curso, así como el nuevo programa orientativo para esos mismos alumnos que se
daba en los últimos días calurosos del verano. Eliminó el mal llamado Premio
Académico del Año y dio otro uso al millar de dólares que comportaba. Por
primera vez en la historia de la universidad hizo que los profesores
presentaran una solicitud formal, con una descripción detallada del proyecto,
para obtener permisos sabáticos pagados, que eran denegados con más frecuencia
que aprobados”.
La defensa del individuo por encima de todo frente a lecturas totalizadoras y comunidades que disuelven el yo: "No puedes permitir que
los grandes te impongan su intolerancia, del mismo modo que no puedes permitir
que los pequeños se conviertan en nosotros y te impongan su ética. No aceptaría
la tiranía del nosotros, la cháchara del nosotros y todo lo que el nosotros
quiere volcarte encima. Jamás se doblegaría ante la tiranía del nosotros que se
muerte por absorberte, el nosotros coactivo, inclusivo, histórico,
ineludiblemente moral con su insidioso E
pluribus unum. Ni el ellos de Woolworth`s ni el nosotros de Howard, sino el
puro yo con toda su agilidad. El conocimiento de sí mismo: ése era el puñetazo
en la boca del estómago. La singularidad. La lucha apasionada por la
singularidad. El animal singular. La deslizante relación con todo. No estática
sino deslizante. Conocimiento de sí mismo, pero oculto. ¿Qué es más potente que
eso? ".
El individuo audaz y racional por encima de todo, aunque en su interior habite un caníbal, un mierda. Peana del capitalismo y la ley de la selva. Hobbes vs. el cuento de hadas. El Roth más lúcidamente político:
"Vives en Estados Unidos,
el país y el sistema más grandes del mundo. Cierto que hay gente que las pasa
putas. ¿Acaso crees que no las pasan putas en la Unión Soviética? Él te dice
que el capitalismo es un sistema de caníbales. ¿Qué es la vida sino un sistema
de caníbales? Tenemos un sistema que está en armonía con la vida. Y por eso
funciona. Mira, todo lo que los comunistas dicen del capitalismo es cierto,
como lo es todo lo que los capitalistas dicen del comunismo. La diferencia
estriba en que nuestro sistema funciona porque se basa en la verdad del egoísmo
humano, mientras que el suyo se basa en un cuento de hadas sobre la hermandad
de la gente. Es un cuento de hadas tan absurdo que tienen que desterrar a
algunos a Siberia para que se lo crean. Para lograr que crean en su hermandad,
tienen que controlar los pensamientos de la gente o liquidarla. Y entretanto,
en Norteamérica, en Europa, los comunistas siguen con este cuento de hadas a
pesar de que saben de qué se trata en realidad. Claro, durante cierto no lo
sabes. Pero ¿qué es lo que no sabes? Conoces a los seres humanos, así que lo
conoces todo. Sabes que ese cuento de hadas no puede ser posible. Cuando eres
muy joven supongo que está muy bien. A los veinte, veintiuno, veintidós años
está bien. Pero luego ¿qué? No hay ningún motivo para ser una persona de
inteligencia normal se trague ese cuento, este cuento de hadas del comunismo.
<<Haremos algo maravilloso…>> Pero sabemos qué es nuestro hermano,
¿no? Es una mierda. Y sabemos lo que es nuestro amigo, ¿verdad? Pues más o
menos otra mierda. Y nosotros también somos mierdas. ¿Cómo va a ser entonces un
sistema maravilloso? No hace falta ser cínico ni escéptico, tan sólo la
capacidad normal de observación nos dice que eso no es posible"
¿Política contra Literatura? ¿Están condenadas a pelear o a entenderse? ... "La política es la gran
generalizadora, y la literatura la gran particularizadora, y no sólo están en
relación inversa entre ellas, sino en relación antagónica. Para la política, la
literatura es decadente, blanda, irrelevante, aburrida, terca, insípida, algo
que no tiene sentido y que realmente no debería existir. ¿Por qué? Debido al
impulso particularizador en que consiste la literatura. ¿Cómo puedes ser un
artista y renunciar al matiz? Pero ¿cómo puedes ser un político y permitir el
matiz? En tanto que artista, el matiz es su tarea. Tu tarea no consiste en
simplificar. Aun cuando decidieras escribir de la manera más sencilla, a lo
Hemingway, la tarea sigue siendo la de aportar el matiz, elucidar la complicación,
denotar la contradicción. No se trata de eliminar la contradicción, de negarla,
sino de ver dónde, dentro de la contradicción, se encuentra el ser humano
atormentado. Permitir el caos, dejarlo entrar. Tienes que dejarlo entrar o, de
lo contrario, produces propaganda, si no para un partido político, sí para la
vida como ella preferiría ser divulgada. Durante los cinco o los seis primeros años de la
Revolución rusa, los revolucionarios gritaban: “¡El amor libre, existirá el
amor libre!”. Pero, una vez estuvieron en el poder, no pudieron permitirlo,
porque ¿qué es amor libre? Es caos, y ellos no querían el caos. No es para eso
para lo que habían hecho su gloriosa revolución. Querían algo disciplinado,
organizado, científicamente predecible, a ser posible. El amor libre inquieta a
la organización. La literatura inquieta a la organización. No porque esté
flagrantemente a favor o en contra, o incluso lo esté de una manera sutil.
Inquieta a la organización porque no es general. La naturaleza intrínseca de lo
particular consiste en ser particular, y la naturaleza intrínseca de la
particularidad estriba en no amoldarse. La generalización del sufrimiento: eso
es el comunismo. La particularización del sufrimiento: he aquí la literatura.
En esa polaridad se da el antagonismo.
Uno participa en la batalla al mantener vivo lo particular en un mundo
simplificador y generalizador. No tienes necesidad de escribir para legitimar
el comunismo o el capitalismo; estás al margen de ambos. Si eres escritor, no te alías con uno ni
con otro. Ves diferencias, sí, y, por supuesto, ver que esta mierda es un poco
mejor que aquella mierda, o que aquella mierda es mejor que ésta. Tal vez mucho
mejor. Pero ves la mierda. No eres un empleado del gobierno. No eres un militante. No eres un creyente.
Eres una persona que se enfrenta de una manera muy diferente al mundo y a lo
que sucede en el mundo. El militante presenta la fe, una gran creencia que
cambiará el mundo, y el artistas presenta un producto que no tiene cabida en
este mundo, que es inútil. El artista, el escritor serio, introduce en el mundo
algo que ni siquiera estaba ahí al comienzo. Cuando Dios hizo todas las cosas
en siete días, las aves, los ríos, los seres humanos, no dedicó ni diez minutos
a la literatura. “Y entonces existirá la literatura. A algunos les gustará, a
algunos les obsesionará y querrán hacerla…” No, no. Él no dijo eso. Si entonces
le hubieran preguntado a Dios: “¿Habrá lampistas?”, te habría respondido: “Sí,
los habrá, porque habrá casas y serán necesarios los lampistas”. “¿Habrá
médicos?” “Sí, porque la gente enfermará y necesitará médicos?” “Sí, porque la
gente enfermará y necesitará médicos que le receten medicinas”. “¿Y la
literatura?” “¿Literatura? ¿De qué me estás hablando? ¿Para qué sirve eso?
¿Dónde encaja? Por favor, estoy creando un universo, no una universidad. Nada
de literatura”.
El literato como sanador. El que ve las diferencias. El necesario. Hoy más que nunca. En el altar laico de Paine. Roth. Grande. El profesor/escritor que nos descubre que es una vana empresa comprender al otro:
“En cualquier caso, sigue
siendo cierto que de lo que se trata en la vida no es entender al prójimo.
Vivir consiste en malentenderlo, malentenderlo una y otra y muchas más, y
entonces, tras una cuidadosa reflexión, malentenderlo de nuevo. Así sabemos que
estamos vivos, porque nos equivocamos. Tal vez lo mejor sería prescindir de si
acertamos o nos equivocamos con respecto a los demás, y limitarnos a
relacionarnos con ellos de acuerdo con nuestros intereses. Pero si usted puede
hacer eso… en fin, es afortunado".
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