Ir al contenido principal

EL HÉROE SUPREMO



La masculinidad patriarcal se ha forjado a lo largo de los siglos en función de tres elementos básicos: la concepción activa y competitiva del hombre, la negación de lo femenino y el recurso a la violencia como método para solucionar los conflictos y, en muchos casos también, para afirmar la hombría.  Muchos de los problemas no ya personales sino sociales y políticos de nuestro mundo tienen que ver con los parámetros mediante los cuales los hombres, mayoritariamente, seguimos construyendo nuestra identidad. De ahí que, como algunos venimos insistiendo desde hace años, una de las claves para lograr una plena igualdad de género sea la revisión de esa identidad masculina. Es decir, que los hombres empecemos también a analizarnos críticamente desde una "perspectiva de género" y, a partir de ahí, empecemos a transformar muchas de las pautas y valores que conforman nuestro modelo de sociedad. 

Ese horizonte exige una labor comprometida de todos y de todas, de la ciudadanía y de los poderes públicos, pero muy especialmente de todas las instancias que influyen en nuestro proceso de socialización. No cabe ninguna duda de que, en este sentido, la labor de las instancias públicas debería ser doblemente exigente, sobre todo por el papel de referente que juegan y por lo que contribuyen a forjar unas reglas de convivencia. Entre esas instancias el poder judicial debería asumir un protagonismo especial, dadas sus funciones de resolución de conflictos, de interpretación del ordenamiento y de ponderación de derechos fundamentales. Sin embargo, rara es la semana en que no nos encontramos con alguna resolución judicial que avanza en una dirección completamente opuesta a la que aquí defendemos, contribuyendo de manera peligrosísima a mantener un orden patriarcal y una concepción del hombre que algunos estimamos debería pertenecer al capítulo de la memoria. 

Una de las últimas decisiones más sorprendentes ha sido la sentencia 4610/2012, dictada por el Sala de lo militar del Tribunal Supremo el pasado 8 de junio. En ella se rebaja de nueve a cinco meses la sanción disciplinaria impuesta a un sargento del Ejército del Aire condenado por un juzgado penal de Madrid por malos tratos a su mujer. En una sorprendente, e insisto, peligrosa, interpretación del "principio de proporcionalidad" así como de los criterios que han de tenerse en cuenta para la "individualización de la pena", el Supremo sostiene que se ha obviado "valorar positivamente la infrecuente circunstancia de que el Suboficial hoy demandante se encuentre en posesión de varias condecoraciones, distintivos y Menciones Honoríficas, así como su acostumbrada o asidua participación en operaciones de mantenimiento de la paz en un escenario de la dificultad y peligrosidad de Afganistán, en el que resulta frecuente que los participantes en tales operaciones hayan necesidad de acudir al empleo de la fuerza armada."

Es decir, la sentencia apoya la reducción de la pena en la valoración de una supuesta actuación "heroica" del maltratador, dedicado por razones profesionales al uso de la fuerza y de la violencia, actuaciones por las que ha sido objeto de reconocimiento y aplauso. De esta forma, acaba pesando más en la balanza - supuesta balanza de la justicia -  el estatus heroico del imputado, su perfecto ajuste a los cánones del varón patriarcal, su cumplimiento reconocido de las "expectativas de género".   Y ello hasta el punto de que justificar que la pena era "absolutamente desproporcionada" al no tener en cuenta, como dice la sentencia de la que fue ponente el magistrado Fernando Pignatelli, la posesión de condecoraciones, distintivos y menciones honoríficas.

Cuando uno lee fallos como éste, es fácil sentirse cercano a aquello que proclamara Virginia Woolf en su manifiesto pacifista-feminista Tres guineas: "como mujer no tengo patria".  Porque muchos parecen empeñados en seguir defendiendo, incluso con argumentos tan contundentes en un Estado de Derecho como una sentencia del máximo órgano judicial, al patriarca, al héroe, al sustentador efectivamente de una patria que no sólo no contó con las mujeres sino que además se apoyó en los hombres dignos de medallas. Unas condecoraciones obtenidas gracias al ejercicio fiel de su hombría. La misma que el Supremo avala con una sentencia que me hace confirmar que tampoco yo me siento parte de una patria que sigue dictando fallos a favor del héroe y en contra de las víctimas.

Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad

EL ÁNGEL DE AURORA Y ELENA

  El dolor siempre pasa por el cuerpo. Y la tristeza. También el goce, los placeres, la humillación. Somos cuerpo atravesado por las emociones. Los huesos y la piel expresan los quiebros que nos da la vida. Esta acaba siendo una sucesión de heridas, imperceptibles a veces, que nos dan nombre. Algunas supuran por los siglos de los siglos. Otras, por el contrario, cicatrizan y nos dejan tatuados. Las heridas del amor, de los placeres, de los esfuerzos y de las pérdidas. Estas últimas son las que más nos restan. Como si un bisturí puñetero nos arrancara centímetros de piel.   Sin anestesia. Con la desnudez propia del recién nacido. Con la ligereza apenas perceptible del que se va. No puedo imaginar una herida más grande que la provocada por la muerte de un hijo apenas recién iniciado su vuelo. Por más que el tiempo, y las terapias, y   las drogas, y los soles de verano, hagan su tarea de recomposición. Después de una tragedia tan inmensa, mucho más cuando ha sido el fruto de los caprich

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un n