Abel se entrega apasionadamente a todo lo que le gusta. Lo disfruta al máximo, sin término medio. Vive con tal intensidad tales momentos que es imposible no contagiarse con su entusiasmo. Dejarse llevar por unos ojos que parecen querer comerse la vida entera, sin pausa, degustando cada detalle hasta descubrir su esencia.
Abel está viviendo su mejor semana del año. No alcanzo a explicar con criterios racionales, ni falta qué hace, cómo surge en él la pasión por la Semana Santa. Me conformo con comprobar cómo él se implica en estos días como si fueran los últimos que fuera a vivir. Y no se conforma con hacerlo desde el exterior, sino que él también quiere ser actor, sujeto activo, pieza del engranaje complejo y a veces paradójico que hace posible esta celebración del Sur.
Anoche la lluvia de Abril volvió a jugar una mala pasada y, aunque mantuvo el tipo, Abel no pudo evitar una cierta sombra de tristeza en sus ojos grandes. Mientras contemplaba los pasos quietos en la Parroquia de la Asunción y prefería marcharse antes de escuchar la "Madrugada" que a él sólo le gusta oír por la cuesta que lleva a la Plaza Vieja. Pese al mal tiempo, nadie le pudo robar la satisfacción de ponerse su túnica de romano, colocarse la capa, el casco y coger la lanza. Convertido en un digno protagonista casi de una novela de Terenci Moix. En una tarde de viernes santo en la que es inevitable echar de menos a los que no están y añorar lo que Cabra ha dejado perder en su frenesí de pueblo desnortado.
A Abel, pese a la lluvia, nadie le ha robado "su" mes de abril...
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