DIARIO CÓRDOBA, 22-11-2011
Las elecciones cumplen en una democracia varias funciones: generan representación, producen gobierno --y al mismo tiempo oposición-- y otorgan legitimidad. En paralelo, son un instrumento en manos de la ciudadanía para controlar a los gobernantes y, en consecuencia, exigirles responsabilidad política. Algo que con rotundidad hemos comprobado en las elecciones del pasado domingo, ya que sus resultados no alumbraron tanto la victoria del PP como la debacle del PSOE. Es decir, el PP no logró la mayoría absoluta gracias a su liderazgo, a lo entusiasta de sus propuestas o al atractivo de su candidato. Todos sabemos como su estrategia exitosa ha sido quedarse impasible para ver pasar el cadáver del enemigo y no arriesgarse haciendo visible el programa que irrenunciablemente deberá aplicar. De ahí que junto a la presencia indiscutible de los mercados en el escenario electoral, no podemos negar que han sido los errores continuados del socialismo los que han conducido el país a una apoteosis que, mucho me temo, va a teñir de azul el mapa del país por una larga temporada.
Los electores en general, y los de izquierdas en particular, han castigado en las urnas a un PSOE que ha sido incapaz, después de negarla, de manejar con brío el timón de la crisis, que ha traicionado sus principios de manera insistente y que no se ha caracterizado en los últimos tiempos por reclutar entre sus dirigentes a hombres y mujeres con la mezcla adecuada de inteligencia y seducción, eficacia y credibilidad. Al contrario, los últimos años del que antaño fuera ilusionante Zapatero, se han caracterizado por fomentar la mediocridad y por una suma peligrosa de inconsistencia ideológica e ineficacia política. Todo ello aderezado por bastantes notas de soberbia, ensimismamiento, recursos bochornos al pasado y falta de empatía con unos simpatizantes que llevábamos meses situados en un escalón superior al de la indignación.
Por todo ello, me ha resultado sorprendente, y de nuevo me ha provocado indignación, no escuchar a ningún dirigente socialista entonando el mea culpa y, en consecuencia, asumiendo la correspondiente carga de responsabilidad política. Al contrario, he vuelto a quedarme boquiabierto al escuchar al secretario cordobés diciendo que "han mantenido el tipo", ese tipo que lleva varios procesos electorales instalado en el fracaso, o a la exalcaldesa de IU obviando cualquier alusión a su pérdida de credibilidad. Aunque claro, en su caso ya sabemos que ella se ve a sí misma como distinta y diferente , por lo que no nos extrañará verla próximamente retornando al redil andaluz en busca de nuevas oportunidades para su ego. De alguna manera, la situación del PSOE en Córdoba es una metáfora, tal vez agigantada, de la enfermedad que corroe al partido por dentro y que requiere un tratamiento urgente. Similar al de una quimioterapia que elimine las células cancerígenas y que impida que sigan reproduciéndose, lo cual habría de traducirse en la consolidación de nuevos rostros y de nuevas ideas. Porque, entre otros retos, el socialismo está obligado a construir otras narraciones, nuevas formas de contarse a sí mismo y a los demás, superando el lastre de un pasado exitoso --al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver -- y jubilando a los/as muchos/as que han cumplido su ciclo y que deberían jubilarse sin pensiones extra. Mientras que el partido socialista no se atreva a hacer esa revolución interna, para lo cual le va a venir bien estar cuatro años en el oposición, le pondremos en bandeja a los populares seguir batiendo récords en las urnas y la izquierda prorrogar su liquidez en las calles. De ahí que sea urgente barrer los pétalos caídos, esos que ya casi componen una alfombra en la avenida del Aeropuerto, y empezar a tejer un ramo sin capullos marchitos y con rosas que huelan al socialismo que reclama el siglo XXI.
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