Como bien explicara en su exitoso libro "Mujeres que corren con los lobos", la escritora Clarissa Pinkola, siempre ha habido mujeres que han demostrado una fuerza superior a los hombres, un coraje que las habría hecho merecedoras de mejor suerte en la desigual historia escrita por aquéllos. Todavía hoy, en las sociedades democráticas que estimamos avanzadas, ellas lo tienen más complicado al emprender determinadas carreras que siguen estando marcadas por el orden patriarcal. Es el caso por ejemplo del mundo del deporte, tan masculinizado y, más allá incluso, convertido en referente de la iconografía machista. Las mujeres han de pelear, como lobas, por hacerse con su espacio, por hacerse visibles y por demostrar que tienen, como mínimo, la misma capacidad que los varones para llegar a la meta. Todo ello además en un contexto social que sigue culpabilizando de manera especial a las que deciden proyectarse personalmente más allá de sus relaciones personales o de la "sacrosanta" maternidad.
Loli Jiménez Guardeño es una de esas mujeres. El coraje y el pundonor son los lemas que mejor pueden definir su carácter, en las pistas y fuera de ellas. Justo ayer, el mismo día que su hijo cumplía 10 años, ella se convertía en la primera cordobesa en ganar la media maratón de la ciudad en sus 27 años de historia. Llegó a la meta absolutamente exhausta: como si hubiera tenido que arrastrar con sus pies el fango de los que no admiten que una mujer pueda ser más rápida, más valiente y más exitosa que ellos. La fotografía lo dice todo. Su desgarro es el de todas las mujeres que para llegar a la meta tienen que pelear en un mundo de hombres, de hombres que son lobos para los hombres y muy especialmente para las mujeres. Ayer ella, tal vez sin ser consciente, escribió no sólo una página destacada en la historia del deporte cordobés, sino sobre todo en la de todas las mujeres que continúan luchando por no tener que demostrar el doble que nosotros lo que valen y de lo que son capaces.
Y sé bien de lo que hablo: después de tantos años juntos, sé que ella es mucho más valiente, poderosa y generosa que yo... Por eso, y aunque ella quizás no lo sepa, me convierto cada día en alumno que toma nota en su cuaderno de todo lo que le enseña su maestra favorita.
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