Hace años que en una jornada de reflexión no le daba tantas vueltas a la cabeza. Una jornada que en los últimos años ha resultado absurda, y que es fruto de las cautelas paternalistas de la transición, se ha llenado de sentido gracias al movimiento del 15M. Gracias a él, hemos ido sumando nuestro descontento frente a un modelo que hace aguas por muchos sitios y que nos ha hecho pasar en los últimos tiempos de la perplejidad a la indignación. Las imágenes de las plazas ocupadas de manera pacífica, las voces de tantos jóvenes organizados y comprometidos, el efecto multiplicador de lo que en principio parecía una convocatoria un tanto naif, me han hecho recuperar la confianza y he vuelto a pensar que es posible redefinir nuestro papel de ciudadanos.
Es evidente que son necesarios algunos cambios legislativos - el sistema electoral, la legislación de partidos -, pero por encima de ellos es necesario llevar a cabo una relectura de un sistema constitucional - y con él de un modelo económico y social - que está dando buenas muestras de agotamiento. Por ello, y frente al riesgo de salvadores que pretendan mostrarnos el paraíso, es más necesario que nunca aprovechar esa energía ciudadana que hoy sacude nuestras ciudades. Es necesario que todos y todas asumamos nuestra parte de compromiso en este proceso y contribuyamos a que no decaiga, a que se prorroge y condicione de manera efectiva la vida política de nuestro país y, a ser posible, del mundo entero. Después de tanto tiempo desubicados, desorientados, sin referencias a las que agarrarnos, muchos, sobre todo los que siempre hemos confiado en la fuerza transformadora de la razón y en las virtudes de la democracia para canalizarla, podemos encontrar nuevas vías que den sentido a nuestro corazón ciudadano. Pero también es crucial que nuestra odiada clase política tome buena nota de lo que está pasando y aprenda la lección. Algo a lo que espero que contribuyan los resultado de mañana domingo. Muy especialmente la izquierda, que necesita urgentemente redefinirse y buscar nuevos liderazgos, debería no aprovecharse de este movimiento sino ser la primera en asumir sus reivindicaciones y dar ejemplo de cómo plantear un nuevo modelo de hacer política. Una política en la que no sea tan extraña la coherencia entre la teoría y la práctica, en la que prime la idea de servicio público sobre la de profesionalización y que tenga muy claro que para garantizar nuestros derechos es necesario controlar y limitar no sólo el poder político sino también el económico. Mucho me temo, sin embargo, que sólo un desastre electoral hará reflexionar a unos partidos de izquierda en manos de mediocres y sin capacidad alguna de seducción. Ojalá el previsible batacazo les sirva de catarsis y sobre todo de depuración de tanto advenedizo. Como decía una pancarta en la plaza del Sol, esto debe convertirse en un ERE para buena parte de nuestra clase política.
Pero hoy, como ciudadano que reflexiona los 365 días del año y no sólo este día previo, siento que unas pequeñas alas empiezan a nacerme en la espalda. Las necesito para llegar hasta la plaza pública y sentir que hemos vuelto al sentido conversacional de la democracia y que la crisis nos va a servir para depurarnos por dentro. Como cuando vomitamos y echamos fuera una mala digestión.
Las plazas, los jóvenes tomando la palabra, la militancia cívica... Esa es la verdadera fiesta de la democracia. El voto de mañana es, nada más y nada menos, que el ejercicio de un derecho fundamental. Pero es sólo el esqueleto. El nervio está en el ágora.
Y lo mejor es que en las plazas no sólo están los jóvenes, estamos los menos jóvenes, los mayores, los perroflautas, los pijos, los descontentos, los que ríen... Es un sector demasiado grande de la población como para no echarle cuenta...
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